García Márquez nos relató en su
momento la importancia de colocar un letrero explicativo sobre cada cosa
o animal cuando los habitantes de Macondo perdieron la memoria afligidos por la
peste del insomnio. Explicaba como ejemplo el letrero que José Arcadio Buendía
había colocado en la cerviz de la vaca: Esta es la vaca, hay que
ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que
hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche.
Mi abuelo, modesto terrateniente de
la zona de Nerpio, tenía colocado en el zaguán de su casa este otro letrero
sobre una percha situada detrás de la puerta:
Percha: adminiculo que sirve
para que el visitante de esta casa deposite, mientras permanezca en ella, la
boina, gorra o sombrero de que venga provisto.
Pretendía mi abuelo, como enseguida
habrá colegido el sagaz lector, que sus visitantes del entorno no permanecieran
durante su estancia en la casa con la prenda de cabeza encasquetada en ella, lo
que era a la sazón costumbre generalizada por aquel territorio. Creía mi abuelo
que, como el Emperador Carlos cuando implantó en nuestro país la etiqueta
borgoñona, en lugar cerrado suponía una descortesía hacia el anfitrión
permanecer cubierto. Ignoro si mi abuelo, al igual que el Emperador, eximía de
esa formalidad a los Grandes de España cuando le visitaban.
Han cambiado los tiempos,
seguramente para bien, y esas exigencias protocolarias y otras normas de
conducta social se han desleído como los antiguos azucarillos se disolvían en
el café. Por fortuna, hoy día, nadie se extraña de que las prendas de cabeza
utilizadas, bien como adorno, bien como imprescindible prótesis, permanezcan en
su lugar cuando el usuario se encuentra en sitio cerrado, banquetes, espectáculos,
incluso en actos públicos o en tertulias televisivas. No es extraño verlos en
esos lugares con la gorra encasquetada hasta las orejas, como si se la hubieran
embutido a presión.
Seguramente es un avance de
nuestras modernas sociedades dar al traste con costumbres añejas y eliminar de
nuestra convivencia diaria normas antediluvianas y protocolos sociales
anticuados, como los saludos mañaneros, los usted perdone, ceder el paso a las
señoras o el asiento en los autobuses a los mayores o disminuidos. No puedo por
menos que regocijarme de ello y animar a los “engorrados permanentes” a que no
prescindan de tan útil prenda ni en los momentos más íntimos, pero me reservo
el derecho de despojarme del sombrero cuando entro en un lugar público, llego a
casa de unos amigos o saludo a una señora. ¡Que le vamos a hacer! Como ustedes
habrán deducido, pertenezco a una raza coetánea del Tiranosaurius Rex.
De casta le viene al galgo...
ResponderEliminarJa, ja, Juan, semos de otra época, y no sé si más feliz!
ResponderEliminarAmigo elta, creo que te has confundido de lugar. Bienvenido de todas formas.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo, Mariano: «han cambiado los tiempos, seguramente para bien», pues lo bueno de los actuales es que admiten las costumbres de antes mezcladas con las de ahora y hasta con las de después. Nunca hasta hace poco habíamos visto esta simultaneidad de ideas, tendencias, costumbres…: en fin, asistimos al abandono de la tiranía de una sola moda, como los pantalones de campana, los cuellos de las camisas, la cintura de los pantalones...
ResponderEliminarUn saludo.
Descartar costumbres achacosas para algunos pero con propiedades de convivencia para otros es un error. Cierto que la cortesía y normas de educación son protocolarias y, a veces, suponen un trabajo aprenderlas pero también es cierto que eliminarlas por falta de galantería es un fin que no merecen. Las imposiciones de la moda son, en muchas ocasiones, el tubo de escape del tufillo a poca elegancia o desgana por manifestar, no lo pasado, sino lo correcto. ¡Ay, lo correcto, Mariano! Estamos ya cansados incorrecciones que inventan quienes levantan la bandera del “snobismo” para realizar, vestir o comer aplicando teorías, convertidas en realidades, que nos inducen a diferencias impropias de la racionalidad. Un abrazo, Mariano.
ResponderEliminar