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martes, 27 de enero de 2015

BLASFEMIAS












Relata Manolo Meseguer 
(http://manuelmariameseguer.blogspot.com.es/2015/01/el-segundo-mandamiento-un-amigo.html), que uno de sus conocidos musulmanes, afeaba el hecho de las portadas de Charlie Hebdo teniendo en cuenta que en su religión la representacion de figuras sagradas está proscrita, incluso penada por la ley en las naciones que tienen la Sharia como código civil. Y que solo los dibujos de esos personajes ya constituyen, a su modo de ver, una blasfemia.
A ese tenor, recuerda Manolo la prohibición bajo pena de multa que existió -hasta no hace tanto tiempo-, en muchos lugares públicos de nuestro país, dada la inveterada costumbre de sus habitantes a los sonoros mecagondios ante cualquier nimio contratiempo.
Y me llevan semejantes comentarios, y otros muchos que en estos últimos días he leído, a la esencial reflexión de que la blasfemia, o el simple hecho de citar el nombre de dios en vano como dice la religión católica, ha de ser punto censurable para los creyentes de esa religión concreta, no así para los de otra diferente y menos para los que no tengan ninguna, que los hay.
Por tanto, y a diferencia de los tiempos inquisitoriales de este país en los que la pureza de la práctica religiosa era exigida a todos los ciudadanos sin distinción de opiniones ni creencias, en el actual contexto, habremos de aceptar que sean blasfemos (pongo por caso) los practicantes o dados de alta en la religión de que se trate y no el resto. ¿Cómo se puede ofender a criatura alguna de cuya existencia no se está seguro o se niega directamente? Parece un contrasentido. Y ¿cómo puede sentirse ofendido nadie porque se nombre en vano (o de forma irrespetuosa u ofensiva) a un dios que tiene herramientas suficientes para responder a la provocación y no se molesta en hacerlo? Probablemente no le afectan demasiado esos irrelevantes comentarios.
Un ejemplo, supongamos que alguien cita en vano a Orus o a Anubis, afeándoles su mirada de halcón peregrino al primero y su aspecto de zorro necrófago al segundo. No parece probable que ningún seguidor de la religión egipcia vaya a sentirse ofendido hoy, aunque durante 3.000 años fueran esas, practicas tan vigentes como algunas de los tiempos actuales.

No se quiera desprender de lo antedicho que apoyo o siquiera justifico la blasfemia o la falta de respeto a otras creencias o dioses diferentes de los míos (si los tuviera). Son cosas que considero ofensivas, de mal gusto, particularmente ociosas y perfectamente evitables en una sociedad civilizada y respetuosa con los usos civiles, pero de ahí a sentirse tan ofendido…

