Nuestros primos los griegos, están ahora sometidos a los embates de naciones
más poderosas, a las que -como todos los demás europeos- se pliegan resignados.
Pero no siempre fue así. En estos tiempos de tribulación para ellos, me viene a
las mientes esta vieja historia que quiero recordar con ustedes.
*
Hace unos pocos años (en 490 aC. para ser exactos), el rey de los persas, Darío I decidió darle una lección a los ciudadanos de Atenas que habían participado en unas revueltas contra su autoridad. A tal efecto, preparó su ejército y se dispuso a la invasión, pero le salió el tiro por la culata. Milciades y Datis, al frente de los atenienses, le dieron una paliza de muerte en la playa de Maratón.
Jerjes, hijo de Darío, se
tomó el asunto muy a mal y en agosto del año 480 aC. decidió vengar la derrota
de su padre, para lo que organizó un poderoso ejército que, según los
historiadores podía oscilar entre los 90.000 y los 300.000 hombres (a los
historiadores, en ocasiones, no les gusta demasiado comprometerse en la
exactitud de las cifras). Como primera providencia y para que nadie pudiera
acusarlo de ataque sorpresivo, envió a las principales ciudades griegas
embajadores con un claro mensaje: tierra
y agua, que, en el lenguaje subliminal de la época venía a decir: rendición absoluta, o sus vais a enterar.
Algunos griegos se
sometieron, pero otros decidieron dar la batalla, entre ellos, los espartanos.
Esparta era una región poblada por hombres que se regían por un decálogo de supervivencia y esfuerzo (la agoge) en el que se adiestraba a los ciudadanos para el ejercicio de las armas. Eran llamados homoioi, iguales, ya que todos recibían la misma educación y tenían los mismos derechos. Constituían una comunidad de hombres silenciosos y austeros, ajenos a toda ostentación.
Esparta era una región poblada por hombres que se regían por un decálogo de supervivencia y esfuerzo (la agoge) en el que se adiestraba a los ciudadanos para el ejercicio de las armas. Eran llamados homoioi, iguales, ya que todos recibían la misma educación y tenían los mismos derechos. Constituían una comunidad de hombres silenciosos y austeros, ajenos a toda ostentación.
Estaba claro que la
defensa de todos los griegos debía estar comandada por los espartanos, pero
entre las muchas virtudes de estos, no se encontraba la flexibilidad, y ese mes
celebraban las Carneidas (fiestas en honor de Apolo, que era el dios que
funcionaba en aquellos momentos), durante las cuales estaba prohibido movilizar
el ejército. Estaban los griegos, pues, en un callejón sin salida. Si
movilizaban al ejército, Apolo podía tomar venganza, si no lo movilizaban
serían invadidos por los persas. En esa tesitura, Leónidas, que junto con Leotíquidas II, reinaba entonces en Esparta decidió darle a los persas la batalla por
su cuenta, contando con la guardia real, que en puridad no podía considerarse
ejército. Convocó a todos los que tenían hijos para asegurar la supervivencia
de las familias de los que cayeran en combate. Así reunió a unos 300 hombres,
muchos de los cuales se encadenaron de dos en dos, para impedirse abandonar al
compañero si las cosas iban mal dadas, como se esperaba. Además de sus propias
fuerzas, Leónidas contaba con el auxilio de otros griegos: periecos e ilotas,
locrios y beocios, más algunos procedentes de Tespia y Focea. Los historiadores
aventuran que el total de hombres bajo su mando podía estar alrededor de los
7.000.
To be continued en el próximo número. No se lo pierdan.
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