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martes, 13 de mayo de 2025

EXPLICANDO EL APAGÓN

 

Quedó Fernández perplejo. Advirtió, con sorpresa que quizás sus opiniones tenían entre los contertulios más importancia de la que había imaginado y se le pusieron las orejas encarnadas.

—De acuerdo, os daré mi punto de vista sobre lo acontecido, pero os advierto que la mía es solo la opinión de una persona medianamente informada que procura utilizar el sentido común.

—Tú eres ingeniero electrónico

—Fui, Maruja, fui, las cosas han cambiado desde entonces.

—De acuerdo, pero algo más sabrás que nosotros, cuéntanos tu punto de vista, acláranos la cuestión.

—Vosotros lo habéis querido: hay que empezar por Mesopotamia.

—Coñe, eso nos llevará días.

—Si empezamos con interrupciones, lo dejo.

—Sigue, nos callamos.

—De acuerdo. En Mesopotamia —y seguramente en otros lugares— se produjo hace entre 8 y 10.000 años un hecho trascendental: los seres humanos domesticaron la agricultura y la ganadería, se encadenaron a la tierra. Hasta entonces, los alimentos iban del árbol, la carroña o la bestia cazada a la boca (del productor al consumidor), luego se inventaron los almacenes. El grano se recolectaba, se guardaba en almacenes y se distribuía. Así ha sucedido con toda clase de alimentos y enseres a lo largo de los tiempos: el almacén es un elemento intermedio imprescindible para toda actividad humana, es lo que nos permite dosificar los enseres a medida que los vamos necesitando, desde la mermelada de moras que guardamos para el invierno hasta los coches de la fábrica que agrupamos en grandes campas, para hacerlos salir a medida que los van requiriendo los distribuidores.

Ese almacenaje al que estamos acostumbrados y que tan fluido hace el curso de los elementos, en la energía eléctrica no existe. La energía eléctrica —la corriente, para entendernos—, que se produce tiene que ser consumida en el mismo instante, y al revés, la energía eléctrica que se demanda, tiene que ser producida en el mismo instante. Cuando le damos al interruptor de la luz y nos llega un chorro de corriente capaz de encenderla, alguien, en algún sitio, tiene que estar produciendo en aquel instante esa energía.

A hora imaginemos lo mismo a nivel mayor. Si en nuestro pueblo, cuando cae la noche y baja la temperatura nos ponemos de acuerdo para encender las luces y los braseros eléctricos, imaginad al tío que produce la electricidad en un sitio lejano que puede ser Barcelona, Sevilla, Francia o Marruecos, dándole a la manivela de forma desaforada para producir la energía eléctrica que le acabamos de demandar. Lo que no es posible ni admisible es que le demos a la llave de la luz cuando se nos antoje y esta no se encienda, eso no puede pasar.

Sigamos imaginando este pequeño ejemplo multiplicado por miles de miles. El pueblo se ha convertido en nación y los vecinos en millones de ciudadanos. ‘El tío de la manivela’ es un gigantesco ‘fabricante de electricidad’ que tiene que estar pendiente segundo a segundo de quien enciende una luz en cualquier sitio para darle a la manivela con el impulso suficiente.

Ya tenemos identificado al consumidor: el vecino o vecina que pone la lavadora o el horno, el ascensor que sube a los pisos, la industria que calienta el agua o mueve motores y un largo etcétera. Vamos al productor, al ‘tío de la manivela’. Está formado por muchos ‘productores’. Para producir electricidad se requiere que alguien haga girar un eje a través de un aparato, llamado generador, que la produce (el caso de las placas fotovoltaicas es asunto que ya trataremos más adelante). Cambiamos una energía en otra, porque como ya habréis oído, la energía ‘ni se crea ni se destruye’ (primer principio de la termodinámica). Cómo convertimos la energía del tipo que sea en eléctrica, os acabo de dar la pista: la energía del agua almacenada en los pantanos dejándola caer para mover las turbinas que hacen girar el eje que mueve el generador, el vapor de agua obtenido en las centrales nucleares, los aerogeneradores, los ciclos combinados de gas.