martes, 20 de enero de 2015

LA MATANZA DE PEPITO

Mi amigo Pepito, en realidad se llama José Sánchez Andugar, pero en mi pueblo, que es un pueblo de motes, todo el mundo lo conoce por Pepito el Rate. Y a él le gusta, es su signo de identidad desde hace casi tantos años como tiene.
Pepito es hombre de empresa, de los luchadores desde la más tierna infancia, lo que no empece para que tenga un corazón ancho y generoso. De vez en cuando, casi siempre entrado el nuevo año, cuando el poco frío que asoma por nuestras latitudes se hace presente, convida a sus amigos a una matanza.
Dispone de local suficiente y contrata a un grupo de matachines que hacen de su trabajo un arte. Muertos los cochinos (que sin perdón así se llaman), cuyo desdichado final no presencian los asistentes por evitar soponcios en estos tiempos de sensibilidades extremas, los restos son troceados, picados, molidos, sazonados, amasados y embutidos, hasta que la última brizna de los bichos ha encontrado acomodo sin que quede rastro de lo que fueron en unas vidas que han de incorporarse a las nuestras.
Cuando llegan los invitados, el equipo de matarifes ha terminado la parte más sustancial de la tarea que comenzó casi al alba; ahora se reposan en tareas menores, embutiendo en largas tripas morcillas olorosas, morcones y blancos que irán enseguida a la caldera que bulle junto a la puerta del patio. Luego confeccionan apretados chorizos, salchichas y longanizas que secarán unos días en cañas dispuestas cabe el techo.
De tanto en tanto, los mañosos artífices animan los corazones recurriendo a un breve revuelto carretero que proporcionan las dos botellas – anís seco y vino viejo-, dispuestas sobre el obrador.
Fuera de la gran cochera que templa una enorme chimenea, sobre brasas rojizas de limonero viejo, unas rusticas parrillas que abrasan las manos de los operantes, tuestan hasta parecer de oro, pellejos y magras, lomos sonrosados, tiernos solomillos que se reservan a los jóvenes inapetentes y trozos sanguinolentos de hígado cortado a finas tiras, exquisito bocado para ultimar el festín. Unos tomates de Muchamiel y las olivas de Cieza, ponen un toque vegano al ágape tomado sobre una rustica hogaza de pan casero que destripa la navaja filosa y cachicuerna.
Ana, mientras los invitados esperan el trabajo de las brasas, ha cortado finas lonchas de un excelente jamón entreverado de tocino blanco, que aplaca por unos instantes las ansias de los convidados.
Pocas cosas igualan esa sensación campestre y amigable, una mañana de enero que anuncia lluvia bienechora, en compañía de amigos, con un buen vino que propicia las conversaciones y ensancha el ánimo.
Por si fuera poco, dan café, tortas de pascua y pastelillos de cabello.

Ya digo, Pepito el Rate es hombre generoso.

martes, 13 de enero de 2015

CHARLIE (II)

No me parece oportuno ridiculizar o atacar ninguna muestra de fervor religioso, del tipo que sea, siempre que se manifieste dentro del Estado de Derecho y de las libertades y deberes que este nos proporciona y exige. Al menos yo no lo haría, me parece una falta de respeto hacia los que piensan de forma diferente a la mía, o tienen otras creencias, sean las que sean. Que sea o no blasfemia, depende de cómo y quién lo interprete, pero me parece ocioso y tonto ofender a nadie por cualquier medio. Lo cual no empece para que desapruebe de forma tajante cualquier manifestación agresiva o violenta hacia los que tal hacen.
Sí me parecen peligrosas doctrinas que amparan, basándose en libros considerados sagrados por sus seguidores, textos como los que siguen:

·         Combatid en la senda de Dios contra los que os hagan la guerra. Pero no cometáis injusticia atacándolos primero, pues Dios no ama a los injustos. II. 186.
·         Matadles donde quiera que los halléis y expulsadles de donde ellos os hayan expulsado. La tentación de la idolatría es peor que la carnicería en la guerra. No les libréis combate junto al oratorio sagrado, a no ser que ellos os ataquen. Si lo hacen, matadlos. Tal es la recompensa de los infieles. II. 186.
·         Que los que sacrifican la vida de aquí abajo por la vida futura combatan en la senda de Dios; que sucumban o que sean vencedores, les daremos una generosa recompensa. IV.76.
Ref. EL CORAN, Edimar, Madrid, 1998.

Y otras que pueden encontrarse en este y en otros Libros Sapienciales como La Biblia, por ejemplo. Sabido es que la historia de las religiones es una historia de guerras y masacres.

·         ¡Escucha Israel! Estáis hoy para pasar el Jordán y marchar a la conquista de naciones más numerosas y más poderosas que tú; de grandes ciudades cuyas murallas se levantan hasta el cielo […] has de saber desde hoy que Yavé, tu Dios, irá Él mismo delante de ti, como fuego devorador, que Él los destruirá, los humillará ante ti, y tú los arrojarás y los destruirás pronto, como te  lo ha dicho Yavé. Dt. 9.1-3.

