Nunca he creído en fantasmas ni en cosas parecidas. Me
molestan las historias tétricas de misterios inventados, buenas solamente para
atemorizar a los niños o acobardar espíritus pusilánimes. La realidad es la que
es, lo demás son inventos, fantasías de mentes calenturientas. Los fantasmas no
existen y no hay más misterios que el de la Trinidad. Eso si es un misterio, y
gordo.
Así he pensado siempre, pero desde hace un tiempo a
esta parte, me vienen sucediendo ciertos fenómenos que me inducen a cambiar de
parecer.
Me explico: nuestra casa es un remanso de paz
perfectamente ordenado. El hecho de vivir solos desde que todos nuestros hijos
salieron del nido para volver esporádicamente a comer los domingos, o a que les
cosiéramos el botón de una camisa de vez en cuando, hace que nos hayamos vuelto
ligeramente maniáticos y quizás excesivamente ordenados, lo reconozco. Cada uno
de los muchos objetos que nos rodean (la mayoría de ellos prescindibles) ocupa
un lugar en el espacio y no cualquier otro. De tal manera que, si por alguna circunstancia alguien lo cambia de sitio, aunque esté situado en la vecindad que
ocupó primero, me resulta tan difícil de encontrar como si, por alguna extraña
razón, hubiera emigrado a las Aleutianas.
Pues bien, con sospechosa frecuencia, me resulta
difícil encontrar las gafas que dejé –seguro- en tal sitio, o las llaves que
siempre cuelgo en el mismo clavo, o las zapatillas que inexorablemente deposito
en mi lado de la cama. Un ente
misterioso enciende de nuevo el fuego de la cocina que –estoy seguro- había
apagado al terminar la tortilla francesa, o acciona el interruptor de la luz
del comedor que dejé a oscuras, o levanta la tapa del váter que yo había bajado
como siempre; es como si alguien se entretuviera en hacerme barrabasadas
infantiles. No tengo más remedio que sospechar de algún genio, fantasma o djin se ha instalado en nuestro hogar y
se entretiene en hacernos esas pequeñas travesuras a mi esposa y a mí.
Después de darle muchas vueltas e intentar
sorprenderlo por todos los rincones de la casa, he llegado a la conclusión de
que se trata de un hombre viejo, medio desdentado y calvo que algunas mañanas
se asoma a mi espejo del cuarto de baño, sorpresivamente, sin darme tiempo a
colocarme las gafas.
Es muy bueno... Yo también le conozco, ese ser del espejo, me visita a menudo, es mi compañía desde hace tiempo, pasa por mi lado y no me saluda.. Ese ente que habita en el espejo... Muy bueno un aaludo
ResponderEliminarEs muy bueno... Yo también le conozco, ese ser del espejo, me visita a menudo, es mi compañía desde hace tiempo, pasa por mi lado y no me saluda.. Ese ente que habita en el espejo... Muy bueno un aaludo
ResponderEliminarJa, ja, seguro que acaba siendo como un segundo yo, es un personaje entrañable!
EliminarMuy bueno, Mariano. Muy bueno. Yo deje de encontrame con el "fantasma" hace tiempo. Me rasuro (es un decir) "al palpo".....
ResponderEliminarUn abrazo.
Ja, ja, Nicolás, tenemos amigos comunes!
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