Su
padre consideró conveniente depositar, en una primera
instancia, la responsabilidad de su buena educación en las sabias y bondadosas
manos de las monjitas del Carmelo. Aquel colegio aún sobrevive convertido, por
el paso del tiempo, en Mayor. Gabino llegaba cada mañana –unas veces más
puntual y la mayoría menos- a una de las dos colas que se formaban a la puerta.
Se habilitaba una para niños y otra para niñas. Llegado su turno, restregaba
rápidamente las narices en el largo y negro escapulario de la hermana portera,
(que presentaba un sólido y añejo reguero de mocos infantiles), y entraba sin
demasiada premura al gran patio desde donde se accedía a las aulas.
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martes, 18 de diciembre de 2018
GABINO Y LAS MONJITAS
martes, 4 de diciembre de 2018
BUENOS Y MALOS
Dice mi amigo Andrés de La Orden que el
hombre es malo por naturaleza, y a través de esa premisa contempla el mundo que le
rodea. Su hermosa poesía, descarnada, no está precisamente orlada de optimismo.
Sigue la línea argumental de Hobbes que consideraba al hombre “lobo para el
hombre” y justificaba con ello la idea del “Leviatán”, el estado controlador
que impidiera los desmadres. Conviene tener en cuenta que Hobbes vivió en época
absolutista y quizás con ello pretendía justificar la situación. Otros, por la
misma época, afirmaban que el hombre es esencialmente bueno en su origen (el
buen salvaje de Rousseau), pero que las circunstancias lo transforman en malo.
Como el fandanguillo andaluz, en el que una cordera de tanto acariciarla se
vuelve fiera.
Con todos mis respetos a don Andrés, a
Hobbes, a Rousseau y a la cordera, creo que no es un asunto de buenos y malos,
sino de algo más sencillo: el Hombre, dicho en universal, es simplemente, como
la Historia nos muestra, un animal que por razones ignotas ha adquirido algo
que lo diferencia de todas los demás con los que comparte territorio y quizás universo.
La evolución, misteriosa y difícil de comprender lo ha dotado de herramientas
que lo alejan de los demás especímenes para siempre. El hombre ha inventado
algo nunca visto antes que con frecuencia lo supera: se ha sumido en un avance
tecnológico sin saber a dónde lo conduce ni con qué objetivo, al tiempo que
rechaza y pretende ignorar la rémora de
su origen.
Los objetivos de la humanidad han ido
variando a lo largo de los tiempos. Durante muchos años fue la supervivencia,
luego el dominio del territorio, que tenía mucho que ver con lo anterior,
después el dominio de las ideas y la exclusividad de los dioses, a los que
adjudicó su creación. En la actualidad, nos debatimos entre vivir lo mejor
posible el tiempo que tenemos asignado, o aplicarnos haciendo planes sobre un
mundo futuro que cada cual imagina a su manera. El debate es permanente, pero
mientras, continuamos sujetos a las leyes naturales de la competencia, de la
supervivencia de los más adaptados y del crecimiento exponencial y enloquecido
propio de las poblaciones que no tienen depredadores naturales que regulen su
equilibrio.
Seguimos comportándonos como si hubiéramos
inventado un sistema nuevo, como si, por arte de birli-birloque, hubiéramos
aparecido desde un mundo extraño y no nos afectaran las circunstancias de
nuestro entorno. Como si no estuviéramos sujetos a las leyes naturales del
mundo que nos ha engendrado.
De vez en cuando, las cosas se trastornan,
un Tsunami, una erupción volcánica, un terremoto o nuestra propia estupidez
destructora hace que el sistema se desestabilice y aparezcan millones de muertos,
pero pronto se olvida el suceso. Las generaciones siguientes, lo incorporan a
los libros de historia como si no fuera con ellos. Y el asunto sigue, como si
nos reinventáramos de nuevo cada día, viviendo en un mundo ilusorio sin un
objetivo determinado, salvo el de “vivir cada vez mejor”, que nadie sabe del
todo qué quiere decir eso.
Creo, pues, que el hombre no es,
intrínsecamente, ni bueno ni malo. Es, simplemente el Hombre.
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