Ha vuelto Fernández de un viaje a Egipto patrocinado por
alguna de esas organizaciones que se dedican a difundir la cultura entre las
poblaciones llamadas de forma eufemística “tercera edad” o “mayores”, como si
nos diera vergüenza reconocer que hemos llegado a lo que toda la vida ha sido
la vejez, la digna, merecida e inevitable vejez. Es una recomendable práctica
no confundir el culo con las temporas.
Venía el hombre impresionado por la cantidad de monumentos
que todavía se tienen en pie, a pesar de la desidia de los egipcios, debida más
a la falta de recursos y a desdichados regímenes políticos que a su voluntad.
Le había asombrado la rica vida cultural que debió florecer a lo largo de los
más de 3.000 años que duró la historia del país desde que se fundaron los
primeros nomos hasta que Alejandro Magno lo invadiera en 332 aC. Ptolomeo
Soter, uno de los generales que se repartieron el imperio a su muerte, se hizo reconocer
como faraón en 305 aC., imponiendo el panteón griego que sincretizaría con los
dioses egipcios como más tarde lo harían los romanos con ambos. Se da el
curioso fenómeno de que una gran cantidad de momias que se conservan en el
museo del Cairo son de época romana, como muestran las pinturas que las
adornan. Los rostros de los difuntos aparecen en la parte externa del
envoltorio a modo de prístinos DNI.
Lo que más había impresionado al Fernández filósofo rural,
era la importancia que la religión había tenido para aquellas gentes. Incluso
las estatuas de los faraones más importantes como Ramsés II, Seti I, Amenofis
III,o las pirámides de Sakkarah o de Guiza, estaban construidas en función de una
idea religiosa. Lo que se pretende es desvelar el misterio del más allá,
cuestión que ha preocupado al hombre desde que adquirió conciencia de sí mismo
en las tupidas selvas de Tanzania.
Las castas sacerdotales monopolizaron pronto el culto a las
divinidades de cada momento y el faraón, que las encarnaba en la tierra antes
de transmutarse en dios, acababa convirtiéndose en una correa de transmisión
que le contaba al pueblo lo que convenía a los sacerdotes. En Kom-Ombo había
visto, además del dios-cocodrilo Sobek artísticamente momificado, el nilometro, un pozo construido al lado
del río con el que los sacerdotes podían predecir la fecha exacta de la crecida
anual. Cuando las aguas comenzaban a subir, “ordenaban” al rio que creciera y
las gentes, asombradas del poder de los sacerdotes, creían a pies juntillas que
actuaban en estrecho contacto con los dioses.
Pero lo que más le ha impresionado, según contaba, era el
conjunto de Karnak, construido por el famoso arquitecto Senenmut, en época de
Tutmosis I (1530-1520 aC.) y el templo a cuyo interior solo podían acceder los
sacerdotes y el faraón. En lo más recóndito del interior se encuentra el
tabernáculo del dios. En la ceremonia del “despertar”, se abrían las puertas
del recinto, se accedía a la estatua sagrada a la que se lavaba y perfumaba con
esencias aromáticas, se envolvía en vendas de lino y se le repintaban los ojos
y la boca. Los sacerdotes interpretaban sus deseos y estos le eran trasmitidos
al faraón para que tomara sus decisiones de gobierno de acuerdo a la voluntad
del dios.
Concluía Fernández que los sacerdotes eran los que menos
razones tenían para creer en los dioses, unas criaturas inanimadas construidas
a su imagen y semejanza. Aquellas, que fueron verdades incontrovertibles para
millones de personas durante miles de años (bastantes más de los que llevamos
desde el principio de nuestra Era) se revelaron, cuando llegaron pueblos más
potentes con dioses más recios, creencias absolutamente falsas. Menos mal que
nosotros tuvimos la suerte de descubrir otras que sí eran ciertas, claro que
cada una con sus dioses, diferentes y enemigos entre sí. Todos verdaderos y
omnipotentes, sin la menor duda.
Con tanto culturizarse, el amigo Fernández pronto pasará de Sancho a Quijote. Vigílalo.
ResponderEliminarUn abrazo, maestro.
Ya ves, se me sale de las varas.
EliminarLo cierto es que nos has dado una pequeña lección sobre la historia de las religiones y, más concretamente, de las mostradas en los monumentos de Egipto. Todo ungido, si se me permite la expresión, de una ironía que no se le escapa ni al menos predispuesto a ella.
ResponderEliminar¡Enhorabuena!
Me alegra que te haya gustado. Y que te pases por aquí.
ResponderEliminarBien contado y bien escrito,Mariano.Lo he disfrutado.
ResponderEliminarGracias, maestro, sos muy generoso con los aprendices.
EliminarMariano, como sigas mirando hacia atrás – cultura argárica, el impresionante Egipto de 3.000 años a.C. ¡que ya es decir mucho!- te vas a encontrar con el bossón de Higgs..
ResponderEliminarTodo lo que son “orígenes” me ha interesado siempre….siempre.. Leo con mucho interés tus relatos y tus reflexiones.
Un abrazo.
Gracias, Nico, me animas a seguir, porque a veces, cuando miro a mi alrededor me entran ganas de volverme a la tinaja. Un abrazo
EliminarComo siempre la culturilla viajera es un deleite ya que no es impuesta, para eso cualquier edad es aceptable” yo de mayor quiero ser como usted señor Fernández” que envidia me da.
ResponderEliminarComo no he llegado a la tercera edad” estoy en la segunda” me conforme hace tiempo con un poquito de la historia de Egipto que celosamente guarda el Museo Británico de Londres. Así no corremos peligro de esa fatal consecuencia que todos comentan debida a la ingestión de sus aguas dicen que por el lavado de los alimentos, no sé ¿La padeció usted señor Fernández?
Como siempre que paso por este blog me marcho satisfecha, con la sensación de saber un poco más, gracias por compartir.
Un saludo.
Pues no sabes lo que me alegro, Canela. Se lo diré a Fernández cuando lo vea, que ahora llevo unos días sin echarme lo a la cara. Debe estar preparándose para la SS.
EliminarGracias por tus visitas y un abrazo.
Menudo baño egitológico se ha dado Fernández y qué perspicaz su conclusión.
ResponderEliminarBesazos.
Este Fernandez es la monda. Le ha dado por culturizarse, ya de viejo, y lo mismo hace un roto que un descosido. Un abrazo.
EliminarCon la sutileza que caracteriza a Fernández, Mariano, debemos reconocer que sus razonamientos son tan evidentes como reales. ¡Vaya cómo aprendemos de Fernández! Con unas pocas frases concluye el inmenso problema que tenemos desde la Prehistoria.
ResponderEliminarUn abrazo, Mariano.
Ya sabes, Antonio, que la sabiduria está en el pueblo llano, lo demás solo son conocimientos. Mañana, nos vemos. Un abrazo.
EliminarY a mí se me abren las ganas de Egipto, ya ves: cada loco con su tema.
ResponderEliminarUn beso.
No te lo pierdas, es de los sitios que no cansan, a pesar de las malas infraestructuras y otros problemas. Lastima que ahora no sea buen momento. Un abrazo.
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