Ref. SAGRADA BIBLIA, BAC, Madrid, MCMLXIII, Decimocuarta edición

Lecturas como las anteriores, y otras muchas de ese estilo, que en esos libros se contienen, interpretadas por gentes ignorantes y mal adoctrinadas, conducen a fanatismos que desencadenan circunstancias aterradoras como las vividas en los últimos días en Francia.
Lo importante es comprender, y el camino de las doctrinas que ya lo tienen todo resuelto es lo menos adecuado para ello.
Me pregunto si no sería hora de que, por las autoridades religiosas a las que competa, fueran revisados esos y otros textos parecidos adaptándolos a los tiempos que corren y, en cualquier caso, desautorizando públicamente, con toda rotundidad, a los que puedan interpretarlos en su literalidad. Por el bien de todos.
Como siempre, es una cuestión de pedagogía.
Y ya que estamos de citas, me permito añadir esta del historiador Peter Watson: (El País, 11.01.2015): El fanatismo suele hallarse entre los más jóvenes e ignorantes (sobre todo hombres). Para ellos, la fe extremista es atractiva debido a que no requiere ningún trabajo o conocimiento, ofrece la promesa de resultados rápidos y,  claro, promete la camaradería, la pertenencia.







jueves, 8 de enero de 2015

CHARLIE

Para mi amigo J.A. Mira, que desató el odre de los vientos.
Todas las religiones proponen, como objetivo principal, el acercamiento a los dioses en que creen mediante el mecanismo de la fe, del que cada uno hace el uso que cree oportuno con la intensidad que le acomoda. En principio, todas las religiones deberían ser compatibles, incluso complementarias, y de hecho lo han sido a lo largo de muchos siglos de historia, sobre todo en el caso de las politeístas. Recuérdese a griegos y romanos o a taoístas, confucionistas y budistas…
El problema surgió cuando Moisés recibió las tablas de la ley junto a la zarza ardiente y el dios que había elegido a su pueblo manifestó con voz de trueno que era el único dios posible. A los demás, leña.
De historias guerreras en contra de los enemigos de la religión está lleno el Antiguo Testamento y todos los libros sapienciales, incluido el Corán. Los dioses del esquema monoteísta (Jeová, Cristo, Alah), continuaron la misma tónica en un inacabable quítate tú para que me ponga yo. Y hemos seguido escribiendo la historia con páginas de masacres en nombre de la religión de cada uno, por supuesto, única verdadera (cruzadas, inquisiciones, guerras santas...).

Mal asunto cuando el hombre basa en la creencia su actuación vital. La creencia siempre es poseedora de la razón y sus argumentos –por fabulados-, irrebatibles. Personajes descerebrados (cuya proporción en cualquier sociedad, como los estultos del profesor Cipolla, son número constante), imbuidos de unas ideas mal explicadas y peor comprendidas, dan lugar a barbaridades y desatinos que a menudo comprometen la vida de los demás y la suya propia. La absurda masacre de Charlie es una muestra más. El premio que creen obtener en el más allá los que la han cometido, justifica ampliamente tal disparate, para ellos.
Seguro que la competencia directa de los crímenes perpetrados en nombre de cualquier religión está en las manos asesinas, pero la responsabilidad ultima aunque indirecta, está en los que difunden ideas basadas en la exclusividad de unos dioses que tienen la patente celestial y guían las conductas de sus seguidores como si solo ellos fueran los poseedores de la verdad. La convivencia con otros miembros de la comunidad humana a los que asiste el mismo derecho a reverenciar a dioses diferentes o a ninguno, resulta entonces muy difícil.
Solo si los fenómenos religiosos se limitan al campo de las convicciones personales (como las opciones deportivas, sexuales o políticas) y el resto de normas se encomienda a la ley civil, puede que la convivencia entre ciudadanos iguales en derechos y deberes se haga posible. Mientras los principios religiosos sean los que marquen las normas sociales, mal lo veo.

