La historia de los godos en nuestro país, ha pasado a los libros de texto de un modo difuminado, quizás apantallada entre los romanos que los precedieron y los sirios y magrebíes que los desalojaron. Un recuerdo reflexivo sobre las peculiaridades de su reinado quizás resulte pertinente.
Desde el año 400, en la Galia se sucedían los
emperadores romanos con inusitada rapidez. La población, formada por francos,
burgundios, hunos, godos, suevos, vándalos y alanos…, apoyaba a unos u otros
según sus conveniencias les dictaran. El emperador de oriente, Honorio, tuvo la
idea de emplear al rey de los godos, Ataulfo (primero de aquella lista de reyes
godos que los de mi generación tuvimos que imprimir de forma indeleble en
nuestras jóvenes seseras), para hacerle el trabajo de despejar la Galia de
indeseables. Ataulfo lo hizo a pedir de boca y se convirtió en el mandamás del
imperio de occidente, fijando su residencia en Narbona y desposando a Gala Placida,
hermana del emperador, tomada como rehén en el saqueo de Roma del año 410 por
Alarico. Visto el éxito obtenido por Ataulfo en la misión que le había
encomendado, Honorio quiso hacer lo mismo con Hispania, a donde dirigió a
Ataulfo (Lobo Noble para los amigos) y sus muchachos en el año 415.
Y ahí empieza uno de los jalones más extraños y
originales en la historia del pueblo godo: la aparición del morbus gothorum, como lo llamaría el
cronista pseudo Fredegario, o morbo gótico,
dicho en lenguaje más coloquial. A poco de instalarse, Ataulfo fue asesinado en
Barcelona por uno de sus clientes, al parecer descontento por algún feo que el
rey le había hecho. Le sucedió Sigerico, que sufrió la misma suerte poco
después, y una troupe de reyes que tuvieron el mismo fin, (hasta llegar a
Wamba, último de ellos antes de D. Rodrigo. Con este último se pondría fin al
reino visigodo en España y daría comienzo al periodo musulmán en el año 711.
En puridad, Wamba no fue asesinado, sino depuesto por
el curioso procedimiento de ‘la tonsura’. En uno de los habítales banquetes,
alguno de sus allegados le suministró un bebedizo con un hipnótico llamado
esparteína. Sumido Wamba en el lógico estupor, los nobles que lo veían más allá
que acá, se apresuraron a solicitar para él la confesión, que entonces incluía
tonsura y habito talar. Cuando el rey Wamba se recuperó, ya era tarde: la ley
visigoda estipulaba que un religioso tonsurado no podía reinar.
*
A la vista de los acontecimientos que se dan en la
actualidad en algunos de los principales partidos de nuestro país, uno se
pregunta si realmente el morbus gothorum,
pertenece solamente a la historia pasada.
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