Cuando
llegué no me pareció muy diferente de tantos otros que había conocido, pero
pronto comencé a apreciar sus peculiaridades. Había una pátina de vetustez que
lo impregnaba todo. Faltaban los porches antañones y la Regenta, pero estaban
el cura, el alcalde, el boticario y casi todo el resto de personajes. No es que
el tiempo pareciera detenido como en Macondo, pero sí que sus habitantes
mantenían gustosos usos y costumbres que parecían de otros tiempos. La media de
edad no era diferente de otras localidades del entorno y sin embargo un aire de
antigua tradición parecía envolver a sus habitantes. Según contaban los viejos
del lugar, el pueblo era antiguo, pero no tanto como para remontarse a épocas
arcaicas. Algunos jóvenes profesores se empeñaban en la búsqueda de restos
arqueológicos en los cerros adyacentes. Habían logrado remontar los orígenes de
la población unos a cuantos siglos, hasta época argarica en una meritoria y
esforzada labor.
La
zona estaba compuesta de terrenos inundables poco salubres para la ocupación
humana hasta que en la mitad del siglo XVI los terrenos fueron habilitados para
una agricultura precaria y repoblados por gentes llegadas de tierras todavía
más inhóspitas.
Aquellos pobladores construyeron viviendas
elementales con un orden improvisado que aún subsiste en las zonas más
antiguas. Calles estrechas que a duras penas permitían el paso de carros o de
caballerías, viviendas precarias que a menudo se levantaban en un par de noches
con ayuda de amigos y vecinos eludiendo cualquier tipo de legalidad. Costumbres
que subsistieron hasta no hace tanto tiempo. El resultado es un trazado caótico
dificultoso para los vehículos actuales. Las afueras, sin embargo, se han ido
poblando de modernas edificaciones, dúplex adosados y bloques de viviendas
respondiendo a la moda del momento y a las especulaciones del bum inmobiliario.
En contraste con la precaria sencillez del
casco más antiguo, existen unos cuantos edificios señoriales de finales del
siglo XIX que pertenecieron en su momento a familias de terratenientes
adinerados y que por mor de las circunstancias han acabado en edificios
públicos rehabilitados con mayor o menor fortuna. Algunos en proceso inacabable
El lugar no está lejos de la ciudad y a pesar
de la carencia de transporte público endémica de este país, resulta atractivo
como ciudad dormitorio. La vecindad de amplias zonas agrícolas de monocultivo
regado por modernos sistemas de goteo que lo rentabilizan, lo hace proclive a
la afluencia de mano de obra foránea. Un considerable número de ciudadanos
extranjeros, mayoritariamente magrebíes ha llegado para instalarse de forma más
o menos definitiva con sus familias. Los niños acuden a clase, los hombres, sin
otra opción —ya que su formación suele ser precaria—, se emplean en las labores
agrícolas más penosas que los naturales rechazan. Las mujeres constituyen guetos
en los que solo se relacionan con otras de su misma procedencia. Ellos visten
ropas desenfadadas que en nada los distinguen de los autóctonos, ellas
conservan escrupulosamente la vestimenta de su país que incluye e hiyab o velo
que oculta los cabellos. El signo de su procedencia les está encomendado y se
percibe una cierta necesidad de mostrar su diferencia y dejar patente su
origen, religión y cultura. Es una sociedad cerrada cuyas costumbres y
sentimientos los separan de las sociedades europeas. Difícilmente podrán
integrarse entre las poblaciones de sus países de acogida cuando sus credos
postulan, entre otros, el principio de que la mujer es tan diferente al hombre
que no pueden rezar juntos en la mezquita y que su valor ante la ley es la
mitad que el del hombre según reza su libro sagrado, revelado por el arcángel
Gabriel al Profeta Mohamed. La experiencia europea, donde el fenómeno es
anterior al país de este pueblo, es que constituyen una sociedad paralela con
la que se puede convivir (quedaron afortunadamente lejos los tiempos de los
pogromos) pero con la que resulta utópico un grado mayor de integración. El
nudo gordiano de la cuestión es que para aceptar las normas democráticas es
preciso renunciar (o reformar) el Islam, algo poco previsible por el momento
Desde el punto de vista político, el lugar goza
de autonomía y ayuntamiento propio desde hace tiempo y ha estado sometido a los
mismos avatares durante los últimos años que el resto del país. De un pueblo
mayoritariamente agrícola compuesto por braceros cuyo máximo afán era hacerse
con un “roalico” de tierra conseguido a base de penas y sudores, se esperaría
cierta tendencia a la izquierda, ostentadora tradicionalmente de los valores
más sociales e igualitarios. Esto, que pareció ser así en los inicios de la
actividad política del primer ayuntamiento, fue cambiando progresivamente hasta
manifestar en la actualidad una mayoría de derechas. Alguna reflexión seria
esperable de los partidos de izquierda que se han dejado arrebatar con tanta
facilidad la hegemonía de que disfrutaron, pero en este país la autocrítica es
fruta que jamás ha madurado. Por fortuna la extrema derecha, de tan nociva
presencia en el resto del país, tiene en este pueblo una exigua representación
que la hace irrelevante.
