Llevamos unos días inmersos en el conclave, fase obligada por la muerte del ultimo pontífice, con película premonitoria incluida. La Iglesia se moviliza, los cardenales acuden desde los cuatro puntos cardinales para optar al puesto de ‘Primus inter pares’ que habrán de elegir entre ellos.
Los
prelados de la Iglesia Católica vienen reuniéndose en asambleas ecuménicas
llamadas concilios y conclaves, bien para tratar de asuntos organizativos y de
fe, bien para elegir al cabeza de la Iglesia en caso de defunción del anterior,
siguiendo el modelo heredado del Imperio Romano.
La trayectoria
de la Iglesia ha tenido importancia decisiva en el transcurso de los
acontecimientos de Europa y su sello indeleble está impreso en nuestra cultura
judeo-cristiana.
El
primer concilio fue el convocado por el emperador Constantino en Nicea el año
325, presidido por el obispo Osio de Córdoba en ausencia del entonces pontífice
Silvestre, de avanzada edad. Su objetivo era condenar el arrianismo, doctrina
herética surgida como rama desgajada de la joven Iglesia Romana.
Es
fenómeno común a todas las religiones que, desde sus comienzos surjan ramas
disidentes que se apartan del tronco principal, apellidándose a sí mismas
verdaderas y motejando a las otras de sectas, denominación que irá adquiriendo
peso en función del número de adeptos.
Otro
concilio digno de recordar, el llamado ‘Concilio Cadavérico’ celebrado en san
Juan de Letrán el año 897 en el que el papa Esteban VI acusó a su antecesor,
Formoso —Papa Bonifacio VI—, de haber accedido al papado de forma ilegal. El
concilio concluyó con la declaración de culpabilidad de Formoso, cuyo cadáver
fue desenterrado a los nueve meses, revestido con sus atributos papales y colocado
en su trono para que asistiera a las deliberaciones del concilio. Una vez
reconocida su culpabilidad se le amputaron los tres dedos de dar bendiciones y
se arrojó lo que quedaba de él al Tiber.
A la
vista de que la elección de los papas dependía de los poderosos de la tierra y
estaba mediatizada por sus querellas y ambiciones, tan poco acordes con la
misión espiritual de los pastores de almas, en el año 1059 por la bula In nomine Domini, el papa Nicolás II
estableció a los miembros del colegio cardenalicio como únicos electores del
pontífice romano. El papa Gregorio X, en 1274 promulgó en 1276 la constitución Ubi periculum en la que se fijaban las
estrictas normas que habrían de mantenerse durante el proceso: los postulantes se
reunirían en un área cerrada, con un solo servidor, la frugal comida se
suministraría a través de un ventanuco, tras el tercer día recibirían un solo
plato, tras el quinto, únicamente pan y agua. Durante el cónclave dejarían de
percibir sus ingresos eclesiásticos.
Uno
de los conclaves más pintorescos fue del de Lyon, en el año 1314 que recoge Maurice
Druon en su serie Los reyes malditos.
Si se hubieran seguido las normas de Gregorio X, los cardenales (para
entonces 24) se hubieran reunido, a la muerte de Clemente V en el palacio
episcopal de Carpentras, pero intervinieron los reyes Felipe IV ‘el Hermoso’ y
su hijo y sucesor, Luis X para que la reunión se produjera en Lyon. El destino,
que todo lo altera, hizo que también muriera Luis, y su hermano, que lo sucedió
a título de Felipe V, harto de las intrigas cardenalicias, encerró a los purpurados
en el convento dominico de Lyon amenazándoles con quitarles la comida, y el
tejado del convento para facilitar la tarea del Espíritu Santo, si no llegaban
pronto a un acuerdo. La medida surtió efecto y los purpurados optaron por
elegir a Juan Jacobo Duezé, un anciano de 72 años, consagrado como Juan XXII
dos años después de iniciarse el conclave, con la esperanza de que habría de
durar poco y de nuevo podrían reanudarse las negociaciones entre, franceses,
Orsini y Colonna.
El papa se instaló en Aviñón, donde favoreció los intereses de Francia y
del rey de Nápoles hasta su muerte en 1334 a los 90 años, de donde se deduce
que lo de las edades y la permanencia en el papado son cosas relativas. Un
antecesor suyo, Juan XII accedió al papado a los 18 años y fue papa durante 9
(955-964).
Ahora
se reúnen los 133 prelados venidos de todo el mundo en la Capilla Sixtina para
elegir de entre ellos el que mejores características presente para dirigir los
destinos de la organización y adaptarla a los tiempos que corren, siempre
dentro de los principios inamovibles de una doctrina fijada hace siglos. Son papables
entre los 60 y los 80 años.
Esperemos
que la rígida norma del papa Gregorio se haya dulcificado permitiendo el acceso
a condiciones más confortables, y que el Espíritu Santo guie sus intenciones en
la buena dirección.
La fumata
blanca será recibida con alborozo por sus incondicionales seguidores.
Lo del concilio cadavérico es de traca. En Portugal saben también algo de eso...
ResponderEliminarSi, la historia esconde recovecos sorprendentes. Ignoro lo de Portugal...
EliminarMariano soy Jose Luis Martin, me han gustado las curiosidades que cuentas sobre los Papas sigue ilustrandonos con tu buen hacer. Un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias, JL. seguiremos en la brecha mientras la pluma se aguante. Me alegra verte por aquí. Un abrazo agradecido.
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