De los pocos millares de
individuos que sobrevivieron de nuestra especie –Homo Sapiens Sapiens, también
llamados Cromañones y de otras variadas maneras- hemos pasado a ser unos diez
mil millones, con la estremecedora perspectiva de que somos capaces de duplicar
esa cifra cada veinticinco años, mes arriba o abajo. El problema es que la tierra
no se estira en la misma medida que las poblaciones crecen, de forma que lo que
en principio fuera un planeta deshabitado como el del Pequeño Príncipe, amenaza
con convertirse en una superficie alicatada por los edificios y en un mar
agostado por la pesca intensiva.
A falta de Neandertales a los que
disputar el espacio, ahora nos lo disputamos entre miembros de nuestra especie,
haciendo distinción entre blancos, rojos, amarillos o negros. Unos, más
afortunados, ocupamos las parcelas fértiles mientras otros se vieron relegados
a los desiertos, a las tierras nevadas o a los territorios yermos. Los más
desfavorecidos no se resignan a su suerte y quieren compartir nuestras parcelas
abundosas. Solución: levantar barreras que impidan tal subversión del orden
establecido durante miles de años a base de garrotazo y tente tieso.
Esta medida, que se viene
empleando desde tiempos inmemoriales por todas las civilizaciones (recuérdense
las enormes murallas erigidas a lo largo de la historia: la china, la
marroco-saharaui, la americo-mexicana, etc. -Ver un excelente articulo al
respecto del blog “Dactiloteca” http://elbamboso.blogspot.com.es/2013/05/la-caridad-humilla.html),
alcanza hoy el virtuosismo de la erigida en la ciudad de Melilla. Tiene por
objeto impedir la entrada a los subsaharianos ansiosos por disfrutar de la
prosperidad que los encantadores de serpientes les han dicho que existe entre
nosotros. Son gentes que solo pueden perder la vida en el intento y la suya apenas
tiene valor. Desde luego, no el mismo que la de cualquier individuo del “primer
mundo”.
El debate, ahora es si ponemos o
no cuchillas en las que puedan dejarse las carnes a tiras si siguen empecinados
en su intento; o si dejamos la valla tal como está, de modo que en los asaltos
no se produzcan heridas demasiado sangrientas. Así no costará mucho repararlos
antes de devolverlos al Teneré donde pueden morir tranquilamente, lejos de
miradas importunas.
Soluciones de mayor calado
resultarían complicadas para el sistema capitalista en que vivimos y nadie está
dispuesto a plantearlas. Estamos demasiado ocupados en mirarnos el ombligo por
si hemos engordado en exceso los últimos días para ocuparnos de unos pocos
negros desesperados por llevarse algo a la boca.
No es asunto nuestro.
Este
artículo se publicó en Vegamediapress el 15.11.2013
Aparte del sadismo, ponernos a la altura de todos los países que han construido muros desde el siglo XX tiene otro nombre.
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ResponderEliminarEsta es la cuestión, Mariano: sus vidas son lo único que pueden perder. Arriesgarla, para ellos, supone poder seguir sufriendo o, de una vez, morir y punto. Su desesperación es fustigada hasta extremos inverosímiles por quienes nos consideramos los Cromañones, que de Sapiens nada de nada, dueños de la riqueza, el derroche, la vejación y la vida.
ResponderEliminarUn abrazo, Mariano.
El vivir contemplando hacia otro lado es un mal de muchos. Es increíble que todo siga igual y muchas veces hasta superamos la indiferencia y arrogancia de siglos anteriores. Muy buen post Mariano. Felicitaciones.
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