Es un pueblo de la Vega Media del Segura donde suceden las mismas cosas que en los demás pueblos. Fernández el conciliador, el Cacaseno admirador de Lenin, Juan de la Cirila devoto del PP, María “la Tutuvía” activista, y el doctor Mateo de forma ocasional, dialogan en sus desayunos del Hogar del Pensionista. Yo escucho.
María estaba absorta sobre el periódico al lado de su tostada y el café con leche. Con las gafas de presbicia en la punta de la nariz, seguía con el índice las letras mientras los labios deletreaban en silencio.
—¿Estás rezando el periódico?, dijo el Cacaseno que se había
acercado con sigilo, al tiempo que hacía un gesto al muchacho del Hogar del
Pensionista para que le pusiera “lo suyo”.
—No te rías, piazo bruto. Si hubieras tenido que dejar la escuela
a los ocho años para ir a servir como una, no sabrías las cuatro reglas que
sabes.
—Haya paz, tercia Fernández que llega con Juan de la Cirila.
Bastante tenemos con la desgracia de Valencia, el absurdo de las elecciones
americanas y por si fuera poco el lío que se ha montado en el pueblo con que si
planta de gas sí o planta de gas no. Lo del Trump es una desdicha que traerá
cola. Lo de Valencia, una desgracia anunciada. Se han juntado el hambre con las
ganas de comer. El cambio climático que estamos propiciando con la insensatez
universal y un desarrollo urbanístico lleno de despropósitos han pasado
factura. Las catástrofes debidas a la lluvia son tan antiguas como el mundo,
empezando por la epopeya de Gilgamesh y llegando al Diluvio universal de la
Biblia. Solo que entonces no había viviendas en los cauces de las ramblas ni
coches que las taponaran en caso de avenida.
—No te remontes tanto, Fernández, que siempre sales por peteneras.
—Esa es la pura verdad, tío Juan, recuerda el dicho de nuestros
abuelos “cuando el agua llega trae las escrituras bajo el brazo”. Lo que a ti
te pica es la mala gestión que han hecho los de tu partido en esa Comunidad
autónoma que era la competente, por lo menos antes de que el Gobierno del país
tomara cartas en el asunto.
—Es un tema tan serio y tan doloroso que más vale aplicarse ahora
en echarles una mano, cada uno en la medida que pueda, esperar a que se
remedien los males de tanta gente y sobre todo que se tomen medidas para el
futuro. Vamos a intentar resolver nuestros problemas inmediatos y así
colaboraremos a los de todos, ¿no Fernandez?
—Que razón tienes, María. No te referirás por un casual al asunto
del biogás.
—Eso al parecer ya está resuelto. El alcalde ha dicho por activa y
por pasiva que mientras él lo sea, en Santomera no hay planta de biogás.
—No es por contradecirte, María, seamos cautos. Recuerda que el
presidente Lopez Miras aseguró que en la región iban tres plantas, San Javier,
Las Torres de Cotillas y Santomera. Cuando el hombre lo dijo algún peso debe de
tener en el Gobierno Regional. Hasta que lo dicho por el alcalde no lo vea yo
en algún papelorio o lo escuche en una declaración en Pleno Municipal, veo la
pelota en el tejado.
—Tampoco hay que ser tan mal pensado, Cacaseno. El alcalde es
hombre de palabra.
—No digo que no, tío Juan, pero estarás conmigo en que la política
es lo que es y sus actores no son ríos ni fuentes y se suelen volver atrás con
facilidad. No hace tanto un consejero de esta Comunidad proponía retirar los
mapas de inundabilidad de la Confederación diciendo que “dentro de poco no se
va a poder construir en ningún sitio”. Y se quedó tan pancho.
—Imagino que a estas alturas se lo habrá pensado mejor el hombre, dice
Juan de la Cirila.
—Tiene razón el Cacaseno —dice María—, si el alcalde le hubiera
hecho notar a su jefe que este municipio y seguramente los otros dos eran los
menos adecuados para la instalación de esas plantas, nos hubiéramos ahorrado
muchos disgustos y mucha bronca popular como en Las Torres. Esperemos que este
problema que nos afecta más de cerca esté en vías de solución. Lo de los
americanos y nuestros vecinos de Valencia va para más largo, por desgracia.
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