El
astronauta Neil Armstrong, a la vuelta de su paseo espacial, aseguró que desde allá
arriba no había logrado divisar la Gran Muralla China. Que la obra podría verse
desde la luna resultó ser una fantasía imaginada por un anticuario inglés
llamado William Stukekey en 1754, pero se había convertido en una leyenda, no sé
si urbana o campesina, que nos gustaría probable, porque esa es una de las
obras colosales que hablan del empeño de los hombres en elevar monumentos cuya
utilidad es difícilmente comprensible para las generaciones posteriores. Como
el Machu Picchu , las pirámides de Egipto o las
murallas de Ávila.
La Gran
Muralla China, que es, quizás, la primera de esas dimensiones edificada para
separar a unos hombres de otros de que tenemos noticia. Tenía más de 20. 000
Km. de longitud, una anchura entre 4 y 5 m. y una altura que oscila entre los 6
y los 7 m. Se levantó, con una perseverancia difícilmente comprensible en
nuestros días, a lo largo de 1100 años por muchas generaciones de individuos
cuyos restos reposan en su vecindad. Constituye una de las nuevas siete
maravillas del mundo.
Se
inició en tiempos del primer emperador de la dinastía Qin (221 aC.) con el
objetivo de impedir la invasión de otros pueblos, seguramente menos cultos pero
más aguerridos y con mayor potencial invasor, sea porque tenían más hambre o
porque, con mejores armas, ansiaban apoderarse de nuevos territorios. Los
chinos creyeron aislarse del mundo mediante un muro. Los avatares siguientes
evidenciaron ese afán completamente inutil. Ahí está la muralla, de la que solo
se conserva un 30%, convertida en atractivo turístico. Luego, vinieron más
murallas, unas ciclópeas, otras de tierras y minas o de alambradas metálicas,
todas con un objetivo que se demostró inutil al cabo de los tiempos – el muro
de Berlín, la muralla de Adriano, los muros de Constantinopla, la línea de la
paz de Belfast, la franja de Gaza, la valla del Sahara occidental, la valla de
Dubrovnic en Croacia, el muro fronterizo EEUU-Mexico, la muralla de Dyarbakir
de Constantino, las de Ceuta y melilla, y tantas otras.
Todas
se han revelado inútiles y, sobre todo, permeables que es el mayor
contrasentido que en un muro puede darse. La conclusión es clara: es imposible
aislar a unos pueblos de otros y todos son susceptibles de ser invadidos, de
una u otra forma.
Me ha
sugerido esta inconsecuente reflexión sobre muros, vallas y murallas, un
excelente artículo de Pérez reverte al respecto de las invasiones. Creo que
tiene enjundia. Ahí lo teneis:
http://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/1038/los-godos-del-emperador-valente/
Y, aún así, hay un personaje por allá en la USA que quiere poner un muro a lo largo de la frontera con México... qué tal esto.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pues sí, así va la cosa. otro para ti.
EliminarInteresante Mariano. Un beso enorme desde Argentina. Lourdes.
ResponderEliminarGracias, Lourdes, es un placer verte por aquí.
EliminarY como no aprendemos nada de la historia, ahí seguimos, insistiendo.
ResponderEliminarAbrazos Mariano.
Maestro, tu sapiencia es tan exquisita como tu léxico. Tanto tú como el paisano cartagenero estáis excelentes. Un abrazo.
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