Mi amigo Fernández es hombre de permanente inquietud. Su curiosidad raya a veces en la impertinencia pero él, lejos de avergonzarse, la justifica diciendo que solo la curiosidad hace progresar al género humano. Interpela sin el menor rubor, cuando se le ocurre y a quien se le ocurre. El otro día, en el curso de una conversación sobre los inmigrantes, me soltó a bocajarro:
—¿Tú eres racista?
La pregunta me hizo reflexionar, y le dije:
—Mira, yo no sé si soy racista o no. No me gustan las definiciones ni los alineamientos: si soy de tal partido, automáticamente estoy en desacuerdo con tal otro. Si profeso tal religión, me convierto en enemigo mortal de tal otra, a cuyos miembros tengo el sagrado deber de atraer a mi causa, de ignorar para siempre o de exterminar. No me gusta que me digan lo que tengo que hacer ni en qué dogmas debo creer. Te diré como veo yo el fenómeno de los inmigrantes y tú decides si soy o no racista, porque a mí no me interesa la definición: vivo en la zona que quiero vivir, con gentes a las que conozco y que pertenecen a mi misma cultura y formas sociales. Procuro no meterme con nadie y evito que nadie se meta conmigo. Deben tener su religión, pero no sé cuál es ni me importa; nadie me la impone ni me cuenta lo importante que es pertenecer a ella, y si lo intenta procuro detener cortésmente lo que me parece una intromisión inaceptable. En mi ciudad hay barrios donde viven mayoritariamente familias gitanas y seguro que allí, como entre nosotros hay de todo: gentes honradas y trabajadores, y la adecuada proporción de chorizos o drogatas. Pero sin embargo yo no he ido a buscar un piso al barrio de los gitanos, a pesar de que allí son mucho más baratos que en el mío. ¿Tú si has ido?
Creo que la generalidad de los hombres se siente muy a gusto entre los suyos, que necesita un grupo medianamente homogéneo que le proporcione cierta seguridad, y el que quiere cambiar de aires, lo hace y santas pascuas. Otra cosa es que gentes de países en los que se vive mal, animados por las noticias (a menudo falaces) de nuestro mundo de confort y despilfarro se acerquen a nosotros sin respetar, porque no pueden, ni saben, ni quieren, las normas sociales establecidas. están en situación ilegal, y desde ese aspecto no se pueden considerar en igualdad de derechos con el resto de los ciudadanos que sí cumplen con sus deberes sociales. Estos últimos trabajan, pagan sus impuestos y conquistan sus derechos (a veces a regañadientes) con sus obligaciones. Una parte (cada vez más importante) de sus ingresos, se emplean en sufragar los gastos ocasionados por la asistencia médica proporcionada a esos inmigrantes ilegales que conviven con nosotros en condiciones difíciles, amparados por una especie de vacío legal que nadie se atreve a rellenar de una forma satisfactoria y que a todos debería avergonzarnos.
A mí me gusta vivir en mi país (si no, hubiera procurado vivir en otro) y me importa bien poco que mis conciudadanos, nacidos aquí o venidos de fuera, tengan un color de piel más oscuro o más blanco que el mío, que practiquen una religión, otra o ninguna, o que se priven (o abusen) del cerdo, de los chorizos de Cantimpalo o del vino de Jumilla. Solo reclamo mi derecho a que se sometan a las mismas reglas sociales que yo; que respeten las instituciones, que asuman sus obligaciones de ciudadano para poder disfrutar de todos los derechos que les corresponden; que no me impongan sus costumbres para sustituir a las mías, que no pretendan colonizarme cultural ni religiosamente, que sean plurales y respetuosos con la Constitución de mi país, que ha de ser la suya.
Si se comportan así, los considero ciudadanos como yo mismo. Si no, creo que deberían quedarse en su país, que nadie los ha llamado a este. Yo, por lo menos, no.
Y ahora, mi querido Fernández, tú decidirás si soy racista o no.
Pues sí, Mariano. Es muy frecuente que personas como Fernández, que probablemente sufrieron un duro racismo y rechazo, cuando fueron emigrantes y ayudaron a llenar las arcas de los llamados tecnócratas, sean quienes interrogan con una mezcla de sorna e interés malsano, la opinión de conciudadanos con el pretendido fin, creo yo, de justificar su propio error como seres racionales.
ResponderEliminarDar un leve repaso a las décadas en las que muchos, pero muchos, muchos, muchos españoles, trabajaban en condiciones paupérrimas en donde lo había, es muy aleccionador para realizar una introspección y enseñar a hijos y nietos aquello que, desafortunadamente, parece ser un destino no demasiado lejano.
