Maurice
Druon en la recomendable serie “Los reyes malditos”, hace referencia, entre
otros muchos acontecimientos históricos, al acaecido en tiempos de Felipe V de
Francia durante sus complejas relaciones con el papado.
A la
muerte del pontífice Clemente V (1264-1314), resultaba procedente el
nombramiento de otro papa. Dado el carácter de autoridad que la Iglesia detentaba
en aquella época (y en las posteriores), la elección del jefe de la Iglesia Católica
tenía importantes connotaciones políticas, de ahí que los príncipes cristianos
procuraran arrimar el ascua a su sardina influyendo en el conclave para que la
elección recayera en persona afín a sus deseos y objetivos.
Los
cardenales de todo el mundo cristiano se reunieron en el conclave de Lyon (1314-1316), pero las
muchas presiones a que se veían sometidos hicieron que el conclave resultara
fallido una y otra vez.
Felipe V,
conocido familiarmente como El largo,
que pretendía un papa de su país y a ser posible en territorio galo, incomodado
por las disputas sin resultado de los cardenales, decidió prepararles una
emboscada encerrándolos en la iglesia del convento de los dominicos de Lyon a
la que había hecho retirar el techo para mejorar en lo posible la influencia
del Espíritu Santo, actor imprescindible en ese tipo de negociaciones. A los
cardenales encerrados solo se les permitió un sirviente por venerable cabeza, y
escasas raciones de pan y agua por toda comida, lo que al parecer del monarca había
de redundar favorablemente en la salud física y claridad mental de los ponentes.
La
medida resultó altamente eficaz, hasta el punto de que surtió el efecto
apetecido en breve espacio de tiempo, resultando elegido Jacques Duèze, a
partir de cuyo momento sería conocido en toda la cristiandad con el nombre de
Juan XXII, que fijó a renglón seguido su residencia en Aviñón, Francia.
Y hasta
aquí el hecho-anécdota que nos proporciona motivo para reflexionar sobre las
circunstancias políticas por las que atravesamos, en las que las sentadas,
reuniones y pactos, se han convertido en el azote informativo de nuestros días.
Imaginemos que, a modo del Largo, encerráramos
a los políticos “pactables” en lugar inhóspito y sin techo, sin más alimento ni
cuidado que el proporcionado a los cardenales de nuestra historia. Estoy seguro
de que la medida podría alcanzar resultados tan halagüeños como los que obtuvo
el conclave de Lyon de 1316.
Es idea
que brindo desinteresadamente a cuantos tengan interés en poner a trabajar a
los políticos en la difícil tarea de propiciar el bien común, por encima de los
objetivos partidarios y al margen de las consignas de los “aparatos” de los
partidos que, con frecuencia,
confunden el bien común con el propio.
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarIngeniosidad a tope. Edificios sin techo para que el aire, el pneuma, el espírtu abra mentes y corazones. Y es que el hambre agudiza el ingenio.
ResponderEliminarAsí es, Juan. Felipe era astuto. Y práctico. El Espiritu Santo fue muy eficaz.
Eliminar