A todas las madres que
en el mundo han sido.
La
madre salta de la cama con las primeras luces. Aterida de frío, con los huesos
aún entumecidos, se llega hasta la cocina y enciende el fuego con las cuatro astillas
que dejó preparadas anoche. El calorcillo de la débil llama reconforta sus
dedos empedrados de sabañones. Coloca una olla al fuego, que ya crepita. Cuando
el agua esté caliente le echará un puñado de achicoria y unas cucharadas de
miel. Ese líquido caliente reconfortará las tripas del marido y los hijos que
ya empiezan a rebullir en las oscuras habitaciones.
En
una pequeña alhacena reposan, cubiertos por una retalera blanca, los redondos panes
que amasó el sábado. Saca uno, corta largas rebanadas de un dedo de espesor y
las va colocando en el cestillo que ocupa el centro de la mesa. Luego descuelga
una ristra de blancos que penden de una caña atada a las vigas. Ya están un
poco resecos –este año aún no se ha hecho la matanza- pero son buen companaje
para el pan sabroso y denso.
El
padre atraviesa presuroso la cocina, que da a la cuadra, y le echa el primer
pienso a las dos mulas que lo aguardan inquietas. Los hijos comienzan a
aparecer con las caras aún húmedas de los manotazos de agua que se echaron en
la zafa común.
Toman
asiento en silencio y comienzan a comer con apetito. La madre vuelca el líquido
negruzco y oloroso de la olla en los tazones. La chica desmigaja una rebanada
de pan y va echando barquitos. Luego hunde la cuchara en las sopas y se las
lleva a la boca soplándolas con precaución. El chico deja el tazón para el
final. Coge un blanco, lo coloca sobre el pan y va cortando trozos con su
navaja de cachas resobadas. Mastica lentamente, saboreando cada bocado. La
madre, sin llegar a sentarse, mascujea un trozo de pan que ha calentado en la
lumbre antes de echarle un hilo de aceite y un espolvoreo de pimentón.
Acaban
el desayuno en silencio. El padre se acerca después de aparejar las mulas que
devoran su pienso con aplicación. Se bebe el tazón de un trago y añade su
rebanada de pan y un blanco al recado que la madre les ha preparado, en un
cestillo de esparto, para la media mañana. Tiene prisa, en este tiempo los días
son cortos.
Padre
e hijo salen hacia el campo. La madre y la muchacha recogen la mesa.
La
chica sale enseguida, con el barreño de la ropa apoyado en la cadera, camino de
la acequia. La madre se dispone a empinar la olla con unas patatas y el medio
pollo que cuelga, al fresco, en un clavo del porche. Los hombres llegarán al
medio día con un hambre de lobo. Si el chico se queda con gana le freirá un par
de huevos y que sope todo el pan que quiera.
Nota
que hoy le duelen los riñones más que otros días. No puede ser la regla, que se
le retiró el año pasado. A lo mejor es este tiempo húmedo que se ha metido ya
en el mes de octubre. Cada año nota más los cambios de temporada. O será que se
está haciendo vieja. No quiere ni pensarlo. El marido y los hijos la necesitan
todavía.
Sale
al patio y suelta las gallinas. Antes, las coge una a una y les tantea el culo.
A las que tienen huevo les echa un puñado de grano. Las demás, que se busquen
la vida por los alrededores. Ella las vigilará de tanto en tanto, por si sale
la zorra.
El
sol va calentando. Comienza un nuevo día, como ayer, como mañana.
Retalera, companaje, navaja de cachas resobadas, dedos empedradros de saballones, mascujea...¡Me gusta!
ResponderEliminarUn abrazo, maestro.
Cosuchas de la tierra, que uno aprende en buenas compañías, como "palabricas" (eres un...). Cuestión de afijarse.
EliminarGrande.
ResponderEliminarThanks
Eliminar¡Qué lindo homenaje Mariano! Yo experimenté dos veces ser madre, lo soy aún,pero mis hijos ya han crecido y han volado del hogar. Aunque siempre rondan cerca. Es un preciado tesoro.
ResponderEliminarGracias por el post tan bello. Un abrazo grande.
Gracias, Lourdes. Yo tambien lo he experimentado cuatro veces, ya se que no es lo mismo pero...
Eliminar¡Que maravilla Mariano! que gusto dá leerte, haces que lo vivamos como un cortometraje. Vas pintando con palabras cálidas escenas rurales constumbritas, con la madre como protagonista principal.
ResponderEliminar¡Ay, las madres! Cuando parten para siempre nos dejan recuerdos que,ocultos en la buhardilla de nuestra mente, brotan con claridad sorprendente...¡Tanto amor sin necesidad de palabras!.
Gracias por este homenaje y por el cariño y la ternura que has puesto en él. Un abrazo amigo.
Gracias, Isabel. Me alegro de que te gustara, es la mayor recompensa que puede recibir un modesto escribano. Un abrazo.
EliminarLa madre, alfa y omega de la familia.
ResponderEliminarY el padre que? si no fuera por los sufridos hombres....Un abrazo, seño.
ResponderEliminarMe has enternecido con este retrato de madre de campo, de madre trabajadora y buena.
ResponderEliminarCon el lenguaje, te has lucido, recogiendo término de nuestro lenguaje popular, esos términos que se van a perder de no usarlos.
Buena semblanza, Mariano.
Un beso.
Es que tienes un corazón sensible, como buena poeta. De algo me tiene que servir tener mas años que la luna y oir tanto disparate. un abrazo y recuerdos, Isabel.
EliminarHoy sí, Mariano, muy breve: ¡Sencillamente excepcional!
ResponderEliminarMucho es eso, D. Antonio. Se agradece y un abrazo
Eliminar"El sol va calentando. Comienza un nuevo día, como ayer, como mañana"...como ayer, como mañana... Sí. Así es. Así sucede y sucederá. Hay textos Mariano que “ crean” en su lectura una atmósfera que transciende su anécdota. Este de hoy es uno de ellos.
ResponderEliminarComo siempre, un abrazo.
Gracias, Nico, vuestros comentarios son los que alimentan mi capacidad para escribir. Que gusten estos relatos o no, ya es cosa de los pequeños dioses. Gracias de nuevo y un abrazo.
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