Respeto las fiestas populares, pero
no soy asiduo. A algunas, por compromiso, acudo de peor o mejor grado, otras
las evito tan discretamente como puedo. Algo parecido me sucede con los
festejos folklorico-religiosos, romerías y similares, que procuro soslayar sin
desairar a nadie. Una de las primeras fotografías de mi infancia (en la que
estas no eran frecuentes) me refleja, disfrazado ad hoc, subido a una carreta de bueyes en el “Bando de la Huerta”,
que entonces era una cosa discreta y familiar. Para más detalles, la foto es de
D. Miguel Herrero, excelente fotógrafo, mejor persona, y amigo de la familia.
Guardo un entrañable recuerdo de aquellas fiestas de mi infancia y de la ciudad
recoleta y provinciana que Murcia fue.
Hace poco, me invitaron a una fiesta,
cuyo atractivo consistía en verter, para diversión de autóctonos y extraños, no
sé cuantos miles de kilos de tomates con los que unos y otros se embadurnan
hasta quedar hechos un ecce homo.
Seguro que la diversión es cosa asegurada.
Es harto improbable que yo asista a tal
fiesta. Estoy convencido de que si hubiera nacido en ese pueblo, pensaría de
forma diferente, pero no he tenido esa suerte. Lo que supone el desperdicio de
esa cantidad de alimentos, en estos tiempos de penuria -y en cualquiera otros-,
es cuestión en la que no me adentro.
Más discreto, aunque igual de lúdico
e ingenioso, se me antoja el lanzamiento de huesos de aceituna, insólito
deporte que no dudo ha de alcanzar pronto las más altas cotas de reconocimiento
internacional. Sus practicantes ya comienzan a ser considerados como
deportistas de élite. Por desdicha, tampoco estoy dotado para su práctica.
Hace poco, un buen amigo me invitaba
a participar en los actos que con motivo de la fiesta de “Moros y Cristianos”
se celebran en su localidad. Cortesía que le agradecí en lo que vale.
— ¿Una fiesta tradicional?, le
pregunté.
—Ya lo creo -me contestó- viene de
hace cientos de años, ha estado latente hasta hace poco. ¿No sabes que los
moros estuvieron aquí muchos siglos?
Hasta que los echaron, dije para mi
coleto.
—Los judíos también –le dije- ¿Porqué
no incorporarlos a la fiesta?
Mi amigo, que había concluido ya los
argumentos de que disponía, me invitó a conocer el campamento moro, y el
cristiano, la procesión del pan, el alarde arcabucero, la leche de camella y no
sé cuantos inventos más. El asunto prometía, pero tengo acumuladas suficientes
experiencias entre los habitantes del Sahara para contentarme con sucedáneos.
Así es que lo de los moros y cristianos tampoco pudo ser.
Espero que me encaje la próxima
fiesta a la que me inviten.
Amigo Mariano, tanto en lo concerniente a vírgenes y democracias, como en lo que toca a fiestas populares tradicionales, ambos aspectos muy bien tratados en tus últimas entradas —como es habitual en “Desde el Asilo”—, estoy en tu misma línea, y, además, quiero felicitarte por esa habilidad —arte: de la prudencia, del humor, de la ironía...— para decirlo "abonico", con tiento.
ResponderEliminarGracias, Pepito, semos pocos pero incombustibles. En ello estamos.
EliminarUn auténtico placer leerte.
ResponderEliminarGracias, Pilar, me gusta verte de vez en cuando por aquí. Un abrazo.
ResponderEliminarPues te confieso que entró a "tu asilo" con verdadero placer. Suscribo lo que dice tu amigo Pepe. Muchas gracias por tus estupendos comentarios y por tu amistad. Besicos
ResponderEliminarPues te confieso que entró a "tu asilo" con verdadero placer. Suscribo lo que dice tu amigo Pepe. Muchas gracias por tus estupendos comentarios y por tu amistad. Besicos
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