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jueves, 19 de marzo de 2020

O TEMPORA, O MORES



Cuentan los que de ello saben que Marco Tulio Cicerón, una vez se hubo zafado del intento de asesinato por parte de su colega Lucius Sergius Catilina, emprendió contra él una campaña en el Senado a la que se dio el nombre de Catilinarias. Corría el año 63 a.C. y la Republica Romana comenzaba a dar signos de agotamiento, tantos que no tardaría mucho en ser sustituida por el principado de Augusto. Pero eso no lo sabía entonces Catilina, al que se le atribuyen al menos dos conspiraciones, sobre las que no todos los estudiosos del tema se ponen de acuerdo. Sea como fuere, Cicerón en su primera catilinaria Oratio in Catilinam Prima in Senatu Habita, deploraba la perfídia y corrupción de su tiempo en general y de Catilina en particular, añorando otros tiempos de mejor factura con la frase que encabeza este artículo.
De las sabias enseñanzas que la historia nos proporciona, a poco que prestemos oreja atenta, se desprende que ya en tiempos pasados, las corruptelas, zancadillas y puñaladas políticas (y no tan políticas, si no que le pregunten al pobre Julio), eran de uso común, y que se añoraban tiempos anteriores de mayor bonanza. A lo que parece, poco hemos progresado, solo que ahora se trabaja con dinero negro, se destruyen ordenadores y se llevan los cuartos a Suiza, Andorra, Panamá o las Islas Caimán, por no hablar de comisiones reales.
Parece, la de volver la vista atrás con añoranza, práctica extendida entre literatos, con la idea de que cualquier tiempo pasado fuera mejor, como decía don Jorge cuando le sobrevino la orfandad. También el avellanado manchego se refería a ello al pronunciar ante ciertos cabreros: “Dichosa edad y siglos dichosos aquellos…”
Puede que resulte decepcionante, después de tantos siglos de “‘avances” comprobar que, en algunos aspectos, hemos adelantado tan poco. Ansiamos llegar a la luna y quién sabe dónde más, en un afán exploratorio que heredamos seguramente de nuestros ancestros primitivos. Sin embargo, hemos dedicado pocos esfuerzos a comprender el sentido de nuestra existencia, tanto personal como colectivamente. Y menos aún a crear una sociedad paritaria, igualitaria y justa alejándonos en lo posible de nuestros comportamientos instintivos, herramientas imprescindibles para prosperar en el inhóspito mundo heredado de nuestros parientes monos. Ya tendríamos que haber superado la naturaleza que compartimos con ellos merced a la gran conquista que nos hace diferentes: nuestro cerebro capaz de conferirnos una categoría espiritual y ética que ningún animal de nuestro mundo ha ostentado jamás.
Sin embargo, los comportamientos humanos siguen siendo los mismos: dominio de la sociedad por los menos solidarios, permanentes guerras de conquista o religión, indiferencia de las sociedades opulentas que gastan más dinero en dietas que los pobres en procurarse comida; aniquilamiento del que no piensa como nosotros o del que adora un dios diferente…
Varios millones de años de evolución, no parece que hayan servido para mucho, pero a lo mejor aún hay tiempo, habrá que tener paciencia.

¡O tempora o mores!



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