Tengo un amigo campesino al que algunas tardes
acompaño en su pastoreo. Me lleva por montes y cañadas llenas de encanto, al
ritmo lento que las cabras siguen, mientras van alimentándose de cuanto les
sale al paso. Los tres perros, gos d’atura,
bien entrenados, se cuidan de que el grupo permanezca unido. Delante, con una
enorme cencerra que casi le arrastra por el suelo, va un viejo macho de luengas
barbas, con cuernos grandes y retorcidos. Mi amigo y yo aprovechamos el momento
para rememorar viejos tiempos, recordar la infancia que compartimos, y dedicar
un añorante recuerdo a la gente con la que ya no podemos contar. A pesar de que
vive retirado del mundo, está bien informado de las circunstancias políticas
que nos agobian. Tiene por compañía permanente una radio diminuta que lo
mantiene al día.
Aquella tarde, mientras el ganado seguía a lo suyo, nos acomodamos sobre unas
rocas a echar un cigarro. Los perros, a nuestros pies, parecían seguir la
plática de mi amigo.
- ¿Te acuerdas de la familia que vivía en el
cortijo de la loma, al final de la cañada? La pareja con cinco o seis hijos
ocupaba una casa medio derruida y un patio lleno de escombros. Por toda ayuda
tenían una burra vieja que el patrón había desechado. El padre trabajaba en lo
que podía. Si había jornal, se comía, si no, se ayunaba. Los chiquillos, a los
seis años ya llevaban el ganado del amo. La madre no paraba en todo el día y
siempre llevaba un chiquillo mamantón colgando del costado. Todos estaban secos
como espátulas. El amo era rico y malo, la mujer, avariciosa. Disfrutaban de
todas las comodidades y mataban un par de cochinos todos los años. La despensa
rebosaba y sus hijos merendaban pan blanco con chocolate sobre rebanadas de
pringüe, mientras los hijos del jornalero los miraban con ojos desencajados y
barrigas a punto de explotar. De vez en cuando, la señorita llamaba a la
madre al cortijo para entregarle un exiguo “presente” de la matanza. Hacía que
se lo diera su hijo para enseñarle a tener caridad con los pobres.
Han pasado los años. Los hijos del señorito se
hicieron marxistas, luego comunistas y han acabado en socialistas. Los hijos
del bracero se hicieron de Alianza Popular, luego del PP, y han acabado en Vox.
¿Qué te parece?
Los perros y yo guardamos silencio.
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