Fernández, de ordinario tan prudente, se
calentó esta mañana con Juan de la Cirila que acaba de salir de un grave
percance. Afirma Juan haber sido curado de forma milagrosa por una santa a la
que profesa gran devoción.
—Si no llega a ser por ella, a estas horas
estaba criando malvas.
—¿No fuiste al médico?
—Claro que fui, estuve cuatro días en la UCI
entre la vida y la muerte.
—Y los médicos no te hicieron nada.
—Ya lo creo que hicieron, todo lo que
sabían
—Deduzco, entonces, que el mérito será de
ellos, más que de la santa de tu devoción.
—Tú eres un incrédulo como el Cacaseno.
—Deja al Cacaseno en paz, que está de
vacaciones. Desde luego que soy incrédulo, no creo en los milagros ni en los
santos, no me gusta confiarme a fantasías, aunque veo que a ti tampoco. Si
realmente hubieras tenido la fe que dices en la santa, te hubieras ido a tu
casa a esperar la curación en vez de confiar en la ciencia médica. Eso sí que
tendría mérito. Entonces hasta yo creería en el milagro.
—Los que no tenéis la suerte de creer…
—Eso no es suerte ni deja de serlo, Juan. Se
trata de optar por el pensamiento racional o por la fe. Ambos son caminos
legítimos con que la naturaleza nos ha regalado. La diferencia está en que uno,
el racional, intenta entender (con cierta dificultad y estudio), cuál es la
razón de la existencia de nuestro pequeño mundo, y el otro confía ese menester
a las diversas religiones -tan numerosas y variopintas como grupos humanos-,
que suponen a los dioses gestores de nuestro destino.
—Suponen, no, que es positivo.
—Ves, la diferencia es que yo admito la
duda, prefiero el agnosticismo, que
supone dudar sin negar. Tú, para mantener incólume la estructura de tu edificio
de creencias, no puedes admitir la duda. Pides
respuestas a tu sistema y te confías a ellas ciegamente, yo intento
aprender, investigar, entender…
—No hay nada que investigar, la verdad, la
única verdad se encuentra en la Biblia. Allí está todo escrito, el pasado, el
presente y el futuro.
—Cierto, para ti. Pero ¿y los demás libros
santos que lo son con el mismo derecho que el tuyo? Pongo por caso la Torá o el
Corán, por hablar solo de la misma familia y dejar aparte los libros
fundacionales de los cientos de religiones que en el mundo existen ¿Son mentirosos?
¿Están equivocados? ¿Cómo es posible que sus seguidores se denosten entre sí y
se hagan la guerra intentando exterminarse en nombre de unos dioses que dicen
predicar la paz universal?
—Ya me estás liando. Eso tenéis de malo los
que habéis estudiado, que el diablo os confunde y os llena de soberbia.
—Puede que tengas razón, Juan, a ti te basta
la fe, yo necesito la razón.
El final de la oveja decisorio.
ResponderEliminarLas hay por todas partes.
EliminarInteresante
ResponderEliminarMe alegro que te guste, Pepa. Ya sabes que es un tema especialmente sensible para mi.
EliminarMariano, recien llegado de vacaciones, este dialogo de los queridos tertulianos me hace "bullir las meninges". Pero no esta nada mal para ir desengrasando la abulia mental de los perezosos dias de verano.
ResponderEliminarAbrazos.
Espero que hayan sido placenteras y me alegra, como siempre, verte por aquí. Un abrazo.
EliminarSiendo cierto el climax, Mariano, lo peor es que, además, de vez en cuando, el propio pastor que te debe cuidar te tire una pedrada y te "escalabre". Eso es indignante y degradante. Mi chichón, del único cruzazo que me dieron en "la doctrina católica apostolica y romana" vive conmigo con el orgullo de la rebelión. Un abrazo.
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