Sostiene el Dr. Arsuaga que nuestros
antepasados sapiens y quizás antes
los neandertales, y hasta los homínidos que les precedieron, habían arrancado a
pensar miles de años antes de nuestra época; que habían adquirido ya conciencia
de sí mismos y de que eran perecederos. Nunca lo sabremos con exactitud porque
han quedado pocos rastros de semejante actividad que podamos contrastar. Sí nos
han llegado testimonios de otros pensadores posteriores que aún nos asombran
con sus lúcidos razonamientos. En Grecia, cuna de nuestra cultura mediterránea,
hacia el siglo V antes de nuestra Era, aparecieron unos pensadores a los que
llamamos sofistas o maestros de la virtud (entendida la sofística como
capacitación y aptitud para el ejercicio de la política) que nos regalaron
suficientes testimonios como para ilustrar, si ello fuera posible, a tanto memo
que accede a la política sin más bagaje que su entusiasmo, más formación que
las directrices de su partido, ni más capacitación que su buena voluntad
aderezada con la necesaria dosis de ambición.
Protágoras de
Abdera utilizaba la palabra para ‘poder convertir en argumentos sólidos y
fuertes los más débiles’, y Gorgias de Leontini juzgaba que ‘la palabra es como
un veneno con el cual se puede hacer todo, envenenar y embelesar’. La sofística
no conoce propiamente el problema, sino sólo la propaganda. Jaeger advertiría,
años después, que ‘es una contorsión de las perspectivas históricas alinear a
los maestros sofistas junto a las teorías del cosmos del estilo de Anaximandro,
Parménides o Heraclito. Puede que tuviera razón.
Así pues, la
persuasión de los sofistas no se pone
simplemente al servicio de la verdad, sino que es un instrumento siempre a
punto para cualquier argumento que se precise. Platón añadiría que es, ‘no ya
guía, sino captura de almas, simple arte de retorica y dialéctica [erística], retruécanos de palabras y
fantasmagoría’. No es ya el interés objetivo de la verdad el que impele el
verbo, sino el propio y subjetivo. Así llegó la palabra sofística a merecer el
sentido peyorativo que hoy se le da.
Si no fuera
porque albergo seria dudas de que muchos de nuestros políticos se entretengan
en el noble arte de leer a los clásicos, pensaría que la sofística de los
antiguos griegos se ha instalado entre ellos.
Haces bien en dudarlo Mariano, no creo que sea esa la razón, quizás más bien que no hay nada nuevo, todo está ya inventado y estamos rizando el rizo. Interesante entrada.
ResponderEliminarGracias, Yashira, un placer que pases por aquí de vez en cuando. Abrazos.
ResponderEliminarLa lucides de los clásicos atrae ¡y mucho!, pero la tuya me encanta, incluso cuando dudas... razonablemente ¡Qué sabio tu comentario!
ResponderEliminarFelicidades, querido amigo.
Sortea bien estos calores.
Beso
Gracias, Doloricas, procuraré seguir tu consejo. Aquí, en mi asilo escapamos por una orilla. un abrazo.
ResponderEliminarPues en el mío, regu. Tengo las montañas tan cerca, que impicen se cuele la brisa da nuestra mar salada!
EliminarGracias ti por contestar. Hasta pronto