—¿Y las placas?, esas no se mueven.

—Ese es otro asunto, María. En ese caso, captamos la energía del sol y a través de un sistema placas, se la enchufamos al tío de la ‘manivela’ para que use de ella según demanda.

Introduzcamos el factor económico. El ‘tío de la manivela’ tiene que valorar donde compra la energía eléctrica para poder servirla a un precio asequible a sus clientes, que la quieren a un coste lo más barato posible. Tiene un abanico de proveedores a su disposición (hidráulica, centrales térmicas, nuclear, renovables, ciclos combinados de gas) que se la ofrecen a precios diferentes, según sus costes de producción. ‘El tío de la manivela’ tiene que ser muy astuto y hábil para, en tiempo real, ‘comprar’ a cada uno de sus proveedores la cantidad de energía necesaria para abastecer la demanda en cada instante.

—¡Pues tiene que ser un artista!

—¡Ya te digo! Ahora viene otro asunto: la distribución. La energía eléctrica se trasmite, como todos sabemos, por cables en torres enormes, para sustentar los conductores de gran tamaño que minimicen las caídas de tensión. Cuando se produce la energía en el lugar de origen, se eleva la tensión mediante transformadores, se transporta por esos cables y en el lugar de consumo se vuelve a bajar. Cuanto más amplias sean las redes de distribución, más amplio será el ‘colchón’ que permita establecer el equilibrio entre la oferta y la demanda de electricidad en cada instante, de modo que ya no basta la red nacional, sino que las redes se hacen internacionales. En nuestro caso, estamos conectados con nuestros vecinos franceses, marroquíes y portugueses, estos a su vez, estarán conectados con otros, de modo que si se produce una incidencia en cualquier lugar de esa enorme red, ‘el tio de la manivela’ tiene que estar atento, segundo a segundo, para ‘comprarle’ a otro proveedor la energía necesaria para subsanar el problema.

—Pues es complicado el asunto.

—Mucho. Cuando las cosas van bien, no nos enteramos, creemos que todo está en buenas manos y nos parece lo más natural que cuando le damos al interruptor, la bombilla se encienda, y si no se enciende, ya estamos con el apagón y nos apresuramos a comprar papel higiénico.

—Te ha quedado lo de las renovables.

—Ese es otro asunto y no menor: el análisis de las fuentes de energía y su facilidad para dar respuesta ágil a la demanda instantánea. Para eso están los técnicos y los políticos. Todas las fuentes tienen sus pros y sus contras, quizás la menos contaminante sea la hidráulica, pero depende del sistema hidrológico de cada país, si hay poca agua hay que dosificarla; la nuclear es limpia en el uso, pero hay que desprenderse de los residuos radioactivos y de su peligro; el gas natural es poco contaminante, pero depende de los recursos de cada país, el que no tiene gas, se ve obligado a comprarlo por oleoductos o barcos; la eólica y la fotovoltaica son limpias, pero sus residuos son contaminantes y poco reciclables. Hay que considerar también la capacidad de respuesta instantánea de cada una de las fuentes, que son diferentes.

Imagínenos lo complejo que es gestionar todos esos elementos y las enormes medidas tecnológicas y de seguridad que deben estar establecidas para que un apagón —un cero energético, como dicen los expertos— no se produzca más que en casos excepcionales. Lo estúpido es utilizar estos fallos del sistema para entrar en debates estériles entre nucleares y renovables o cualquiera otras. Al final, dependemos de la política energética de cada país.

—O sea, en manos de los políticos.

—Como siempre.

 


2 comentarios:

  1. "Como siempre", así es. Tendremos que confiar en la sensatez de sus criterios, aunque no siempre nos parezcan los más atinados.

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    1. El problema es que dificilmente se puede elegir a los mejores. Nos conformamos con los menos malos. Un abrazo.

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