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martes, 30 de octubre de 2018

MAESTROS



Para los Cos, que saben de qué hablo, y en recuerdo de los muchos buenos maestros que he tenido, entre los que se distinguió D. José Cos Beamud. A los otros, hace tiempo que los he olvidado.

El buen maestro destila, como los cielos derraman agua cuando llega su momento, el conocimiento que hace florecer la tierra humana sobre la que se vierte.
Pero no todas las tierras son iguales, de forma que el agua de la sabiduría, con ser la misma, en aquellos sobre los que se derrama no obra de igual forma. Hay hermosas tierras negras de ansiosa turba, capaces de acunar, con seno exuberante, el grano hasta que en el cálido lecho lo haga fructificar convirtiéndose en árbol sobre el que vengan a posarse las aves del cielo.
Hay tierra estéril sobre la que el grano languidece dando escuálidos retoños amarillentos y miserables de madurez improbable.
Otra es la arena del desierto. Condenada a perpetua aridez de tonos amarillos, recibe unas gotas cada mucho tiempo, pero entonces ¡que festival de alegría y de vida!; Las plantas, fingidamente muertas, brotan en una exuberancia que ha de ser efímera como un suspiro, pero suficiente para ser guardada en la memoria hasta la próxima lluvia. El Ser Supremo es generoso. Hemos vivido, es suficiente.
El maestro, generador, depositario y dispensador del agua del pensamiento se manifiesta de diferentes maneras:
Algunos son como el Amazonas, de caudal inacabable, placido y profundo. Todo cuanto toca fructifica y se hace exuberante. Fluye generoso, ajeno a los accidentes, superviviente a todo, inacabable, en continua construcción. A veces un meandro de creación reciente altera el curso y construye una pequeña represa donde el agua crepita violentamente. Pero al poco, la fuerza ancestral del río arrastra los troncos apilados y el flujo sigue, como siempre, placido, profundo, inalterable.
Otros, como un arroyo de montaña, brusco y genial, explosivo y breve, intenso, de ruido insoportable. Lleno de espuma de contornos fantasmales, efímero y huidizo; su caudal se pierde entre las piedras y la humedad desaparece bajo los primeros rayos del sol. Cuando llegue el estío, desaparecerán las aguas, pero basta arañar el cauce con una ramilla, para que el agua transparente vuelva a escurrirse entre los guijarros planos. El caudal extinto, ha dejado su poso en el lecho siempre húmedo.
Otros maestros son como los Walis del desierto, cauce siempre seco, inhóspito, arenoso marcado por la huella que han dejado las serpientes temerosas de ser absorbidas por su arena fofa. Solo muy de tarde en tarde, al cabo de los años, una lluvia feroz los hincha convirtiéndolos en protagonistas crueles y destructivos por una hora. Efímera gloria sanguinaria que destruye y arrasa para volver, al poco, a su papel irrelevante durante otro largo periodo de inexistencia.
Y algunos, como un pozo que digiere todo lo que en ellos cae convirtiéndolo en el magma de información. Un agua quieta y dulce a la que solo puede tener acceso el que, tentado por la luna que se refleja en sus profundidades, lanza el caldero para cazarla. El agua surge fresca y vivificante, dejando en el que la prueba una sed permanente.




martes, 23 de octubre de 2018

PARTIDOS EMERGENTES


El Cacaseno estaba en las últimas hojas del periódico cuando llegamos. Pasó apresuradamente las páginas de anuncios de “Chicas y chicos” que siempre me parecieron impropios del primer periódico de esta región, fingió entretenerse en el artículo de Manuel Alcántara –según él lo mejor de la publicación-, y se lanzó en picado sobre Juan de la Cirila.
—Estarás contento, por fin enseñan la patita los tuyos. Vaya éxito de Vox, por lo menos diez mil personas aplaudiendo a rabiar en el mismo bastión que rojeras y podemitas hicieron antes.
—Pues mira, Cacaseno, aún no me he apuntado, pero lo estoy considerando muy seriamente. Ya era hora que se recuperara la esencia de lo que ha sido nuestra patria desde siempre y que nos dejemos de tanto libertinaje que lo único que hace es pervertir a nuestra juventud, carente de valores.
—Claro, y fuera matrimonios homosexuales, penas para transexuales, nada de libertad de culto y desfiles gay, volvamos a una grande y libre, el idioma del imperio y la unidad de destino en lo universal. Te ha faltado nombrar la momia y el yugo. ¡Y de república ni te digo!




