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martes, 12 de noviembre de 2024

DANAS, AMERICANOS Y PLANTAS DE BIOGÁS.

 

 Es un pueblo de la Vega Media del Segura donde suceden las mismas cosas que en los demás pueblos. Fernández el conciliador, el Cacaseno admirador de Lenin, Juan de la Cirila devoto del PP, María “la Tutuvía” activista, y el doctor Mateo de forma ocasional, dialogan en sus desayunos del Hogar del Pensionista. Yo escucho.


María estaba absorta sobre el periódico al lado de su tostada y el café con leche. Con las gafas de presbicia en la punta de la nariz, seguía con el índice las letras mientras los labios deletreaban en silencio.

—¿Estás rezando el periódico?, dijo el Cacaseno que se había acercado con sigilo, al tiempo que hacía un gesto al muchacho del Hogar del Pensionista para que le pusiera “lo suyo”.

—No te rías, piazo bruto. Si hubieras tenido que dejar la escuela a los ocho años para ir a servir como una, no sabrías las cuatro reglas que sabes.

—Haya paz, tercia Fernández que llega con Juan de la Cirila. Bastante tenemos con la desgracia de Valencia, el absurdo de las elecciones americanas y por si fuera poco el lío que se ha montado en el pueblo con que si planta de gas sí o planta de gas no. Lo del Trump es una desdicha que traerá cola. Lo de Valencia, una desgracia anunciada. Se han juntado el hambre con las ganas de comer. El cambio climático que estamos propiciando con la insensatez universal y un desarrollo urbanístico lleno de despropósitos han pasado factura. Las catástrofes debidas a la lluvia son tan antiguas como el mundo, empezando por la epopeya de Gilgamesh y llegando al Diluvio universal de la Biblia. Solo que entonces no había viviendas en los cauces de las ramblas ni coches que las taponaran en caso de avenida.

—No te remontes tanto, Fernández, que siempre sales por peteneras.

—Esa es la pura verdad, tío Juan, recuerda el dicho de nuestros abuelos “cuando el agua llega trae las escrituras bajo el brazo”. Lo que a ti te pica es la mala gestión que han hecho los de tu partido en esa Comunidad autónoma que era la competente, por lo menos antes de que el Gobierno del país tomara cartas en el asunto.

—Es un tema tan serio y tan doloroso que más vale aplicarse ahora en echarles una mano, cada uno en la medida que pueda, esperar a que se remedien los males de tanta gente y sobre todo que se tomen medidas para el futuro. Vamos a intentar resolver nuestros problemas inmediatos y así colaboraremos a los de todos, ¿no Fernandez?

—Que razón tienes, María. No te referirás por un casual al asunto del biogás.

—Eso al parecer ya está resuelto. El alcalde ha dicho por activa y por pasiva que mientras él lo sea, en Santomera no hay planta de biogás.

—No es por contradecirte, María, seamos cautos. Recuerda que el presidente Lopez Miras aseguró que en la región iban tres plantas, San Javier, Las Torres de Cotillas y Santomera. Cuando el hombre lo dijo algún peso debe de tener en el Gobierno Regional. Hasta que lo dicho por el alcalde no lo vea yo en algún papelorio o lo escuche en una declaración en Pleno Municipal, veo la pelota en el tejado.

—Tampoco hay que ser tan mal pensado, Cacaseno. El alcalde es hombre de palabra.

—No digo que no, tío Juan, pero estarás conmigo en que la política es lo que es y sus actores no son ríos ni fuentes y se suelen volver atrás con facilidad. No hace tanto un consejero de esta Comunidad proponía retirar los mapas de inundabilidad de la Confederación diciendo que “dentro de poco no se va a poder construir en ningún sitio”. Y se quedó tan pancho.

—Imagino que a estas alturas se lo habrá pensado mejor el hombre, dice Juan de la Cirila.

—Tiene razón el Cacaseno —dice María—, si el alcalde le hubiera hecho notar a su jefe que este municipio y seguramente los otros dos eran los menos adecuados para la instalación de esas plantas, nos hubiéramos ahorrado muchos disgustos y mucha bronca popular como en Las Torres. Esperemos que este problema que nos afecta más de cerca esté en vías de solución. Lo de los americanos y nuestros vecinos de Valencia va para más largo, por desgracia.