La similitud con épocas pasadas de la política general del gobierno actual así lo predice.
Un gran abrazo, Mariano.
Muy buena entrada Mariano, correspondiendo a una época en la que convivimos con diferentes razas, religiones, etc. Esot proveca encontronazos, por esas culturas diferentes, pero hay algo que me cuesta entender; si cuando nosotros viajamos a otro país intentamos adaptarnos a sus costumbres ¿por qué aquí, los que vienen intentan imponernos las suyas? Creo que si uno viaja a otro país, debe tener la mente lo suficientemente abierta para aceptar la nueva forma de vida.
ResponderEliminarSaludos,
Yo sí estoy conforme con que mis ingresos paguen la sanidad de todos, incluso la de "esos inmigrantes ilegales". ¿Es que no son personas que pueden enfermar? Por otra parte, qué poco acuden a los médicos, basta comprobar el número de extranjeros que recibe asistencia en España.
ResponderEliminarEn cuanto a "que se sometan a...", si son ilegales ¿cómo van a tener derechos? A mí ninguno ha intentado imponerme sus costumbres ni colonizarme. Lo que sí veo cada día es que, si trabajan, se les paga menos que a un español.
Besos.
Yo también dudo si debo tener etiqueta de racista o no. De lo que sí estoy seguro es que nunca he soportado la prepotencia ni el abuso sobre los más débiles. Y, sí, yo también quiero que se les cure en nuestros hospitales con y sin papeles. Si no hay dinero, que suban los impuestos. Pagar más para estos asuntos me parece bien
ResponderEliminarUn abrazo, maestro. Ah, dale un abrazo a Fernández de parte de Thonto.
Muy buen enfoque, apreciado Mariano, estoy de acuerdo contigo y me tomo la libertad de puntualizar un par de aspectos: no es correcto ni justo generalizar puesto que el fallo fundamental de la legislación española respecto a la inmigración, es haber dejado de lado los acuerdos y convenios bilaterales con algunos países, por otro lado, se olvidaron que cada país tiene su propia ley de extranjería o migración y además está la circunstancia que cada cual tiene su propia idiosincrasia, costumbres, cultura e ideología, por lo tanto, no podemos hablar de "los inmigrantes" cual si todos estuviesen metidos en un solo saco. Desde mi punto de vista España es muy permisiva con la inmigración, incomprensible para muchos, felizmente aceptada por otros. Hay inmigrantes e inmigrantes, es decir cada uno es diferente del otro no por su color ni costumbres o idioma, sino por su esencia humana en sí. No hay personas ilegales, los que hay son personas indocumentadas o con estatus migratorio irregular.
ResponderEliminarYo soy boliviana, de madre española, abuela paterna italiana, padre boliviano, casada con español, no impongo mis costumbres ni siento que las impongan, He aprendido a adaptarme, a respetar y querer el suelo en que vivo y a su gente. He tenido la gran fortuna de vivir en Latinoamérica, Norteamérica y ahora en Europa y lo único que he aprendido es que "NO EXISTE PEOR ENEMIGO DEL INMiGRANTE, QUE SU PROPIO COMPATRIOTA, DEBIDO A LA ENVIDIA"
A veces se confunde racismo con clasismo.
Gracias por compartir tus puntos de vista y tus vivencias. Un abrazo.
Yo no me considero racista ni me molestan las personas de culturas distintas siempre que la transigencia sea en dichas personas distintivo claro, porque lo que no aprecio son los retrocesos en cultura o costumbres. O dicho de otro modo: transigente con todos, excepto con los intransigentes.
ResponderEliminarAhora vamos a ser nosotros los perseguidos con la emigración que tenemos y la que vendrá, que las tornas han cambiado.
Buen artículo, Mariano.
Un abrazo.
Que bueno, Mariano!!! Estoy totalmente de acuerdo contigo! Yo he vivido 18 a~nos en Madrid (soy Italiana) y siempre he tenido claro lo que tu bien expresas. Cada cual es un invitado en un Pais que no es el suyo, y como invitado en casa ajena debe portarse! Un abrazo! :-)
ResponderEliminarTienes razón en casi todos tus argumentos, pero el problema no solo se reduce a términos legales, económicos, de convivencia o religiosos. También están factores humanitarios aunque hagan un descosido importante en nuestra Sanidad y desequilibrios de sistema muy difíciles de solucionar y que interesa precisamente eso, no solucionar.
ResponderEliminarUn saludo, Mariano.