Para
mi amigo J.A. Mira, que desató el odre de los vientos.
Todas las religiones proponen, como
objetivo principal, el acercamiento a los dioses en que creen mediante el
mecanismo de la fe, del que cada uno hace el uso que cree oportuno con la
intensidad que le acomoda. En principio, todas las religiones deberían ser
compatibles, incluso complementarias, y de hecho lo han sido a lo largo de
muchos siglos de historia, sobre todo en el caso de las politeístas. Recuérdese
a griegos y romanos o a taoístas, confucionistas y budistas…
El problema surgió cuando Moisés
recibió las tablas de la ley junto a la zarza ardiente y el dios que había elegido
a su pueblo manifestó con voz de trueno que era el único dios posible. A los
demás, leña.
De historias guerreras en contra de
los enemigos de la religión está lleno el Antiguo Testamento y todos los libros
sapienciales, incluido el Corán. Los dioses del esquema monoteísta (Jeová,
Cristo, Alah), continuaron la misma tónica en un inacabable quítate tú para que
me ponga yo. Y hemos seguido escribiendo la historia con páginas de masacres en
nombre de la religión de cada uno, por supuesto, única verdadera (cruzadas,
inquisiciones, guerras santas...).
Mal asunto cuando el hombre basa en
la creencia su actuación vital. La creencia siempre es poseedora de la razón y
sus argumentos –por fabulados-, irrebatibles. Personajes descerebrados (cuya
proporción en cualquier sociedad, como los estultos del profesor Cipolla, son
número constante), imbuidos de unas ideas mal explicadas y peor comprendidas,
dan lugar a barbaridades y desatinos que a menudo comprometen la vida de los
demás y la suya propia. La absurda masacre de Charlie es una muestra más. El
premio que creen obtener en el más allá los que la han cometido, justifica
ampliamente tal disparate, para ellos.
Seguro que la competencia directa
de los crímenes perpetrados en nombre de cualquier religión está en las manos
asesinas, pero la responsabilidad ultima aunque indirecta, está en los que
difunden ideas basadas en la exclusividad de unos dioses que tienen la patente
celestial y guían las conductas de sus seguidores como si solo ellos fueran los
poseedores de la verdad. La convivencia con otros miembros de la comunidad
humana a los que asiste el mismo derecho a reverenciar a dioses diferentes o a
ninguno, resulta entonces muy difícil.
Solo si los fenómenos religiosos se
limitan al campo de las convicciones personales (como las opciones deportivas,
sexuales o políticas) y el resto de normas se encomienda a la ley civil, puede
que la convivencia entre ciudadanos iguales en derechos y deberes se haga
posible. Mientras los principios religiosos sean los que marquen las normas sociales,
mal lo veo.
Mi condolencia y cariño solidario a
todos los Charlies que estos días somos.
Cierto, Mariano. Para mí existe un maldito sentimiento que es propio de fundamentalistas de todo tipo: la soberbia. La soberbia guía al fanatismo que, inventado por quien sea y cuando sea, provoca una separación entre unos y otros a pesar de pertenecer a los "sapiens sapiens", por medio de la irracionalidad al admitir y provocar este maldito, irreversible, incomprensible e invencible, sentimiento. La paz en las creencias personales debería ser tan cuidada como la propia vida. Sin embargo, desde Akenaton hasta hoy, por muy diferentes razones, el monoteísmo ha sido la más grave amenaza de civilizaciones y, a la postre, de la humanidad. Tus razones son todas válidas pero las vamos a sazonar con la sal de la tergiversación y la inmensa mentira de los regalos posteriores a la muerte y la pimienta de los aspectos detestables alentados por quienes piensan sólo en ellos mismos generando la rapiña y el rencor. Una inmensa e inexpugnable barrera de irracionalidad se levanta entre quienes ponderan y alaban a "su único" dios y la fuerza que posee para aplastar a los demás, con los pacíficos y generosos humanos racionales.Este aderezo destruye la inmensa palabra, desconocida para muchos, denominada LIBERTAD.
ResponderEliminarUn abrazo, Mariano.
Sin palabras, querido Antonio. Un abrazo.
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