Algunos de mis lectores -a los que de todo corazón agradezco su aplicado interés-, se habrán preguntado a que viene este insólito afán por afligirles con relatos de las guerras pretéritas sufridas por nuestros antepasados.
“Poco
tienen que ver esas historias –se dirán- con estos tiempos en que disfrutamos de
benéfica paz. Allá se valieran con sus guerras entre moros y cristianos o
cristianos entre si o moros entre unos y otros en la época que nos has contado”.
Debo
responder a los que así argumenten que ha sido mi intención alumbrar una
reflexión sobre lo poco cambiante que resulta la naturaleza humana, no ya desde
tiempos tan cercanos en el tiempo como los que en capítulos anteriores se han visto,
sino desde el principio mismo de la humanidad. Es la del hombre, por desdicha, una
historia de luchas y matanzas. Dentro de unos miles de años (si es que esto no
ha pegado un trueno para entonces), los arqueólogos estudiaran nuestra especie
por el desarrollo de las armas que la han acompañado. Quizás se asombren de la
compleja proliferación que han experimentado desde que el primero de nosotros descabezó
a otro con una quijada de burro. Es probable que no averiguaran nunca si, desde
los tiempos más oscuros, las armas desarrollaron las guerras o fue al revés. El
caso es que fue.
Un
amigo mío, historiador, mantenía la teoría de que en cualquier periodo de
nuestra evolución que diéramos un “corte histórico”, podríamos definir perfectamente
ese periodo por las guerras en que encontráramos inmersos a los habitantes del
planeta.
Considerándolo
un tremendista, me apliqué a comprobar su teoría con el solapado propósito de
desmontar la gratuita maldad que atribuía al genero humano, pero les aseguro
que no pude encontrar ningún momento de los muchos que analicé que se
encontrara exento se guerras y exterminios, por unos motivos o por otros. Por
razones territoriales casi siempre o por otras –religiosas, económicas o
tribales- que enmascaraban la primera.
Un
observador optimista se antevería a decir que en los tiempos modernos y
civilizados en que vivimos eso se ha desterrado. Vana impresión: contémplese el
numero de guerras que laten en estos momentos a lo largo del planeta y el
inmenso arsenal armamentístico con que todas las naciones (quizás con una o dos
excepciones) se apresuran a proveerse, no se sabe en vísperas de qué
confrontación capaz de acabar con el genero humano y los otros adyacentes. Lo
de si vis pacem para bellum, me
parece una de las tonterías mas grandes que he oído en mi vida, algo así como
los postulados de la Sociedad Nacional
del Rifle en Norteamérica.
A
las guerras y los ejércitos que las sustentan, se dedican abundantes recursos
que bastarían para erradicar el hambre y la miseria que afligen a gran parte de
la humanidad. Lo cual, mis buenos amigos, no es que me parezca bueno ni malo,
me parece, sencillamente, idiota. Estamos recorriendo un camino hacia ningún
sitio, y hay muchas probabilidades de que acabe en la tragedia que merece nuestra estupidez.
Esa
era la reflexión.
Puede que el calentamiento del Planeta se deba a los ardores de los gatillo flojo por hacerlo suyo.
ResponderEliminarBromas aparte,tampoco se ha visto que se pueda "luchar" contra la estupidez.
La estupidez, Mariano, creo que es consustancial con parte de la especie humana. Muchos dueños de grandes parcelas de terreno, llamadas países, creen que "si vis pacem para bellum" se traduce a sus idiomas como "haga usted máquinas para matar y ganará dinero", ¡Ay, los cambios en la enseñanza! Si no hubiesen eliminado el latín algo más de cultura tendríamos. Tu final de serie es tan importante como toda ella completa, como debe ser. Muchas gracias, Maestro, por estas lecciones de Historia que me han abierto ojos y espíritu.
ResponderEliminarUn abrazo, Mariano.
Aún a mi pesar: Homo homini lupus. La rivalidad como conducta es un estado instintivo de supervivencia. El egoismo como soporte necesario para la vida. ¡Y qué cerca o qué lejos de la involución o el facismo son estos aforismos. Pero yo me quedo, aún vencido, queriendo y diciendo: homo bonus a natura est. (¡Va por aquel otro comentarista que añoraba la lengua del imperio!)
ResponderEliminarLa estupidez como una de las paranoias de la humanidad, no dejara de existir nunca, por tanto procuremos que nos invadan (los estúpidos) lo menos posible, y sólo se me ocurre un método, leer mucho y escuchar a los sabios que podemos aprender de ellos...pasar de puntillas por la vida, es otra estupidez, tenemos que dejar alguna huella que haga pensar a los que nos siguen a ver si consiguen ser menos estúpidos.
ResponderEliminarMe ha gustado tu escrito.