—De tu república no me hables, mira como acabó, quemando iglesias y matando religiosos que no habían hecho mal a nadie.
—Mala cama tiene el perro –interviene Fernández- llevo oyendo hablar de las mismas cosas hace tantos años que ya me aburren. Parece que no vayamos hacia adelante, sino hacia atrás, como los cangrejos azules que han invadido el Mar Menor.
—El Cacaseno, que me pica el billete…, aduce Juan de la Cirila.
—Y tú –arremete el Cacaseno-, que parece que te hayas quedado en el siglo pasado. Lo único positivo que encuentro es que ya sabemos dónde están y cuantos son los ultramontanos. Ya tuvimos bastante represión y autocensura durante cuarenta años. Ahora es tiempo de mirar hacia adelante, no hacia atrás; de dejar que los jóvenes se ocupen de los asuntos del gobierno y de construir un país democrático y con las libertades que nosotros no tuvimos. A ver si los partidos de derecha se civilizan y arriman el hombro, que como oposición son un desastre.
—Y que los jóvenes sean una miaja cultos, educados y respetuosos, que ahora somos todos colegas y el “oye tío” o “que vais a tomar, chicos”, es lo más serio que te dice cualquier mozalbete o mozalbeta que acaba de desechar los dodotis. Se ha perdido el respeto y la educación. Y lo grave es que ha llegado hasta las altas instancias y vemos a los políticos tratarse de forma rufianesca, haciendo gala de una mala educación que sonrojaría a un babuino. Añoro los tiempos en que en las instituciones los representantes de la ciudadanía se llamaban por sus cargos (Sr. o Sra. concejal, alcalde/sa, o lo que corresponda). Ahora se tratan de pepito o marujilla cuando no por sus apodos familiares. Las formas, en mi modesta opinión, si tienen importancia.
—En eso estoy de acuerdo  pero la educación y el respeto se maman en casa, y hay casas en que la leche escasea para esos menesteres. Será cosa de educación general.
—Pues eso queremos hacer en Vox, recuperar los valores patrios, el orgullo de ser españoles, el respeto a nuestros muertos y al valle de los Caídos…
—No me jodas, Juan, que echáis un tufillo a rancio supremacista que tira de espaldas.
—Pues lo tenemos jodido. A ver quién es capaz de recuperar un poco de cordura y darle a la manivela en sentido contrario…, concluye Fernández.



martes, 16 de octubre de 2018

SUETONIO y los 60.000 MILLONES


Propician los ardores veraniegos que obligan al reposo, la relectura de textos inmortales, esos que se posponen para más adelante y que un día afortunado el azar deja caer en nuestras manos desde la estantería donde dormían el sueño de los justos. Entre otros, le ha tocado este año a Suetonio y su “Vidas de los césares”, amena “crónica rosa”’  de los emperadores romanos, desde Augusto hasta Domiciano. Siento especial debilidad por la época imperial inaugurada por Cesar, quizás porque me lo hizo estimar como estadista, pacificador, hábil político, personaje entrañable, astuto y manipulador, el libro de Robert Graves y la serie “Yo Claudio” que me parece –aún hoy- de impecable factura.
Cómodamente instalado en la hamaca, bajo el plantón macocano de amena sombra, me tiro al coleto las 723 páginas, notas incluidas, del volumen. Y en la duermevela que propician el reciente esfuerzo de la lectura y el vientecillo de levante que templa la tarde, reflexiono sobre el contenido y se aparecen a la imaginación las escenas que narra Suetonio: Sólo sufrió dos derrotas graves y vergonzosas, y las dos en Germania: las de Lolio y la de Varo. La de Varo resultó casi un desastre total, pues fueron aniquiladas tres legiones junto con su general, los legados y todas las tropas auxiliares.
Me detengo en la de Publio Quintilo Varo, (herido y avergonzado tras la derrota prefirió la espada en el vientre a la ira del emperador), que también recogen Tácito, Dión Casio y Veleyo, en el bosque de Teotoburgo, zona de la actual Westfalia, el año 9 dC. ante las tropas del caudillo Arminio. A la enorme y costosa derrota sufrida en la zona empantanada por las lluvias invernales, se añadía la afrenta de perder las águilas imperiales que campeaban al frente de las legiones XVII, XVIII y XIX.
Dice Suetonio que el emperador se mostró tan consternado, que se dejó crecer la barba y el cabello durante varios meses seguidos y de cuando en cuando golpeaba su cabeza contra las puertas gritando “¡Quintilio Varo, devuélveme las legiones!; y que consideró  todos los años el día de aquel desastre como un día triste y siniestro.
*
En la ensoñación que el relax propicia, me imagino interpelando a mis dirigentes acerca de los 60.000 millones (que en parte –aunque pequeña- han salido también de mi bolsillo), para tapar los agujeros de la banca, que ahora se refocila con sustanciosos beneficios. Recuerdo las palabras del señor Rajoy: “El préstamo a la banca, lo devolverá la banca”. Y le grito en sueños al actual presidente: “¡haz que nos devuelvan nuestros 60.000 millones!”







