Leónidas, además de
hombre valeroso y buen conductor de hombres, era un excelente estratega, así
que decidió, para impedir el paso a los persas, apostarse en el estrecho paso
de las Termopilas (Puertas calientes), llamado así a causa de las aguas termales
que brotaban en sus proximidades.
En el lugar había un
viejo muro suficiente para ocultar a los defensores de los espías que Jerjes
envió a tantear el terreno. El paso tenía una anchura de unos 15 metros y
Jerjes se imaginó que los griegos huirían aterrorizados ante la magnitud del
ejército persa, por lo que se instaló cómodamente en su campamento y decidió
esperar tres días para facilitarles la retirada.
Conviene aquí hacer un
breve inciso para detenernos en el armamento de ambas formaciones, que resulta de
interés para la claridad de nuestra historia.
Los persas se habían
hecho famosos por su temible caballería, que en esta ocasión resultaba por
completo inoperante. La infantería llevaba una armadura escasa, espadas cortas
y ligeros escudos de madera que caían hechos astillas ante las lanzas de los
griegos. Estos habían desarrollado una formación llamada "falange macedonia".
Consistía en una línea en la que los combatientes se mantenían codo con codo
protegiéndose mutuamente con los escudos (hoplon,
de donde les vino el nombre de hoplitas). Entre los escudos, que presentaban
una barrera inexpugnable, sobresalían las temibles lanzas de tres metros con
las que ensartaban al enemigo antes de que llegara al cuerpo a cuerpo. Esa
primera línea, sometida a un desgaste extremo, era renovada constantemente.
Cuando Jerjes se dio
cuenta de que los griegos no pensaban en la huida, lanzó sus tropas de medos y
cisios al ataque. Los griegos hicieron una carnicería durante aquel primer día
de combate sin ceder un solo palmo de terreno.
Los griegos luchaban por
convicción, defendiendo su derecho a la libertad y estaban dispuestos a morir
por ella. Los de Jerjes eran deudores de la voluntad de su amo, el Gran Rey,
que los enviaba a la batalla con absoluto desprecio de sus vidas, como reses al
matadero.
A la vista del desastre
del primer día de lucha y de los montones de cadáveres persas que se
amontonaban en el desfiladero, el segundo día de combate, Jerjes decidió
emplear a los Inmortales.
Esa tropa estaba formada
por 10.000 hombres mucho mejor armados que el resto del ejército persa. Su
nombre provenía del hecho de que cada uno que sucumbía era sustituido
inmediatamente, de manera que su número permanecía constante. Sin embargo, los
Inmortales tampoco lograron quebrantar la resistencia de los griegos y al final
del segundo día, el ejército persa seguía estancado sin resultado y sus bajas
se contaban por millares.
Y aquí se produjo el
hecho que habría de cambiar el curso de la batalla.
Pero eso lo veremos en el
próximo número. Un poco de paciencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario