Decía Don Antonio Machado, en una época desdichada de nuestra reciente
historia: una de las dos Españas ha de
helarte el corazón. Era una reflexión triste de un hombre agobiado y
perseguido por los acontecimientos de un momento histórico penoso.
Parecía que pasados los años y finalizada aquella época oscura que el
golpe militar de un ejército rebelde había desencadenado y que se enquistó en
el país durante tantos años, las cosas habían cambiado. Que había acabado para
siempre la época en que estuvimos reducidos, entre otras miserias, a la
intelectual. Se implantaron nuevas (y normales) libertades: logramos una Constitución
elaborada por consenso, en un magnífico ejemplo de convivencia, que a todos nos
ampara por igual y que debe enorgullecernos.
Sin embargo, el larvado germen de la perversión anidaba en el nuevo
sistema. A los partidos políticos, en principio institución democrática aún siendo
manifestación de tendencias diferentes o antagónicas, se les supone un objetivo
común: lograr el poder en las urnas para trabajar más y mejor en la obtención
de mejoras sociales y económicas para el bien de la comunidad. Sin embargo, la
realidad es que una vez concluida la consulta electoral, dejan de contemplar
aquel objetivo que ahora se les antoja lejano para polarizarse en el más
inmediato: lograr el poder a costa de lo que sea, desbancar al equipo que ha
obtenido la mayoría sin reparar en medios. Y asistimos, hastiados y
decepcionados al encarnizamiento de unos y otros aprovechando cualquier argumento
por nimio o irrelevante que sea para denostar al adversario, intentando abrir
una zanja en la población que sitúe en cada uno de sus lados a la mitad del
país.
Una de las dos Españas…
Nada importan las circunstancias reales del momento, lo único que
parece polarizar la atención de la oposición son los resquicios que puedan
detectarse en la labor de gobierno que permitan meter una cuña sangrienta de crítica
feroz que desprestigie y erosione. El fondo carece de importancia, importa solo
la forma, si puede ser dañina.
Produce sonrojo y rechazo oír de forma insistente y machacona algunas
expresiones del tipo ellos y nosotros,
como si estuviéramos hablando de dos fracciones enfrentadas, enemigas
irreconciliables, o de países diferentes. Y eso es radicalmente mentira:
pertenecemos todos al mismo pueblo, con las mismas necesidades y derechos, con
las peculiaridades regionales que corresponda y que las autoridades autonómicas
deben mantener en sus justos términos teniendo en cuenta que somos un solo país.
Tenemos el derecho de discrepar y de entregarnos, si lo consideramos oportuno, al
enfrentamiento dialectico y respetuoso con toda rotundidad y energía, pero
deberíamos todos juntos, esforzarnos en desterrar el vergonzoso concepto de las
dos Españas, que no por real es menos repugnante. Tenemos la oportunidad de
elegir al partido gobernante periódicamente y a partir del momento en que
resulta elegido por mayoría, ese es el que ha de constituir el gobierno de
todos los españoles. Gobierno para todos, sin excepción, durante los próximos
cuatro años. Y se merece (y requiere) el apoyo legal y honesto de todos.
Intentar descabalgarlo desde el día siguiente al de las elecciones por todos
los medios de que se disponga, es tarea ruin y felona impropia de buenos
ciudadanos y de normales patriotas.
Otro gallo nos cantara si estuviéramos hablando de listas abiertas,
pero ningún partido se atreve a ponerle este cascabel (como tantos otros) al
gato. Lo que importa es el poder del aparato monolítico. El PODER, con
mayúscula.
Y no se me ocurre esto solo por la desdichada situación que ahora
atravesamos; épocas pretéritas ha habido en que la misma situación se ha dado
siendo otro el espectro político dominante, de manera que esta es una falta que
nos abarca de forma universal: a todos puede aplicársenos la penitencia por
igual. En esto sí que no hay tirios ni troyanos.
Pues si, mentor, como siempre, escrito y descrito a la perfección ese sentimiento fatalista que tenemos todos los españoles. Los políticos, todos sin excepción forman un club de asesinos/ladrones, y lo peor es que nosotros estamos como si nos hubiera dado un mal aire, en lugar de cambiar el sistema.
ResponderEliminarYa lo dice el refrán “El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
Un beso
Candela
Un país como el nuestro, que no ha tenido su “revolución francesa” y que termina siempre decantándose por el “vivan las cadenas”, retrata a sus paisanos.
ResponderEliminarY nos hielan el corazón todos los días, Mariano.
ResponderEliminarLo terrible es que se convocan elecciones, se vota y seguimos con el bipartidismo estéril y apoltronado.
Esto es lo que hay para nuestra propia desgracia, la de todo el pueblo español.
Un abrazo.
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ResponderEliminarTus palabras, Mariano, son pura Didáctica.
ResponderEliminarLa zafiedad existente debe redimirse de una vez por todas.
He notado, a tan solo unos días de las elecciones pasadas, una sensación de equivoco, de recapitulación, de confusión, como si se dijese en voz baja "¿qué he hecho?, ¿por qué lo he hecho?"
Es un sentimiento similar al que nos sorprendía, siendo niños, cuando reflexionabas sobre la barbaridad de bañarte en un lugar peligroso, saltar una acequia demasiado ancha, caer de la bicicleta donde, a pesar de ser un artilugio mecánico sencillo, ibas cómodo y a un ritmo que marcabas sólo tú... ¿Será una impresión personal o una realidad?
Magnífico artículo, Mariano.
Un fuerte abrazo.
Fe de errores: Los electrones son juguetones. ¡Son como chiquillos!. Siento el espacio ocupado.