En
aquella época, años finales de una larga etapa de ignorancia teledirigida, ese
tipo de series puso en contacto a los jóvenes con otros mundos y otras
filosofías de vida a las que nos asomábamos fascinados. Muchos de nosotros, a
través de las aventuras (que ahora nos parecen pueriles) del monje que recorría
el mundo “desfaciendo entuertos” al son de su flauta de bambú durante más de
sesenta episodios, atisbamos el budismo como ética y forma de vida, algo de más
dimensión y libertad que el mero fenómeno religioso al que estábamos sujetos
por nacimiento.
Tuvimos
acceso (con las normales dificultades) a libros, considerados entonces
esotéricos y sospechosos como el “Dammapada o sendero de la virtud”, compendio
de enseñanzas budistas también llamado “El Pequeño Vehículo” recopilado en el
año 80 aC., del que aún recuerdo: Si el hombre inteligente se junta con el
sabio, aunque no sea más que un instante, pronto ha de captar la verdad, como
la lengua capta el sabor de la sopa; el delicioso “Tao Te King” (Hay
algo inherente y natural/que existió antes que el cielo y que la tierra/inmóvil
e insondable/permanece fijo y no se modifica/lo llena todo y jamás se extingue...)
para acabar conociendo el ya más próximo
budismo zen del maestro japonés Taisen Deshimaru que visitó varias veces España
para dirigir retiros donde se practicaba la meditación Soto Zen durante un
largo fin de semana, en posición de medio loto, de cara a la pared, en la
observancia silenciosa del ser interior. Muchas de las cosas que aprendí en
aquellas sesiones me han acompañado durante la vida.
Luego
vendría Alan Watts con la occidentalización de las teorías orientales y los
coqueteos con los psicotrópicos que engancharon a algunos de los colegas para
siempre. Los libros de Krisnamurti, al que adoptábamos alborozados como maestro
espiritual. Su prédica de la introspección llena de paz abrió los ojos de
muchos de nosotros, asfixiados intelectualmente por una sociedad que solo
permitía el pensamiento único de la España nacional-católica. Prácticas como el
Yoga, que popularizó el belga Van Lisebeth, consideradas entonces como algo
extraño y rozando lo pecaminoso, nos enseñaron que había otras formas de
contemplarse a sí mismo y a los demás sin intentar derribar nada ni ser
contrarias a otras ideas o formas de vida. Fue la introducción de lo diferente
sin que tuviera que ser contrario. Comenzamos a respirar el aire fresco que entraba,
ya a raudales, por las fisuras de un régimen en descomposición. Aire que por
fortuna nos ha acompañado el resto de nuestros días.
El desdichado “Kung-Fu” murió en el otro extremo del mundo de una manera
que podría considerarse “friki” si no fuera tan cutre y dramática. A saber por
qué circunstancias había transcurrido su vida desde que lo devorara el
personaje y como se dispondría a enfrentarse con la inevitable decadencia
física que ya lo asaltaba, en un mundo donde la juventud inmisericorde es el
único valor que cotiza con cierta garantía.
Que
su espíritu alcance tanta paz como el personaje predicó en vida.
No te puedes figurar cómo me gustaba a mí el "pequeño saltamontes". Era una cría cuando lo echaban por la tele y no me perdía capítulo. Me fascinaba esa cultura pacífica y paciente. Sobre todo, me gustaba mucho cuando el maestro le hablaba; yo también aprendía.
ResponderEliminarGracias por recordarlo, Mariano.
Un abrazo.
Al leer lo del “Pequeño Vehículo”, he recordado no solo el “Grande”, sino las clases de Religión en la Universidad de Murcia. Era asignatura obligatoria en 3º de Románicas. ¡Cómo pretendíamos irritar al cura-profesor con nuestras preguntas cuando asistíamos! ¡Pobre canónigo, dio tantos sobresalientes!
ResponderEliminarMe alegra compartir vuestros recuerdos, me causó honda impresion leer lo de la muerte de este hombre, Que destino mas extraño y singular tienen las vidas de los hombres (/as) un dia de estos tendremos que dedicar unas lineas a los genéricos.
ResponderEliminarMª Luisa, estoy con tu Cervantes.
Mariano, me ha parecido tan genial esta sencilla frase que la escribiría en la frente de quien, habiendo vivido estos años, todavía necesita directores de pensamiento:
ResponderEliminar"Fue la introducción de lo diferente sin que tuviera que ser contrario"
Un fuerte abrazo.
Llego de rebote a tu "asilo" después de pasar por el blog de Antonio Campillo y no he podido evitar una sonrisa recordando aquellas series y al "pequeño saltamontes".
ResponderEliminarTu dices que salíamos de una ignorancia teledirigida pero empiezo a tener mis dudas si no será ahora cuando mayores son la ignorancia y no digamos la teledirección.
Nos direccionan los políticos, los Indignados, los sms, la SER, la CUATRO, Intereconomía, El País, El Mundo..........No sé yo.
Leyendo tu "Por qué desde el Asilo", cuando citas a Marsillach y a los asilados de Charenton me ha venido a la mente otra especie de asilo, otra obra de teatro magnífica y un gran dramaturgo. Te hablo de "Las arrecogías del Beaterio de Santa María de Egipciaca" de Martin Recuerda.
Una gran obra y como tu dices, "no hace demasiado tiempo".... (No sé yo)
Un saludo y espero que hasta pronto.
Un saludo
Gracias, Presley, por pasar por este modesto blog, viniendo de uno tan distinguido como el de mi
ResponderEliminaramigo Campillo. Si, me acuerdo de las arrecogidas, y de aquellos tiempos de prohibiciones tontas. No era muy prudente entonces hablar de figuras como Mariana Pineda, ni de la epoca del indeseable Fernando VII que, por cierto, sale en una entrada de este mismo asilo, no muy lejos de aqui. Echale un vistazo si no tienes nada mejor que hacer. Bienvenido a este, tu asilo.
Hay que ver, mentor, como transformas la noticia del fallecimiento de un actor en un artículo que, con solo comenzar a leerlo, ya me transporta a la niñez.
ResponderEliminarQue bien escribes y describes…Yo, de mayor quiero ser como vos
Besos
Candela