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jueves, 8 de mayo de 2025

CONCILIOS Y CÓNCLAVES

Llevamos unos días inmersos en el conclave, fase obligada por la muerte del ultimo pontífice, con película premonitoria incluida. La Iglesia se moviliza, los cardenales acuden desde los cuatro puntos cardinales para optar al puesto de ‘Primus inter pares’ que habrán de elegir entre ellos.

Los prelados de la Iglesia Católica vienen reuniéndose en asambleas ecuménicas llamadas concilios y conclaves, bien para tratar de asuntos organizativos y de fe, bien para elegir al cabeza de la Iglesia en caso de defunción del anterior, siguiendo el modelo heredado del Imperio Romano.

La trayectoria de la Iglesia ha tenido importancia decisiva en el transcurso de los acontecimientos de Europa y su sello indeleble está impreso en nuestra cultura judeo-cristiana.

El primer concilio fue el convocado por el emperador Constantino en Nicea el año 325, presidido por el obispo Osio de Córdoba en ausencia del entonces pontífice Silvestre, de avanzada edad. Su objetivo era condenar el arrianismo, doctrina herética surgida como rama desgajada de la joven Iglesia Romana.

Es fenómeno común a todas las religiones que, desde sus comienzos surjan ramas disidentes que se apartan del tronco principal, apellidándose a sí mismas verdaderas y motejando a las otras de sectas, denominación que irá adquiriendo peso en función del número de adeptos.

Otro concilio digno de recordar, el llamado ‘Concilio Cadavérico’ celebrado en san Juan de Letrán el año 897 en el que el papa Esteban VI acusó a su antecesor, Formoso —Papa Bonifacio VI—, de haber accedido al papado de forma ilegal. El concilio concluyó con la declaración de culpabilidad de Formoso, cuyo cadáver fue desenterrado a los nueve meses, revestido con sus atributos papales y colocado en su trono para que asistiera a las deliberaciones del concilio. Una vez reconocida su culpabilidad se le amputaron los tres dedos de dar bendiciones y se arrojó lo que quedaba de él al Tiber.

A la vista de que la elección de los papas dependía de los poderosos de la tierra y estaba mediatizada por sus querellas y ambiciones, tan poco acordes con la misión espiritual de los pastores de almas, en el año 1059 por la bula In nomine Domini, el papa Nicolás II estableció a los miembros del colegio cardenalicio como únicos electores del pontífice romano. El papa Gregorio X, en 1274 promulgó en 1276 la constitución Ubi periculum en la que se fijaban las estrictas normas que habrían de mantenerse durante el proceso: los postulantes se reunirían en un área cerrada, con un solo servidor, la frugal comida se suministraría a través de un ventanuco, tras el tercer día recibirían un solo plato, tras el quinto, únicamente pan y agua. Durante el cónclave dejarían de percibir sus ingresos eclesiásticos.

Uno de los conclaves más pintorescos fue del de Lyon, en el año 1314 que recoge Maurice Druon en su serie Los reyes malditos. Si se hubieran seguido las normas de Gregorio X, los cardenales (para entonces 24) se hubieran reunido, a la muerte de Clemente V en el palacio episcopal de Carpentras, pero intervinieron los reyes Felipe IV ‘el Hermoso’ y su hijo y sucesor, Luis X para que la reunión se produjera en Lyon. El destino, que todo lo altera, hizo que también muriera Luis, y su hermano, que lo sucedió a título de Felipe V, harto de las intrigas cardenalicias, encerró a los purpurados en el convento dominico de Lyon amenazándoles con quitarles la comida, y el tejado del convento para facilitar la tarea del Espíritu Santo, si no llegaban pronto a un acuerdo. La medida surtió efecto y los purpurados optaron por elegir a Juan Jacobo Duezé, un anciano de 72 años, consagrado como Juan XXII dos años después de iniciarse el conclave, con la esperanza de que habría de durar poco y de nuevo podrían reanudarse las negociaciones entre, franceses, Orsini y Colonna.

El papa se instaló en Aviñón, donde favoreció los intereses de Francia y del rey de Nápoles hasta su muerte en 1334 a los 90 años, de donde se deduce que lo de las edades y la permanencia en el papado son cosas relativas. Un antecesor suyo, Juan XII accedió al papado a los 18 años y fue papa durante 9 (955-964).

Ahora se reúnen los 133 prelados venidos de todo el mundo en la Capilla Sixtina para elegir de entre ellos el que mejores características presente para dirigir los destinos de la organización y adaptarla a los tiempos que corren, siempre dentro de los principios inamovibles de una doctrina fijada hace siglos. Son papables entre los 60 y los 80 años.

Esperemos que la rígida norma del papa Gregorio se haya dulcificado permitiendo el acceso a condiciones más confortables, y que el Espíritu Santo guie sus intenciones en la buena dirección.

La fumata blanca será recibida con alborozo por sus incondicionales seguidores.

4 comentarios:

  1. Lo del concilio cadavérico es de traca. En Portugal saben también algo de eso...

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    1. Si, la historia esconde recovecos sorprendentes. Ignoro lo de Portugal...

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  2. Mariano soy Jose Luis Martin, me han gustado las curiosidades que cuentas sobre los Papas sigue ilustrandonos con tu buen hacer. Un abrazo

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  3. Muchas gracias, JL. seguiremos en la brecha mientras la pluma se aguante. Me alegra verte por aquí. Un abrazo agradecido.

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