Mi condolencia y cariño solidario a todos los Charlies que estos días somos.

martes, 6 de enero de 2015

OPINION Y REALIDAD

Vivimos tiempos turbulentos que nos mantienen en perpetuo desasosiego ante la avalancha de desinformación que ha invadido nuestros días. Desde tiempos inmemoriales, la información estuvo al alcance de unos pocos que la utilizaron para manejar a su antojo a los muchos, pero en estos tiempos asistimos a un fenómeno que nunca antes se había dado en la historia: la gran mayoría tiene acceso a toda la información disponible (otra cosa es que la utilice de forma razonable y útil). Se acabaron el oscurantismo y los adoctrinamientos para siempre: los medios de comunicación e internet han llegado al alcance de todos. La red se ha convertido en la nueva definición de lo infinito: imposible imaginar hasta donde pueda llegar.
Y sin embargo, un exceso de información corre el peligro de transformarse, con frecuencia, en desinformación. Una cosa es tener opinión y otra, muy diferente, atreverse a opinar de todo, fenómeno al que asistimos cada vez con menos perplejidad, en los grandes medios de comunicación: personajillos que no tienen más autoridad que su osada desenvoltura ante las cámaras, se atreven con cualquier tema al que los superficiales presentadores/as, siempre a la búsqueda del share (índice de audiencia, dicho en lenguaje normal) y de la carnaza fácil. Y lo grave es que sus opiniones, a menudo infundadas y siempre carentes de interés, entran a saco en los patios vecinales de gentes aún más desinformados que ellos causando estragos en pareceres y conciencias. La realidad, a cuyo conocimiento es imposible acceder sin un mínimo de rigurosa investigación, ha quedado por completo devaluada. Antes que hacer el esfuerzo de contrastar la información, se prefiere acepar la opinión de cualquiera de esos elementos que, hablando a gritos, haciendo gala de una vergonzosa mala educación y con la rotundidad del ignorante, sientan cátedra con una frecuencia y desenvoltura temibles. Muchos de ellos se han hecho “famosos” a base de no decir más que tonterías, y los encontramos hasta en la sopa en cuanto se le da un poco de aire al mando de la tele.
Ya desde siempre, la teología nos enseña que opiniones expresadas con la suficiente rotundidad y defendidas con énfasis plúmbeo, acaban implantándose como verdades incontrovertibles, capaces de llenar sesudos tratados en los que se repite siempre lo mismo expresado de mil variadas formas. Es cuestión de tiempo y de machaque (Nietzsche dejó dicho que en teología no hay hechos, solo opiniones); al final la opinión acaba por instalarse como hecho consumado. Y así nos luce el pelo. Como experimento corroborador de lo antedicho, propongo el siguiente: Tómese al memo de turno, hágasele manifestar su opinión sobre cualquier asunto, ya sea banal o trascendente: lo hará con la gravedad y el énfasis del que posee la mayor autoridad; repítase la formula varias veces para que se asiente de forma perdurable en las dóciles molleras de los indocumentados y nos encontraremos a la opinión transformada en realidad incontrovertible. No se asombre el bienintencionado lector que sospeche exageración en mis palabras, el fenómeno es tan real que ya se encuentran trazas en el Quijote, cuando el posadero considera desproporcionado y fuera de lugar el relato de las hazañas de Gonzalo Fernández de Córdoba, llamado el Gran Capitán y sin embargo toma por verdaderas y fidedignas las inventadas historias de Amadís de Gaula, de todos conocido como lo que hoy llamaríamos “relato de ficción”, sin más visos de realidad que la imaginación desbordante de su autor.
Dice una antigua conseja que es de sabios separar cuidadosamente el grano de la paja para no confundirlos, y otra que hay que llevar ojo, no vaya a ser que nos den gato por liebre, animal aquel, que también se puede comer (de hecho, ¡en cuantas ocasiones de hambruna no se habrá comido!), aunque no sepa lo mismo que un tierno gazapillo.
Conviene permanecer alerta y huir de esos que se manifiestan con la rotundidad del estólido y la seriedad del caballo antes de que “emborien” con su osada estupidez nuestros frágiles cerebros, víctimas inocentes de tanta tontería como se desparrama en muchos programas de lo que debería ser un medio cultural e informativo.




