Noriega, el alcalde de Santiago de Compostela, mantendrá la decisión de no
participar de actos religiosos
Al hilo de la noticia que encabeza
este comentario, y de otras del mismo tenor que abundan en la prensa de los
últimos tiempos, me contaba un amigo, Juez de Paz de un pueblo vecino al mío,
su experiencia en un caso parecido:
Recién incorporado a su cargo, al
aproximarse las fechas de la Semana Santa, recibió una cortés invitación del
párroco invitándolo a participar en las procesiones junto con el alcalde y
demás miembros de la corporación municipal.
Mi amigo, ateo practicante, es
hombre de ideas firmemente asentadas, entre las cuales se encuentran unas cuantas
consejas que dice heredadas de sus mayores: ‘zapatero a tus zapatos’, ‘no
conviene mezclar churras con merinas’, ‘cada mochuelo a su olivo’ y otras cuantas
que como un Sancho redivivo me hubiera seguido enjaretando de no interrumpirlo
a tiempo.
El caso es que, consultando los papeles propios de su cargo,
encontró uno que decía:
Art. 395 de la Ley orgánica del Poder Judicial:
No podrán los jueces o magistrados pertenecer a
partidos políticos o tener empleo al servicio de los mismos, y les estará
prohibido:
1.
Dirigir a los poderes, autoridades y
funcionarios públicos o corporaciones oficiales, felicitaciones o censuras por
sus actos, ni concurrir, en su calidad de miembros del Poder Judicial, a
cualesquiera actos o reuniones públicas que no tengan carácter judicial,
excepto aquellas que tengan por objeto cumplimentar al Rey o para las que
hubieran sido convocados o autorizados a asistir por el Consejo General del
Poder Judicial.
De donde vino a inferir que no solo
era conveniente, sino necesario, que cada uno se ocupara de sus asuntos y el
Dios del señor cura de sus fieles.
En aras de la buena convivencia que
siempre ha procurado mantener con los habitantes de su pueblo, sean romanos,
cartagineses, moros o cristianos, comentó el caso con el Sr. alcalde que
acostumbraba a seguir a las varias cofradías que procesionan en esas fechas
acompañado de sus más íntimos colaboradores en el gobierno municipal, arropados
por las fuerzas del orden, jefe de la policía municipal, de la guardia civil,
etc.
Según me contaba, le hizo al edil
las mismas reflexiones que a mí sobre la conveniencia (por bien del respeto
mutuo que deben profesarse todas las instituciones) de que cada uno se ocupara
de sus negocios, fueran mundanos o sobrenaturales, con la máxima independencia
y sin injerencias de tipo alguno. Argumentaba que, siendo alcalde de todos
–creyentes y no creyentes- convenía no decantarse por ninguna manifestación de
tipo popular, de igual forma que no consideraba conveniente desfilar en la
cabalgata de moros y cristianos o en el Bando de la Huerta. Otra cosa es que, a
nivel particular, bien a cubierto tras el anónimo capuz, bien a cara
descubierta, participara en tantos actos religiosos como considerara oportuno;
lo que debía aplicarse también a las fuerzas vivas que se veían obligadas a
desfilar tras los pasos provistos de sus mejores trajes de gala y del armamento
correspondiente. Sospecho que incluso adornaría su plática con alguno de los
muchos refranes que me había obsequiado.
No pude averiguar cómo terminó el
asunto, porque llegó la marea electoral y cambió el orden de personas y
partidos, pero sospecho que, en el futuro, el asunto seguirá más o menos por el
estilo, porque algunos políticos –de una u otras bandas- suelen mostrar escasa claridad
de ideas cuando se mezclan religiones, tradiciones y costumbres.
—Lo cual –añadía mi amigo- no
empece para que conserve la esperanza de que en este país, algún día laico,
aprendamos que es importante separar unas cosas de otras para mejor respetarnos
todos.