Al parecer, un alcalde de pueblo, en nuestros
días debe atender mayoritariamente, si quiere tener éxito —y mantenerse en el
empleo el mayor tiempo posible—, a los espectáculos lúdicos, mayoritarios:
fiestas, desfiles, espectáculos musicales y celebraciones religiosas que les
proporcionen los mayores réditos electorales. Al resto de las cuestiones que
afectan a los vecinos del municipio también conviene dedicarle un cierto
interés, pero siempre de forma secundaria y procurando no levantar ampollas
entre los sectores conservadores que suelen ser el mejor caladero de votos de
los partidos de derecha, de la derecha errática que padecemos en el país
durante los últimos tiempos. Esta es la fórmula que se ha demostrado más
exitosa hasta el momento y que los políticos ávidos de poder siguen a pies
juntillas. Circunstancias tan peregrinas como el hecho de que un número de
trabajadores muy significativo voten y defiendan a los partidos de derecha es
algo que exige una profunda reflexión que se supone materia de investigación
para los sociólogos.
La iglesia católica, tan necesitada de
clientela en los últimos tiempos, es aliada natural de partidos conservadores
que, al igual que ella se oponen al ejercicios de libertades fundamentales como
la igualdad entre hombre y mujer, el aborto, el matrimonio igualitario, etc. ¿Cómo
va a estar de acuerdo esa organización con la igualdad entre hombres y mujeres
cuando en su propio organigrama los puestos de responsabilidad están reservados
exclusivamente a los varones condenados, además, al celibato de por vida.
A pesar de todo, y quizás debido a que el
espíritu humano es demasiado complejo para ser entendido en un análisis tan
simple y su sociedad más compleja aún, la vida en lugares como este resulta más
plácida y atractiva que en una ciudad de mayor envergadura. El hecho de conocer
y relacionarse con un número mayor de vecinos hace que nuestro imprescindible
espíritu gregario se sienta más satisfecho y confortado. El vecino advierte que
“es alguien” entre la gente que le rodea, puede que se sienta más persona que
en la ciudad donde ni siquiera se relaciona con los vecinos de su escalera.
Por otra parte, entre las muchas ventajas de
residir en un pueblo, se encuentra la vecindad con el elemento natural. Es muy
gratificante salir a dar un paseo y encontrarse a los pocos pasos entre campos
de limoneros o en la falda acogedora de los pequeños montes que lo rodean. Por
fortuna, las asociaciones ecologistas, con mucho esfuerzo y los escasos
recursos que las administraciones les brindan, hacen una labor encomiable organizando
eventos concienciadores, potenciando plantaciones de especies autóctonas y
denunciando actividades nocivas para el medio ambiente que las administraciones
locales son, en general, renuentes a perseguir porque afectan negativamente a
intereses industriales de grupos poderos
La concienciación y la lucha contra el
inevitable cambio climático tiene una primera palanca en lugares como este y es
muy importante que las administraciones, sean del signo que sean, tomen partido
de forma rotunda en la lucha. El planeta se está quedando pequeño para nuestras
necesidades crecientes y corremos serio peligro de agotar en gran medida los
recursos naturales y contaminar los restantes hasta hacerlos inviables. Nos
estamos condenando a la extinción. Es un problema de índole universal, pero
como dice Krisnamuti, la revolución fundamental comienza en cada uno de
nosotros y la buena gestión de los recursos en lugares como este.
Hemos estrenado hace ya años una democracia a
la que según parece no nos hemos acostumbrado del todo. Todavía hemos de
aprender que no es lo mismo que todos tengamos los mismos derechos a que todos
seamos iguales y que no todas las opiniones valgan lo mismo. Nos ha sucedido —y
es caso de observarlo con tristeza— que cualquier persona indocumentada, zafia
y mal educada, se permita poner en solfa y aun criticar con ademanes
vociferantes, opiniones fundadas y respetables de personas con conocimientos
suficientes. Ese es el éxito de partidos de extrema derecha que se oponen a
iniciativas sensatas y constructivas sin más argumento que el insulto y la
descalificación que una perversa interpretación del sistema democrático pone a
su alcance. La pena es que partidos de centro—derecha que debían ser palanca
que hiciera el contrapeso a sus oponentes de izquierda, asuma esos postulados y
se acerque peligrosamente a sus formas groseras sin argumentos ni propuestas.
“Amanecerá
Dios y medraremos” se dice en el Quijote, y es de esperar que el futuro nos
depare generaciones de chicos y chicas mejor educados, más permeables a la
cultura que los intercambios internacionales potencian, y que nuestro país,
compuesto de miríadas de lugares como este, vaya ganando en sabiduría y grados
de convivencia. El futuro siempre es esperanzador.