El asunto pintaba muy mal
para los persas que, a pesar de sus cuantiosas bajas, no habían logrado avanzar
un solo paso. Jerjes se tiraba de la hermosa cabellera, como ha quedado
retratado en algunos grabados de la época.
Así estaban las cosas
cuando, al oscurecer de la segunda jornada, un pastor griego llamado Efialtes,
se presentó en el campamento persa ofreciéndose a guiar a los soldados por una
senda secreta que los llevaría a la retaguardia de los espartanos. No consta qué
les pidió a cambio.
Leónidas, conocedor de la
senda secreta (que no debía serlo tanto), había apostado en ella a un grupo de
focenses, por sí las moscas. Cuando el destacamento persa, después de viajar
toda la noche, les cayó encima, huyeron despavoridos. La suerte de los griegos
estaba echada.
Leónidas y los suyos se
dieron cuenta de que no tenían escapatoria. Megistias de Arcania, el augur que
acompañaba al ejército, después de realizar complejos cálculos y consultar las
entrañas de diversos animalillos sacrificados al efecto, llegó a la conclusión
de que el desastre era inminente.
—Los dioses, en caso de
litigio, suelen favorecer a los más poderosos, dijo a sus compatriotas a modo
de consuelo.
Leonidas devolvió a sus
hogares a muchos de los griegos que lo habían acompañado para que advirtieran
al resto de las poblaciones de lo que se les venía encima. Para hacer frente al
enorme ejercito persa, él se quedó con sus trescientos espartanos y algunos
tespieos que decidieron compartir su destino con ellos. Dicen los historiadores
que fue en ese momento cuando muchos soldados veteranos se encadenaron por el
pié con sus jóvenes aprendices para compartir la misma suerte. Otros dicen que
lo hicieron solo los amigos muy íntimos. A saber.
Al amanecer ese tercer
día, Leónidas recomendó a sus hombres que des
Hacia media mañana,
Jerjes mandó atacar a sus hombres y los espartanos salieron a dar la batalla a
campo abierto. Jerjes decidió ahorrar hombres y mandó a los arqueros lazar una
lluvia de flechas sobre los griegos hasta que acabaron con todos.
Los persas se vengaron de
Leónidas mutilando su cadáver y exhibiendo su cabeza pinchada en una pica.
*
Como os decía al
principio de esta breve serie, en los difíciles tiempos que nos ha tocado vivir,
me resulta grato recordar hazañas como la de Leónidas. Me reconforta pensar que
no todo en la especie humana es la miseria intelectual, la cobardía y la
ausencia de valores en que nos desenvolvemos ahora.
¡Chapeau por los griegos!
No hay comentarios:
Publicar un comentario