jueves, 1 de enero de 2015

CUALQUIERA TIEMPO PASADO FUE MEJOR


Unos días antes de las pasadas elecciones europeas, en plena efervescencia de la campaña de descalificaciones y desinformación que padecimos, en una de nuestras cadenas domesticas aparecieron unos tertulianos entre los que se encontraban algunos profesionales traídos de la capital, junto a otros de la zona que hacían de teloneros, para “debatir” con el mayor atrevimiento y desenvoltura sobre todo lo divino y lo humano de actualidad.
Y uno de ellos, Amando de Miguel, al hilo del resobado tema de la confrontación de los dos candidatos a las europeas que había tenido lugar un par de días antes, se cebaba con el socialista Sr. López Aguilar, achacándole ignorancia manifiesta (que hacía extensiva, por elevación, a sus compañeros de partido) por haber hecho una cita inexacta sobre la frase “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Con este argumento descalificaba, por ignorantes, a todo el colectivo.
El Sr. De Miguel, cuyo extenso currículo universitario se ve brillantemente complementado por su colaboración con Federico Jiménez Losantos en la cadena Cope, sabe perfectamente que la frase era solo una referencia. Esta si es una cita: “Como a nuestro parecer qualquiera tiempo pasado fue mejor”, MANRIQUE, JORGE (1440-1479), Coplas a la muerte de su padre el Maestre de Santiago D. Rodrigo Manrique,  E. Rasco, Sevilla, 1888. Sp. Son cosas bien diferentes y se utilizan en contextos que no tienen ningún parecido.
El asunto no tendría mayor relevancia si no fuera una muestra más de como lo visceral de las posiciones políticas se ha cebado en las actitudes de nuestro discurso habitual, arrebatándonos la ecuanimidad e incluso la elegancia en las expresiones, que pasan a convertirse en zafias y vulgares, y haciendo que prevalezca el interés por desplazar la idea a la que somos contrarios, antes que la búsqueda de la razón o de la información. Atravesamos un desdichado momento político que contamina y ensombrece la convivencia de los ciudadanos, o por lo menos eso parecería deducirse de la imagen que se muestra en los medios de comunicación. El hastío del personal es patente en los índices de audiencia obtenidos por los debates, que aburren hasta las pacientes ovejas y de los que el ciudadano huye despavorido como alma que lleva el diablo.
Todo se mezcla y entontece en función del interés de la fracción a que pertenezcamos, sin el menor respeto por el origen y la realidad de la cuestión. No es lo importante el por qué, sino el cómo (la famosa cuestión del fin y los medios jesuítico). Y el objetivo no es salir de la discusión con mayor y mejor información o soluciones en las que cada uno aporta una parte del todo, sino obtener a cualquier coste la razón utilizando para ello todos los medios de que se disponga, sin reparar en su honestidad o en su categoría ética; laminar al contrario, derrotar a los otros, como si se tratara de extraterrestres invasores y no de conciudadanos merecedores del mismo respeto que nosotros mismos, con los que hemos de convivir y aprender de sus posiciones diferentes, que no tienen por qué ser antagónicas de las nuestras. Todos tenemos derecho, y aún me atrevería a decir el deber, de manifestarnos y mantener posiciones diferentes con la sola limitación de la Constitución y el respeto a los demás.
Actitudes como la del Sr. De Miguel, cuya categoría viene ampliamente avalada por sus numerosas publicaciones (entre las que se encuentra aquella Sociología del franquismo, que en los años 70 leíamos con fruición esperanzada), son capaces de fascinar a mucha gente con una formación superficial y resultan culpables por irresponsables y partidistas. A los más cultos y preparados debemos exigirles una información objetiva y veraz pidiéndoles que reserven la manifestación de sus tendencias políticas, religiosas o de cualquier otro tipo, para ámbitos más privados, o por lo menos que no malbaraten las dotes con que han sido afortunados para confundir, que es el peor de los engaños.



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