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sábado, 25 de abril de 2020

VIRUS Y DIOSES


Las pestes, epidemias o pandemias, vienen acompañando al hombre desde su primitivo asentamiento en este planeta, que comenzó siendo infinito para los pocos miles de pobladores que se expandieron por él en un principio, y ha acabado por reducirse ante el crecimiento en progresión geométrica de nuestra especie.
Si nos referimos a la pequeña parte del mundo del que tenemos noticia los europeos, conocemos las "pestes" desde tiempos bíblicos: las diez plagas de Egipto; la plaga de Justiniano en el S.I que se llevó por delante a unos 25 millones de personas; la plaga Antonina o plaga de Galeno, hacia el año 170 (igual que la anterior, de sarampión, de viruela o de ambas cosas), que mató a unos cinco millones de personas; la peste de Justiniano (541) entre 30 y 50 millones de muertos; la Peste Negra de 1347, unos 200 millones de personas. Y así sucesivamente, pasando por las grandes pestes del siglo XVIII, el cólera, la gripe española (que no era española) de 1918 que mató entre 40 y 50 millones; la gripe rusa, la gripe asiática; el VIH que se instaló entre nosotros para quedarse, en 1981 y lleva causadas entre 25 y 35 millones de muertes, y una larga serie de pestes y epidemias que harían esta relación interminable.
A la vista de esta somera exposición de datos, cabría preguntarse: ¿A que se deben estas epidemias, pandemias, infecciones o cualquier otro nombre que quiera darse al fenómeno? Caben dos grandes grupos de explicaciones: las científicas y las religiosas. Ambas, hasta tiempos recientes, han estado muy mezcladas. En el primer grupo de razones también podríamos hacer dos grandes subgrupos: bacterias y virus. Las bacterias son "bichitos" que nos invaden -muchos de ellos nos acompañan de por vida y su acción nos resulta imprescindible-, y a los cuales se puede combatir con medios, digamos "naturales", como los antibióticos. Si los antibióticos se hubieran conocido en la Edad Media, la Peste Negra y su variedad más mortífera la Septicémica, causadas por la bacteria Yersiria pestis, otro gallo les hubiera cantado. 
Los virus, a diferencia de las bacterias, son "partículas formadas por ácidos nucleicos, es decir, moléculas largas de ADN o ARN, rodeados de proteínas, con capacidad para reproducirse a expensas de las células que invaden". Necesitan un "huésped" para sobrevivir, pues a la intemperie mueren en un plazo más o menos largo. Aun así, el virus tampoco desea la muerte del huésped, que sería la suya propia, por lo que espera que el huésped desarrolle un sistema de equilibrio que les permita coexistir a los dos mientras siguen infectando. Ahí entran las vacunas.
Ambas formas de peste pueden ser atribuidas a dos grandes conjuntos según su origen: el científico y el religioso. En el primero están los que lo suponen consecuencia de mutaciones genéticas o proveniente de animales en los que existe como huésped habitual. En el segundo, los que tienen por cierto que se trata de un castigo divino de razones desconocidas. Para el primer caso solo hay que esperar que el sistema inmunológico del afectado reaccione ayudado por tratamiento sintomático y toda suerte de medidas profilácticas. Para el segundo, las plegarias o hecatombes.
Dado que entre los 7.500 millones de personas (más o menos) que actualmente poblamos La Tierra hay seguidores de varios miles de dioses, se trataría de averiguar cuál de ellos ha sido el causante del estropicio. Y si no ha sido el de nuestra preferencia, rogarle que tras la hábil negociación con el dios causante, le convenza de que haga remitir el fenómeno. Por su parte, los no creyentes opinarán que es más práctico encomendarse a los cuidados de la ciencia y dejar el mundo de la creencia a los administradores de los dioses en La Tierra que tan bien suelen gestionar sus recursos.


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