Mi amigo Felipe gustaba de pasear las
mañanas de domingo por el parque del retiro. Desayunaba en un chiringuito junto
a la puerta de entrada donde ya lo conocían. El camarero, con esa
desenvoltura un poco chulesca que tienen los de Madrid, al verlo traspasar la
puerta de cristales gritaba, hubiera o no gente: "¿Caballero, su con leche
y las porritas de los domingos?" A Felipe no le hacía gracia que le
llamaran caballero, le parecía una de tantas modas estúpidas surgida para
sustituir la anticuada expresión, señor, que había pasado al limbo de las
palabras retiradas de la circulación por clasistas. Sin embargo le hacía gracia
la camaradería desenvuelta y profesional de aquel hombre con el que cruzaba
escasas palabras una vez a la semana. Reconfortado con el desayuno decidió
permitirse un cigarrillo en uno de los bancos, a la sombra refrescante del tilo
situado junto al kiosco. Enfrente, una pareja de menudos japoneses mantenía una
animada conversación. Parecían discutir sobre la forma de hacerse una foto. Él
le indicaba que posara y ella reclamaba la máquina para hacerle la foto a él.
Felipe pensó, mira qué ocasión para hacerles
un favor a los japos, me acerco y les digo con toda corrección, ¿quieren que
les tome yo la foto a los dos? Seguro que me lo agradecen, ya se sabe los
correctos que son los hijos del Imperio del Sol Naciente. Pero ¿y si se le
ocurre que quiero coger la máquina y echar a correr? No sería la primera vez
que ha pasado eso. A lo mejor el japonés se cabrea y me manda a hacer puñetas,
a lo mejor el tío va y me suelta: agladesido
señol, pero metase en sus asuntos y no molestal paleja de extranjelos que
vienen a pasal vacasiones tlanquilamente España. Estos tíos son muy finos
pero no tienen nada de tontos y cuando se carabean igual te hacen el harakiri, ¡pues
no tiene peligro el japonés ese, ahora que lo miro bien! ¡y parece que no ha
roto un plato en su vida!
Felipe se decide, deja su banco y se
encamina al de los japoneses, se dirige directamente al hombre y le dice: ¿Sabe
Ud. Lo que le digo? Que se meta la maquina donde le quepa, que yo solo quería
ser amable. ¿Se ha pensado Ud. que todos los españoles somos unos chorizos?
Pues está muy equivocado, aquí hay tantas personas honradas como en su país o más.
Ahora no le haría una foto ni aunque me lo pidiera de rodillas.
Los dos menudos nipones se quedan con los
ojillos a cuadros.
*
Sé que a mis avezados lectores no habrá
escapado la relación y aún el parecido que esta fabulilla tiene con el
manido cuento del hombre que buscaba un gato para cambiar la rueda pinchada en
una noche de tormenta. Quizás piensen incluso que la he copiado de aquella. Les
daría la razón si no fuera porque la de los japoneses es una anécdota vivida de
primera mano. Aún recuerdo la cara de asombro de los menudos personajes cuando
terminé mi incomprensible perorata.
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