Los suspiros son aire y van al aire
Las lágrimas
son agua y van al mar
Dime, mujer,
cuando el amor se muere
¿Sabes tú dónde
va?
Gustavo Adolfo Bécquer
De pronto, sin
más aviso que el de las predicciones de la tele que nadie se toma en serio, el
viento se abate sobre la ciudad desprevenida. No hay nada más dañino que ese aire en movimiento, que recordamos desde la
escuela. Llega, casi siempre precedido por la lluvia que ha llenado los predios
sedientos y se derrama por torrenteras y barrancos obstruidos de maleza tras la
larga sequía. Muchos árboles, con las raíces desprendidas por la tierra
anegada, se vienen al suelo con doloroso estruendo. El paciente trabajo de
tantos años destruido en un segundo. El viento siempre es cruel, implacable.
La caída de un
árbol te impresiona solo si es cercano, las desgracias lejanas nos son ajenas
casi siempre. El viento, solo te molesta cuando filtra sus dedos de cuchilla por
el cuello del anorak, esas corrientes espirales que invaden las perneras de tus
pantalones o el golpetazo súbito y violento al doblar una esquina que te
arrebata el sombrero y se lo lleva dando tumbos nadie sabe dónde. Consuélate
pensando que el viento, como el río de Heráclito, nunca es el mismo. Este que
te aflige ahora, por muchos años que pasen, nunca volverás a sentirlo.
¿Dónde irá ese
viento después de arrasarte la piel? Quién sabe, a lo mejor en busca de los
suspiros de Bécquer.
Gracias mariano por hacerme disfrutar leyéndote.
ResponderEliminarGracias, Carlos, por pasarte por aquí.
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