Tengo la penosa sensación de que no hemos
sabido resolver nuestras diferencias desde que aprendimos a ponernos de pie. La
Historia (y la Prehistoria) de la humanidad son las de un permanente conflicto
entre los grupos. Primero las naciones y las culturas luego,
encaminados a la completa extinción del enemigo. Comenzamos eliminando a los
Neandertales, la especie que compartía territorio con nosotros, bien de forma
directa, bien segándoles la hierba bajo los pies. Y desde entonces, no ha
habido momento en nuestro recorrido por este planeta huero de guerras y
matanzas.
Lucharon griegos y persas, romanos y
cartagineses, romanos entre sí, romanos contra egipcios, partos y toda clase de
“bárbaros”; Europa (por no salirnos de nuestro patio de vecinos) se diseñó a
base de guerras y después seguimos guerreando unos contra otros en las dos
mundiales. De aquellas terribles catástrofes no hemos aprendido nada. Nuestros
jóvenes se entretienen en juegos de guerra virtuales, con el beneplácito
bobalicón de todos. Les contamos, como si fueran una broma llena de gracia, las
granes batallas y los animamos a que coleccionen replicas de las terribles
armas, voladoras, marinas o terrestres, que exterminaron a millones de seres. Comenzamos
a familiarizarlos, desde pequeños, con nuestra vergonzosa historia de masacres
para que sus callos anímicos les impidan, como a nosotros, reflexionar sobre el
tema. Luego nos la cogemos con papel de fumar cuando unos bárbaros lejanos se
matan –o nos matan-, utilizando ‘armas no autorizadas’. Fabricamos un extenso
catálogo de herramientas mortales, unas más eficaces que otras, todas con el
objetivo de cualquier guerra: matar al mayor número de enemigos al menor coste.
Esa es la única realidad de la guerra.
En la actualidad, los gastos militares son
astronómicos y las poblaciones los sostienen a costa de sus penurias. La casta
de los guerreros es imprescindible para los gobernantes, que los utilizan en
los momentos de agitación interna. Los políticos (en demasiados casos) se han
profesionalizado y perdido en honor lo ganado en ambición. No es posible
conservar la ecuanimidad y el criterio cuando la mano que te alimenta está
gobernada por el cerebro que te ordena. ¿Cómo se soluciona esto?, se preguntarán
Uds. Siento decepcionarles, no conozco la panacea; mantengo sin embargo, la
esperanza de que gentes más preparadas que yo la tengan. Propongo, reflexionar
de forma profunda, desprendiéndonos de credos, informaciones y doctrinas
interesadas. Volviéndonos hacia el interior, hacia nuestra verdadera condición
de humanos, de seres capaces de pensar y analizar lo que sucede en nuestro
entorno con libertad, sacudiéndonos hasta donde sea posible, las ataduras
educacionales. Luego, obrar en consecuencia. Esa es, posiblemente, la
revolución fundamental a la que se refería Krishnamurti.
Muy bien dicho y completamente compartido el pensamiento. Es terrorifico a nivel de la humanidad en general y si lo reducimos a europa o a la peninsula el tema igualmente se confirma. Y esa idea terrorifica no se aleja, a nivel individual, por el hecho de los que hemos vivido después del 1945 no hayamos tenido que ir a ninguna guerra (somos la primera generación en miles de años que no lo ha tenido que hacer), ya que, amén de que en otros lugares si lo han hecho, no esta claro que nuestros descendientes no lo hagan. La capacidad de olvido es tremenda, y los pueblos que olvidan su historia estan condenados a repetirla (obviamente no es mia la frase). Los otros dias en el "intermedio" hicieron una encuesta entre jovenes estudiantes con ocasión del aniversario del golpe de estado del 23 de febrero y era asombroso como decian que eso no lo estudiaban. Seguro que tampoco la guerra civil, ni las guerras carlistas, ni la primera y segura guerra mundia......y todo ello por la necesidad de preparar a nuestros estudiantes para entrar rapidamente en el mundo laboral, con contrato a tiempo parcial, o mejor dicho, a llamada, como se esta poniendo ahora en moda.....Bueno acabo que se trataba de comentar tu estupenda reflexión.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me acabo de encontrar este magnífico comentario y lamento que el autor se firme "Unknown". Me hubiera gustado conocerlo.
ResponderEliminarSomos una especie extraña, sin duda. Nuestro intelecto no parece habernos servido (no nos ha servido, de hecho: prescindamos de mentiras piadosas) para vivir de forma pacífica, ni para corregir las desigualdades derivadas de la acumulación o ausencia de riqueza, ni para observarnos sin mirar el color de la piel. Siempre me acuerdo del impacto que me causó en mi juventud aquella frase de CJC en "La colmena": "Nada tiene arreglo; evidencia que hay que llevar con asco y con resignación. Y, como los más elegantes gladiadores del circo romano, con una vaga sonrisa en los labios". Qué pena da(mos).
ResponderEliminarPues sí, quizás todo está en nuestro origen. No hemos sabido trascender de la tribu territorial y de escasos alcances. A lo mejor lo de la universalidad nos ha quedado lejano y hemos dedicado nuestros esfuerzos a precavernos contra los elementos de las tribus vecinas, como hacían nuestros ancestros. En una carrera desorbitada hacia ningún sitio, es posible que nuestra humanidad perezca devorándose a sí misma. Lamentable y triste, aunque por no abandonar la esperanza, quizás algún fenómeno como el del cráter del Yucatán proporcione un cambio de rumbo.
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