Hay en El Siscar un pequeño teatro (unas 300
localidades), en el que un grupo de esforzados actores, nos regala
periódicamente con obras de reconocido prestigio. Hace poco asistí a una
excelente representación del 'Enfermo imaginario' que me pareció digna de
encomio. Tiene mucho merito que un grupo de aficionados dedique su tiempo, y a
veces su peculio, a hacer llegar la cultura al pueblo, en esta época
desamparada de tantas cosas; de ilustración, entre otras. Los poderes locales,
seguramente afanados en obras de mayor rédito electoral, o temerosos de que la
cultura afecte a la docilidad de sus gobernados, han dedicado poco esfuerzo a
la difusión del conocimiento, más allá de las procesiones cameras, los moros y
cristianos, o los desfiles borracheros so capa de tradición huertana ancestral.
Por eso, asistir en el recoleto ambiente de
un teatro de pueblo a una obra de Jean–Baptiste Poquelín, más conocido como Molière,
llenó mi corazón de renovada esperanza en el género humano. Y recordé que,
según cuentan, el mismísimo Moliere, había hecho el papel protagonista durante
las últimas representaciones de su comedia. Digo últimas porque, quizás
demasiado imbuido en su papel, murió después de la cuarta, en la que sufrió una
aparatosa hemoptisis. Así perdimos, con solo cincuenta años, a un genio cuyo
objetivo principal era ‘hacer reír a la gente honrada’.
Eso no fue una anécdota, sino una desgracia
que nos privó de no se sabe cuántas obras más de su fecundo y critico ingenio.
Anécdota es que, en aquella malhadada ocasión, vistiera una túnica de color
amarillo, lo que vino a contaminar aquel color de mal fario entre las gentes de
teatro. Mal fario que ha perdurado hasta nuestros días.
Deseé al director de la obra 'mucha mierda'
y a mi esposa, sorprendida por la expresión, debí explicarle que, lejos de
suponer una grosería, el dicho auguraba concurrencia y éxito, recordando a los
caballeros que asistían a las obras de los corrales de comedias desde sus
monturas. La cantidad de mierda (que sin perdón así se llama), depositada por
las caballerías en su paciente espera,
constituía barómetro fiel del éxito obtenido por la representación.
Seguro que lo entendió así Antonio Gil
Sanchez, flamante director de la obra y enfermo imaginario por unas horas, al
que deseo, lejos de la experiencia amarillenta de Moliere, un número de
representaciones infinito con igual éxito.
Todo entendible, aplaudido, y justificado, tanto el amarillo como el mucha mierda. Tan sólo un pero: la aparatosa hemoptisis que no entiendo. Un abrazo.
ResponderEliminarMoliere arrastraba una tuberculosos desde hacía tiempo. de la cual acabó muriendo. La emoptisis fue el golpe final. Un abrazo, maestro.
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