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martes, 20 de abril de 2021

CIENCIA Y RELIGIÓN

Se dice en el Génesis “Al principio, creó Dios los cielos y la tierra” y la nota del exegeta apostilla:”Es el dogma fundamental de la religión, opuesto a todos los falsos sistemas filosóficos y a todas las falsas religiones” (Nacar Colunga ed.1963). Más adelante, en 2.27 del libro sagrado, se describe como, una vez completada por Dios la creación de la tierra, crea también al hombre a imagen suya.

Aún se discute, en las diversas escuelas, religiones y ramas de religiones, en que época y por quien se redactaron estas palabras, recogidas en el libro del Génesis y atribuidas tradicionalmente a Moisés. Parece que si no fue él (entre otras cosas por la dificultad inherente a relatar su propia muerte) sería alguno de sus sucesores, probablemente Josué. El autor es lo de menos; es la obra la que ha perdurado y la que tanta influencia ha tenido sobre buena parte de la humanidad.

Otra visión del principio de los tiempos es la que tenemos en el Evangelio de Juan, (hacia el 300 d.C.) que dice: “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios”.

Si decidimos seguir las directrices de la religión (en este caso de la religión católica) tenemos resueltos en estas breves líneas todo el cumulo de preguntas posibles acerca de la creación del mundo, así como el origen del hombre que tanto preocupa a antropólogos e investigadores.

Hay una fuerza sobrenatural y omnipotente que decide un buen día, ya aparecida la tierra y cuanto en ella se contiene, crear al hombre (varón y mujer). Lo dota de raciocinio para que, a diferencia de los animales que previamente les ha proporcionado para sustento y compañía, sea responsable de sus propias obras y, como diría Don Miguel mucho después, “artífice de su ventura” (Quijote II,66).

Esto, que soluciona de un plumazo las miles de preguntas que el hombre viene haciéndose desde que, a diferencia de los animales, toma conciencia de sí mismo, puede ser verdad. Es solo cuestión de creérselo. A partir de ese momento habrán desaparecido las dudas. La ciencia podrá reducirse a lo que siempre debió ser: un conjunto de reglas capaces de explicar los fenómenos naturales y de descubrir sus leyes más o menos complejas para que los hombres no tengamos necesidad de estar al albur de la magia y desterremos de nuestras vidas el temor a lo desconocido. Una explicación tan simplista como en el primer caso, necesitará de apoyos permanentes, ya que la fe que se nos pide requiere grandes dosis de esfuerzo y el concurso de muchas personas que participen de la misma postura. Es notorio el refuerzo que las ideas sufren en función del número de personas que creen en ellas. Una verdad expresada por una sola persona tiene un valor determinado, generalmente escaso, pero si esa misma verdad (o su contraria) es expresada por unos cientos de miles de personas, la cosa cambia.

Se abre una primera perspectiva de análisis: una verdad (ponga en su lugar teoría, hipótesis, tesis, idea o lo que guste el lector sagaz) es más o menos potente según el número de personas que la suscriban. Imaginemos una teoría falsa o equivocada (falsable) pero cuya condición depende, no de su propia idiosincrasia, sino del número de personas que la apoyan. Habremos introducido el componente subjetivo. Decían los monos de Kipling en la canción que desgranaban estridentes mientras recorrían las copas de los arboles “Somos muchos, todos decimos lo mismo, luego esa es la verdad”.

 

 

 

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