Para María José, devota
cinéfila.
Todos
los años, cuando en esta tierra aprieta la
calor la gente reacciona, poco más o menos, con los mismos comentarios: ‘este
año hace más calor que nunca’, ‘hogaño la temperatura ha subido antes y con
tiempo’, ‘nunca, antes, habían hecho estos calores’, etc. Luego, cuando se
miran las estadísticas resulta que, grado arriba grado abajo, el asunto es muy
parecido al de años anteriores, lo que pasa es que la memoria es frágil y uno
recuerda con cierta dificultad los accidentes climáticos de tiempos pasados,
aunque no estén todavía muy lejanos en el tiempo.
Lo
cierto es que cuando aquí pega el sol, pega de veras y hay días, especialmente
si sopla el endemoniado lebeche, que se asan hasta los pájaros y las ranas
pasean con la cantimplora en bandolera. Solo las horas que siguen al fresco
amanecer son aprovechables para dar mis largos paseos en bicicleta, reparadores
por igual del cuerpo y del espíritu.
Los
caminos rurales de mi zona, aunque en diferentes condiciones de conservación, y
algunos en manifiesto estado de abandono, proporcionan el escenario adecuado
para esas expansiones. La soledad, solo interrumpida de tarde en tarde por
algún campesino que se dirige a sus tareas, caballero en una motillo cojitranca y asmática, más el
silencio arañado suavemente por el son chicharrero de la cadena, son las únicas
compañías que el excursionista encuentra a tan tempranas horas. Algún
gazapillo, tímido, asustadizo y despistado, sale disparado de vez en cuando entre las matas que bordean
el camino, corriendo en zig-zag delante de la rueda a pique de provocar el
atropello.
Esa
soledad, buscada con cuidado y disfrutada con la avaricia de lo efímero, me
recuerda en cada paseo a la del manager, que aparece en el relato de Vázquez
Montalbán en un libro descubierto por casualidad en los años 80 del siglo
pasado (dicho así, parece que fuera en la Prehistoria), durante un viaje en el
Puente aéreo Madrid-Barcelona del que solo guardo memoria por el feliz hallazgo
impreso. El resto de la misión debía carecer de importancia.
El
grandísimo escritor que fue Manuel Vázquez Montalbán (hoy, por cierto, bastante
olvidado), autor de la serie Carvalho pero también de otras muchas obras
interesantes y de mayor calado, fue un descubrimiento que casi me hace caer del
avión
Antes,
en 1962, había debutado en las carteleras la película La soledad del corredor de fondo, dirigida por Tony Richardson,
protagonizada por Tom Courtenay que encarnaba un personaje (Colin Smith) que,
por circunstancias que no son ahora del caso, se ve abocado a la carrera de
fondo, disciplina en la que acaba triunfando gracias a su perseverancia en el
esfuerzo solitario. Luego, la de Tom Hakns, sobre el mismo tema, que nunca
acabó de hacerme gracia.
Obras
de tan distinto porte, amén de una descubierta con posterioridad del escritor
japonés Haruki Murahami Autoportait de
l’auteur en courreur de fond, tienen una temática común: historias
concurrentes que han pasado a mis recuerdos seguramente deformadas por la
distancia en el tiempo y la distorsión que la memoria introduce,
inevitablemente, en nuestros archivos mentales. Sus recuerdos son mis
compañeros de viaje mañanero, cuando las calores no han blincado todavía la llamada inversión térmica y el airecillo tenue
de la mañana refresca las primeras gotas de sudor provocadas por el pedaleo.
Los personajes de estos relatos, que tienen de común la soledad intensamente
vivida en medio de una sociedad multitudinaria y agobiante, me siguen cada
mañana en la mía, conscientemente buscada al menos durante el rato de las horas
frescas, e intensamente disfrutada en su imaginaria compañía.
Magnifica reflexión Mariano sobre la "pertinaz soledad" que como la tenaz grama siempre persiste, verdea, y es imposible erradicar ·
ResponderEliminarUn abrazo.
Pos me he quedado igual que estaba, Rahmi, colega.
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