domingo, 7 de octubre de 2018

CARTA DE UNA AMIGA MUY QUERIDA


 Son momentos dolorosos, la separación forzosa a que la vida nos tiene encadenados desde el nacimiento siempre lo es. Pero no me gustaría que sufrierais mi ausencia más allá de lo que el natural duelo impone. No somos gente de lágrima fácil.
Sí quiero que me recordéis como nosotros recordamos a nuestros antepasados cuando llegamos a una edad parecida a la de sus últimos tiempos. En algún sitio leí durante mis años universitarios que los antiguos griegos aseguraban que la verdadera muerte es el olvido. Quizás por eso se afanaron en producir las iliadas y odiseas que entonces nos parecían tan plastas. Ellas nos han acompañado hasta hoy y puede que sigan entre nosotros durante muchos siglos más.
Sabed que me habéis hecho muy feliz, los cuatro. Vuestro padre y yo os fuimos recibiendo con la gran ilusión del amor fructificado. Asistimos, con la sorpresa de lo nuevo, a vuestras primeras travesuras y a las pequeñas tragedias domésticas, como aquel incendio chimenil de Miquelturra que tantas veces hemos comentado en las inolvidables cenas de fin de año, ante los troncos ardientes, rodeados de entrañables hermanos y amigos.
He gozado durante muchos años de vuestra compañía. ¡Pasé tantos días felices entre vosotros! Tengo memoria de las comidas cotidianas –no quiero extenderme, por modestia, sobre mis arroces al forn con receta de vuestra abuela que tantos parabienes concitaron-, y de vuestros noviazgos -que casi hemos compartido. He disfrutado cuidando mis plantas agradecidas y con el zoológico que montó vuestro padre cuando se dedicó, con la pasión unidireccional que lo caracteriza, a la cría de animales exóticos, cabras y burra incluidos; amén de los numerosos perros –a veces gigantescos- que trotaban escandalizando el jardín. Seguro que algunos pajarillos que aún lo sobrevuelan, recordarán cómo los sacamos adelante cebándolos cada dos horas en el nido improvisado de nuestra mesilla de noche. La vida en el molino de Alfatego fue venturosa, nos alimentó con una suerte de ambrosía que recordaremos para siempre.

Aprovechad el tiempo, que pasa muy deprisa. Recuerdo como si fuera ayer la primera comunión de vuestros tíos Rafael y Antonio, los trajecitos azules de marinero, cosidos en casa, y las gorras con los letreros “Churruca” y “Lepanto”; a mi hermana Pilar llevándonos a ‘los pequeños’ de paseo a Santo Domingo, y a ‘mi Lauri’ como la llamaba mi padre. Ya entonces era la guapa de la familia y luego fue el ángel cuidador que llevo para siempre en mi corazón. Veo el belén anual que mi madre componía, con sus papeles de plata simulando cantarines arroyuelos, a la entrada de la casa de Peligros en la que se desarrolló nuestra infancia. En el despacho vecino el padre se esforzaba en enseñar a escribir a máquina, bajo el cuadro de las palomas, a Antonio y Rafael en las monstruosas Underwood. En el sofá del recibidor, el abuelo Silvestre escribía misteriosas notas que nadie leería jamás, sonriendo con el crotorar de cigüeña que le proporcionaba su cantarina dentadura postiza, fabricada en origen para fauces más potentes.
Recuerdo mis años de deportista de élite que afronté con el afán de complacer a mi padre, siempre exigente, y los triunfos que celebré desde el punto de vista deportivo sin que –está mal que lo diga, pero lo digo- alteraran mi ánimo, siempre discreto y hasta vergonzoso. Mientras, Eduardo se enfrentaba a las oposiciones por las que tuvimos que pasar ambos, él con la ventaja de disponer de la compañía de la tortuga amiga y el divertimento de someter al suplicio de la gota malaya al barbero del piso de abajo.  La mejor cosecha de aquellos tiempos esforzados habéis sido los tres. Un motivo más para sentirme orgullosa.
He tenido la suerte –hemos tenido la suerte- de acompañar a mi madre y a Amanda Mayor hasta sus últimos días, la misma que yo he tenido con vosotros y con algunos de nuestros amigos más queridos.

Claro que me hubiera gustado estar unos cuantos años más con vosotros en mi amado molino -cualquier tiempo es precipitado para morir-, pero quien sea que haya diseñado nuestro destino, es implacable. Nuestras vidas son, sencillamente, “los ríos que van a dar a la mar”, y allí descanso para siempre, además de en vuestra memoria y en la de todos los que me han querido y me han hecho los últimos tiempos soportables y llenos de ternura.
Recordad siempre que os quiero.




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