Dice mi amigo Juan de la Cirila que es feliz. No tiene dudas existenciales. Si alguna se le plantea, le basta con recurrir a la sabiduría de los entendidos que lo remiten a las enseñanzas contenidas en los libros santos: el Hombre fue creado por el sumo hacedor en tiempos ya lejanos, para su augusto deleite y para que, boquiabierto ante las manifestaciones de su gloria, lo alabara incansablemente.
El mortal,
agradecido, no tiene más que seguir los sabios mandamientos de su creador,
grabados por el augusto dedo en piedra berroqueña, y entregados a Moisés en su
momento. La cosa es bien sencilla. A cada uno ha colocado el creador en el
lugar que le corresponde. A tal en la cúspide de la pirámide humana para que
dirija los destinos de los demás, a tal otro al frente del sagrado ministerio
que ha de orientar a la paciente grey. A la mayoría, en el valle de lágrimas
que propiciará sin lugar a dudas la eternidad dichosa que ha de resarcirlo de
todas las penalidades sufridas a lo largo de su vida. Todo está resuelto por
quien tiene capacidad para ello. Basta, para ser dichoso, no sacar los pies del
plato, atenerse a la ley inmutable establecida desde arriba y conformarse con
el orden establecido. Si te ha tocado ser pobre, sin acceso a la educación, a
la sanidad o a la justicia, mejor para ti, en la otra vida tendrás la
oportunidad de gozar de la seráfica visión del todopoderoso, premio de
inconmensurable valía que te compensará eternamente de las desgracias sufridas
en este mundo. Todo lo demás es intentar subvertir el perfecto orden
establecido y ganas de atentar contra el diseño divino. ¡Vade retro!
Conviene,
para aplacar a la divinidad casi siempre insatisfecha por motivos que no se
deben investigar, ejercitarse en plegarias y actos sacros, participar en
novenas y rosarios, procesionar en su momento, y perseverar en el cumplimiento
de los mandamientos con que la Santa Madre Iglesia complementa aquellos
impresos en las tablas de la ley. El resultado está garantizado.
Por fortuna,
según el papa Francisco, el infierno con el que se atemorizó a las almas
crédulas a lo largo de tantos años ha dejado de existir, y lo de Adán y Eva era
sólo un recurso literario. Ni siquiera había semovientes en el portal de Belén.
Todo muta con los tiempos. Vaya usted a saber si, al final, Darwin tenía razón.
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