De la prensa: SOLDADOS RUSOS
HALLAN MUNICIONES FABRICADAS POR EE.UU., ALEMANIA Y BULGARIA EN ALEPO,
SUMINISTRADAS A LOS TERRORISTAS.
Cierta
perplejidad se apodera del que esto escribe cuando percibe la extrañeza de
tantos que se asombran por la permanente situación de guerra y sus subproductos
(miseria, desolación, refugiados, muertes) que permanecen enquistadas en gran
parte del mundo.
Y digo
perplejidad porque parece que olvidamos cual es nuestro origen y, lo que es
peor, como hemos llegado hasta este siglo, si no es a base de guerras y
matanzas, sean estas territoriales, étnicas o de religión. Vivimos en una
permanente ficción, queriéndonos convencer de que ‘esos tiempos pasaron’ y que
la actualidad es cosa diferente, como si el código ético que hemos inventado
fuera el nuestro y nos permitiera obviar el natural al que estamos sujetos
desde nuestra aparición sobre el planeta y del que, a nuestro pesar, no nos
hemos desprendido.
Hemos
olvidado por completo (haciendo un gran esfuerzo para mirar hacia otro lado)
que venimos de especies sujetas a la implacable ley de la naturaleza. Miramos
nuestra película irreal y nos decimos ‘éramos fieras, pero ya no. Ya no existe
la ley del más fuerte, sino la del más inteligente y más solidario’. Y nos
quedamos tan tranquilos, como si el solo acto voluntarista fuera suficiente
para imponerse a la realidad. Pero no es cierto. Basta echar una mirada a la historia.
Si hacemos ‘un corte’ por cualquier época y en cualquier país, descubriremos
multitud de guerras con uno u otro objetivo. Desde que eliminamos a los
neandertales y nos quedamos sin competidores específicos, nos hemos empeñado en
guerrear unos contra otros por unas u otras razones.
La opción,
para la vida acomodaticia de los que hemos tenido la suerte de nacer ‘en la
parte confortable’ del mundo, es mirar para otro lado, como mucho suscribirnos
a alguna ONG que apadrine niños, animales o plantas y sentirnos satisfechos con
ese gesto. Si los famélicos de otros países, atraídos por el espejuelo de
nuestra ‘sociedad del bienestar’ intentan acercarse a nuestras fronteras (casi
siempre con riesgo de sus vidas), empleamos la táctica inventada hace cientos
de años: los muros, hoy bastante más eficaces que la lejana muralla china.
Y si los
pobres deciden matarse entre sí, allá ellos. Los países ‘avanzados’ se limitan
a enviarles armas al grupo de su preferencia (a veces a los dos) y a procurar
que el conflicto se mantenga lejos de nuestra confortable vida, que bastante
tenemos con nuestros problemas de exceso de calorías en la dieta, de un
suministro eléctrico que nos parece caro, o de donde enviar nuestras basuras
siempre crecientes.
Nada extraño
desde que el mundo es mundo. Esta misma radiografía se podía haber hecho en
cualquier momento del último milenio.
Mariano
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