El viajero, que es disciplinado, se une a la
caravana que lleva rumbo a Baeza. Le han dicho que, junto con su vecina Úbeda,
son ciudades medievales que conviene visitar. Y a él le parece bien. Al
viajero, sabedor de que el viaje y no el destino es casi siempre lo importante,
cualquier rumbo le parece adecuado. Oyó decir hace mucho tiempo que a la
mente, igual que a los perros domésticos y a los viejos, es necesario sacarlos a
pasear de vez en cuando porque si no, se engandulan. A la mente hay que
proporcionarle espacios renovados, vistas diferentes, ciudades que la
sorprendan. Esos estímulos hacen que genere ideas, almacene imágenes que luego será capaz de procesar, quizás
para construir mundos ilusorios. La mente es cosa que no siempre controlamos y
a la que hay que concederle un cierto respeto ya que posee una inquietante
tendencia a funcionar de forma autónoma. El viajero, que en el transcurso del
tiempo ha llegado a una saludable concordia con ella, la saca de paseo cuando
la ocasión se le ofrece, como si fuera una mascota caprichosa o un anciano cuya
silla de ruedas hay que empujar de forma dulce y constante.
Baeza es una ciudad medieval y cuidada. Los
edificios, de mediana señoría, tienen la fortuna de estar construidos en solida
piedra, lo que probablemente ha propiciado su pervivencia a lo largo de los
siglos. El viajero la compara con su pueblo, de cerámica mucho más perecedera y
siente cierta envidia…
En un bar llamado Bou Sadif, un guardia civil de uniforme hace manitas con una
hermosa joven de vestimenta evanescente. Los tiempos cambian y nos
proporcionan, a veces, escenas impensables no hace mucho.
El viajero y sus amigos deambulan,
acompañados por el airecillo fresco que parece presagiar nieve, a través de las
calles empedradas hace muchos años. En un recodo, una banda de muchachos atrona
el aire con el sonido de tambores premonitorios de la Semana Santa. Los chicos
se emplean a fondo, como si su felicidad dependiera de cada golpe asestado con
inequívoca potencia. La comitiva tamborera pasa delante del antiguo seminario
conciliar de san Felipe Neri, hoy sede de la Universidad Internacional de Andalucía
donde el grupo de peregrinos tiene la suerte de coincidir con un delicado
concierto de sonatas de Beethoven.
Las notas del violín y el piano se esparcen por
la sala recoleta -quizás una antigua capilla con excelente sonoridad- como
mariposas multicolores que acarician los oídos con su aleteo suave. La sala
-unas cien localidades- está llena a rebosar y el público escucha en silencio
reverente. Acabada la actuación, dos ‘propinas’ de Falla los dejan más que
satisfechos.
A la salida, los tambores siguen atormentando
el ambiente. Se les han añadido una banda de cornetas. Los chicos trompetistas,
no se sabe si en su ímpetu juvenil o con el afán de superar a los tambores,
soplan con todas sus fuerzas.
La caravana pasa, al día siguiente, por Jaén
y se detiene a repostar. El viajero no puede por menos que recordar los versos
de Baltasar de Alcázar: 'En Jaén, donde resido, vive Don Lope de Sosa...' y la
recita a sus acompañantes, que la escuchan distraídos.
Jaén, desde el punto de vista arquitectónico,
parece una ciudad de poco fuste después de lo que llevan visto los viajeros.
Sin embargo, el museo del centro cultural Baños Árabes, los sorprende de forma agradable; un edificio laberíntico, plagado de recovecos, asentado
sobre unos baños árabes donde, probablemente hubieron antes unas termas
romanas. Alberga también un museo del aceite lleno de artilugios desconocidos y
fascinantes.
La caravana no se detiene. Pasa por Úbeda,
donde nunca hubo cerros. Sin embargo, Alvar Fañez dijo haberse perdido por ellos
mientras permanecía agazapado durante las escaramuzas para la toma de la ciudad
por Fernando III el Santo. A lo mejor el hombre, a pesar de ser sobrino del
Cid, era un poco trapalón y algo cagueta.
La caravana sigue hacia el sur...
Me llevaste, Mariano, a la Castilla de Azorín, y al igual que él, paisajista literario, me sedujisteis con la descripción sencilla y elocuente de los pueblos milenarios del Sur. Y si viajar es sano, según tu teoría, más sano y placentero es hacerlo de tu mano, con tus ojos. Al menos, menos fatigoso, pues sin mover un píe, me paseé por Baeza, Úbeda y Jaén
ResponderEliminarGracias, Juan. Me alegro de haberte sido util. Un abrazo.
ResponderEliminarNo he visitado esas lindes, Mariano, pero de la manera que lo describes, haces que me apetezca mucho.Gracias por tan hermoso anticipo. Un abrazo.
ResponderEliminarNo te lo pierdas, vale la pena. Otro para tí.
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