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martes, 4 de agosto de 2015

DE AYUNTAMIENTOS Y PROCESIONES

Noriega, el alcalde de Santiago de Compostela, mantendrá la decisión de no participar de actos religiosos
FUENTE: LA INFORMACIÓN · 27 JULIO, 2015

Al hilo de la noticia que encabeza este comentario, y de otras del mismo tenor que abundan en la prensa de los últimos tiempos, me contaba un amigo, Juez de Paz de un pueblo vecino al mío, su experiencia en un caso parecido:
Recién incorporado a su cargo, al aproximarse las fechas de la Semana Santa, recibió una cortés invitación del párroco invitándolo a participar en las procesiones junto con el alcalde y demás miembros de la corporación municipal.
Mi amigo, ateo practicante, es hombre de ideas firmemente asentadas, entre las cuales se encuentran unas cuantas consejas que dice heredadas de sus mayores: ‘zapatero a tus zapatos’, ‘no conviene mezclar churras con merinas’, ‘cada mochuelo a su olivo’ y otras cuantas que como un Sancho redivivo me hubiera seguido enjaretando de no interrumpirlo a tiempo.
El caso es que, consultando los papeles propios de su cargo, encontró uno que decía:

Art. 395 de la Ley orgánica del Poder Judicial:
No podrán los jueces o magistrados pertenecer a partidos políticos o tener empleo al servicio de los mismos, y les estará prohibido:
1.    Dirigir a los poderes, autoridades y funcionarios públicos o corporaciones oficiales, felicitaciones o censuras por sus actos, ni concurrir, en su calidad de miembros del Poder Judicial, a cualesquiera actos o reuniones públicas que no tengan carácter judicial, excepto aquellas que tengan por objeto cumplimentar al Rey o para las que hubieran sido convocados o autorizados a asistir por el Consejo General del Poder Judicial.
 
De donde vino a inferir que no solo era conveniente, sino necesario, que cada uno se ocupara de sus asuntos y el Dios del señor cura de sus fieles.
En aras de la buena convivencia que siempre ha procurado mantener con los habitantes de su pueblo, sean romanos, cartagineses, moros o cristianos, comentó el caso con el Sr. alcalde que acostumbraba a seguir a las varias cofradías que procesionan en esas fechas acompañado de sus más íntimos colaboradores en el gobierno municipal, arropados por las fuerzas del orden, jefe de la policía municipal, de la guardia civil, etc.
Según me contaba, le hizo al edil las mismas reflexiones que a mí sobre la conveniencia (por bien del respeto mutuo que deben profesarse todas las instituciones) de que cada uno se ocupara de sus negocios, fueran mundanos o sobrenaturales, con la máxima independencia y sin injerencias de tipo alguno. Argumentaba que, siendo alcalde de todos –creyentes y no creyentes- convenía no decantarse por ninguna manifestación de tipo popular, de igual forma que no consideraba conveniente desfilar en la cabalgata de moros y cristianos o en el Bando de la Huerta. Otra cosa es que, a nivel particular, bien a cubierto tras el anónimo capuz, bien a cara descubierta, participara en tantos actos religiosos como considerara oportuno; lo que debía aplicarse también a las fuerzas vivas que se veían obligadas a desfilar tras los pasos provistos de sus mejores trajes de gala y del armamento correspondiente. Sospecho que incluso adornaría su plática con alguno de los muchos refranes que me había obsequiado.
No pude averiguar cómo terminó el asunto, porque llegó la marea electoral y cambió el orden de personas y partidos, pero sospecho que, en el futuro, el asunto seguirá más o menos por el estilo, porque algunos políticos –de una u otras bandas- suelen mostrar escasa claridad de ideas cuando se mezclan religiones, tradiciones y costumbres.
—Lo cual –añadía mi amigo- no empece para que conserve la esperanza de que en este país, algún día laico, aprendamos que es importante separar unas cosas de otras para mejor respetarnos todos.



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