Para mi amigo Blas, irreductible amante
de la naturaleza, que esa noche se inundó de luna.
‘Luna
lunera, cascabelera’, decía el poeta que no vivió bastante para observarte en
el cielo, aunque tenía imaginación suficiente para inventarte vecina a la
fragua con un polisón de nardos. Yo sí pude verte, y eché de menos al
granadino, con la tristeza de quien compadece una muerte prematura aunque sea
lejana.
Te vi, hace
ya 72 años, la última vez que estuviste por aquí. Puede que me recuerdes: un
niño de pocos meses, gordezuelo de leche condensada, durmiendo plácidamente
mientras iluminabas con tus rayos blancos la carita rosada y plácida. Han tenido que pasar todos estos años para
que te olvidara, pero al verte hoy, tan redonda y amarilla, el recuerdo dormido
se ha abierto paso hasta mi corazón como una saeta. Eres la misma, la de
siempre, la que apareces periódicamente para auscultar el pulmón de la
humanidad, la que se retira discretamente hasta la próxima ocasión sin
decepción ni esperanza. Estas hormigas no cambian. Siempre con sus pequeñas
miserias, guerras, y religiones que no paran de inventar dioses ficticios,
buscando sin encontrar jamás. Fingiendo unir a los hombres sin lograr otra cosa
que separarlos, porque están destinados a la barbarie y la extinción.
Decepcionantes visitas las tuyas, programadas por el espíritu inescrutable del
universo.
Pero no
pierdes la esperanza. Gota minúscula, apenas visible en el marasmo de galaxias
y planetas, la Tierra sigue su ritmo enloquecido, una vuelta cada día, otra
cada año, arrasada por la especie dominante siempre en aumento, insensible al
palpito caliente del polvo que pisa sin conciencia.
¡Cuantos
siglos almacenados en tu memoria! Dicen los astrólogos que antes de que fuéramos
humanos, tú ya estabas. Y cuando aparecimos en forma de minúsculas gotas de
agua; cada vez que volvías, hubo algo nuevo: los anfibios, los peces y los
quelonios. Después los reptiles que exploraban la tierra, y los dinosaurios que
corrieron, navegaron y poblaron los aires, con sangre caliente y fría según
conviniera. No sé si estarías cerca cuando lo del meteorito del Yucatán. A lo
mejor en tus visitas posteriores encontraste a nuestros abuelos mamíferos, y
luego nos vistes saltando de rama en rama para por fin, conquistar la tierra y
eliminar a cuantos nos hacían competencia.
Te imagino
expectante, un poco desolada a cada nueva visita. ‘¿Que habrán perpetrado esta
vez? ¿Nuevas guerras? ¿Renovadas injusticias? ¿Dioses enemigos de todo lo
anterior?’ Áspero destino el tuyo, nuevo Sísifo obligada una y otra vez a
remontar la cima inalcanzable, fuente de decepciones sin cuento.
Se me antoja
que este será nuestro último encuentro (dicen que no volverás por aquí hasta
2034), pero no quiero que el postrer mensaje sea de desesperanza. Aún es
posible que los hombres recapaciten sobre su ciego destino sin objeto, y se
tiendan la mano, siquiera reconociéndose como miembros de la misma especie, por
encima de ideas, políticas, y religiones. Yo no lo veré, pero tú, vieja amiga, puede
que sí. Tienes el tiempo infinito por delante.
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