Me dijeron: ‘Si quieres comprender, sube a la montaña donde
moran los ascetas entregados a la meditación y al ayuno, ellos poseen la
sabiduría. Conocen el pasado y el futuro de los hombres, nada les es ajeno ni
oculto’.
Llevaba tanto tiempo buscando, que unas jornadas más de
recorrido no tenían importancia. Me dirigí a la montaña de las nieves eternas
que alimentan a la madre Ganga. Alli encontré un hombre que jamás habia cortado
sus cabellos y envolvía su escuálido cuerpo en harapos.
—Dime, padre santo, cual es el objetivo de la vida.
Permaneció en silencio, absorto en sus meditaciones tres
días, al cabo de los cuales me respondió, con un soplo de voz:
—La vida tiene un solo objetivo, que comienza y acaba en ella
misma.
Seguí ascendiendo la montaña y encontré a otro hombre santo
que mantenía su puño cerrado, a través del cual habían crecido las uñas hasta
traspasar la palma.
—Dime, padre venerable, ¿Cuál es el objetivo de la vida?
Meditó durante un día y me respondió:
—Es la contemplación de uno mismo hasta lograr la comprensión
de lo absoluto.
Seguí ascendiendo la montaña. Encontré al más anciano y respetado
de cuantos santos pueblan aquellas cimas. Tenía extendido un brazo por encima
de su cabeza y en el cuenco cerrado de la mano, lleno de tierra, habia plantado
un arbusto cuyas raíces se enroscaban en su cuerpo.
—Dime, padre de los venerables ¿Cuál es el objetivo de la
vida?
Me miró con ojos vacíos.
—No tengo respuesta, para ti ni para mí.
Decidí quedarme junto a él.
Me recordaste a nuestro Miguel Espinosa con su Historia del Eremita, a Moisés, el de la Biblia, a Gao Xingjian con su Montaña del alma. La montaña, y a tanto otros, pero sobre todo, me recordaste a tí, que también tienes rostro de refinado asceta. Un abrazo
ResponderEliminarPos no me pones alto ni ná, Juan. Sólo soy un inquieto aspirante a nada, que difícilmente llegará a ningún sitio, salvo a recopilar excelentes amigos entre los que te cuento. Un abrazo.
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