Propician los ardores veraniegos
que obligan al reposo, la relectura de textos inmortales, esos que se posponen para
más adelante y que un día afortunado el azar deja caer en nuestras manos desde
la estantería donde dormían el sueño de los justos. Entre otros, le ha tocado
este año a Suetonio y su “Vidas de los césares”, amena “crónica rosa”’ de los emperadores romanos, desde Augusto
hasta Domiciano. Siento especial debilidad por la época imperial inaugurada por
Cesar, quizás porque me lo hizo estimar como estadista, pacificador, hábil
político, personaje entrañable, astuto y manipulador, el libro de Robert Graves
y la serie “Yo Claudio” que me parece –aún hoy- de impecable factura.
Cómodamente instalado en la hamaca,
bajo el plantón macocano de amena sombra, me tiro al coleto las 723 páginas,
notas incluidas, del volumen. Y en la duermevela que propician el reciente
esfuerzo de la lectura y el vientecillo de levante que templa la tarde,
reflexiono sobre el contenido y se aparecen a la imaginación las escenas que
narra Suetonio: Sólo sufrió dos derrotas
graves y vergonzosas, y las dos en
Germania: las de Lolio y la de Varo. La de Varo resultó casi un desastre total,
pues fueron aniquiladas tres legiones junto con su general, los legados y todas
las tropas auxiliares.
Me detengo en la de Publio Quintilo
Varo, (herido y avergonzado tras la derrota prefirió la espada en el vientre a
la ira del emperador), que también recogen Tácito, Dión Casio y Veleyo, en el
bosque de Teotoburgo, zona de la actual Westfalia, el año 9 dC. ante las tropas
del caudillo Arminio. A la enorme y costosa derrota sufrida en la zona
empantanada por las lluvias invernales, se añadía la afrenta de perder las
águilas imperiales que campeaban al frente de las legiones XVII, XVIII y XIX.
Dice Suetonio que el emperador se mostró tan consternado, que se dejó
crecer la barba y el cabello durante varios meses seguidos y de cuando en
cuando golpeaba su cabeza contra las puertas gritando “¡Quintilio Varo, devuélveme
las legiones!; y que consideró todos los años el día de aquel desastre como
un día triste y siniestro.
*
En la ensoñación que el relax
propicia, me imagino interpelando a mis dirigentes acerca de los 60.000
millones (que en parte –aunque pequeña- han salido también de mi bolsillo),
para tapar los agujeros de la banca, que ahora se refocila con sustanciosos
beneficios. Recuerdo las palabras del señor Rajoy: “El préstamo a la banca, lo
devolverá la banca”. Y le grito en sueños al actual presidente: “¡haz que nos
devuelvan nuestros 60.000 millones!”
Hola, Mariano
ResponderEliminarYo no la leí con ese título: «Vidas de los césares», la buena edición que tú has leído, según veo en la ilustración de tu artículo; la versión que yo leí se titulaba «Los doce césares» —de Suetonio, claro—, y me gustó mucho, y la aproveché. Tiempo después, lo que había aprendido con aquella lectura me sirvió para la realización de un examen en la universidad.
Estudiaba primero de comunes y me encontraba una tarde tranquila-mente tomando café cuando un compañero me preguntó si es que no pensaba hacer el examen de historia universal para el que faltaban unos minutos. Le contesté que no había estudiado nada, que no pensaba siquiera entrar al aula; me dijo entonces que el profesor solía poner siempre la misma pregunta: «La dinastía Julio Claudia». Así que me lo pensé y, recordando la lectura de la obra de Suetonio, me dije que, des-de luego, algo sabía sobre la famosa dinastía. Entré al examen, lo hice y me salió bien: un notable.
Un abrazo.
Supongo que conoces la obra de Graves y la serie de televisión, a mi me fascinan ambos y les doy un repaso periodicamente. Otro para ti.
EliminarDe todas formas, como has visto, aquí intentaba rememorar el suceso de Teotoburgo para arrimar el ascua a la sardina de nuestras actuales desgracias económicas, aunque con la desesperanza habitual. La historia, no es que se repita, sino que es siempre la misma.
Eliminar