 

jueves, 3 de octubre de 2024

SOBRE UN LUGAR

 

   

 

Cuando llegué no me pareció muy diferente de tantos otros que había conocido, pero pronto comencé a apreciar sus peculiaridades. Había una pátina de vetustez que lo impregnaba todo. Faltaban los porches antañones y la Regenta, pero estaban el cura, el alcalde, el boticario y casi todo el resto de personajes. No es que el tiempo pareciera detenido como en Macondo, pero sí que sus habitantes mantenían gustosos usos y costumbres que parecían de otros tiempos. La media de edad no era diferente de otras localidades del entorno y sin embargo un aire de antigua tradición parecía envolver a sus habitantes. Según contaban los viejos del lugar, el pueblo era antiguo, pero no tanto como para remontarse a épocas arcaicas. Algunos jóvenes profesores se empeñaban en la búsqueda de restos arqueológicos en los cerros adyacentes. Habían logrado remontar los orígenes de la población unos a cuantos siglos, hasta época argarica en una meritoria y esforzada labor.

La zona estaba compuesta de terrenos inundables poco salubres para la ocupación humana hasta que en la mitad del siglo XVI los terrenos fueron habilitados para una agricultura precaria y repoblados por gentes llegadas de tierras todavía más inhóspitas.

Aquellos pobladores construyeron viviendas elementales con un orden improvisado que aún subsiste en las zonas más antiguas. Calles estrechas que a duras penas permitían el paso de carros o de caballerías, viviendas precarias que a menudo se levantaban en un par de noches con ayuda de amigos y vecinos eludiendo cualquier tipo de legalidad. Costumbres que subsistieron hasta no hace tanto tiempo. El resultado es un trazado caótico dificultoso para los vehículos actuales. Las afueras, sin embargo, se han ido poblando de modernas edificaciones, dúplex adosados y bloques de viviendas respondiendo a la moda del momento y a las especulaciones del bum inmobiliario.

En contraste con la precaria sencillez del casco más antiguo, existen unos cuantos edificios señoriales de finales del siglo XIX que pertenecieron en su momento a familias de terratenientes adinerados y que por mor de las circunstancias han acabado en edificios públicos rehabilitados con mayor o menor fortuna. Algunos en proceso inacabable

El lugar no está lejos de la ciudad y a pesar de la carencia de transporte público endémica de este país, resulta atractivo como ciudad dormitorio. La vecindad de amplias zonas agrícolas de monocultivo regado por modernos sistemas de goteo que lo rentabilizan, lo hace proclive a la afluencia de mano de obra foránea. Un considerable número de ciudadanos extranjeros, mayoritariamente magrebíes ha llegado para instalarse de forma más o menos definitiva con sus familias. Los niños acuden a clase, los hombres, sin otra opción —ya que su formación suele ser precaria—, se emplean en las labores agrícolas más penosas que los naturales rechazan. Las mujeres constituyen guetos en los que solo se relacionan con otras de su misma procedencia. Ellos visten ropas desenfadadas que en nada los distinguen de los autóctonos, ellas conservan escrupulosamente la vestimenta de su país que incluye e hiyab o velo que oculta los cabellos. El signo de su procedencia les está encomendado y se percibe una cierta necesidad de mostrar su diferencia y dejar patente su origen, religión y cultura. Es una sociedad cerrada cuyas costumbres y sentimientos los separan de las sociedades europeas. Difícilmente podrán integrarse entre las poblaciones de sus países de acogida cuando sus credos postulan, entre otros, el principio de que la mujer es tan diferente al hombre que no pueden rezar juntos en la mezquita y que su valor ante la ley es la mitad que el del hombre según reza su libro sagrado, revelado por el arcángel Gabriel al Profeta Mohamed. La experiencia europea, donde el fenómeno es anterior al país de este pueblo, es que constituyen una sociedad paralela con la que se puede convivir (quedaron afortunadamente lejos los tiempos de los pogromos) pero con la que resulta utópico un grado mayor de integración. El nudo gordiano de la cuestión es que para aceptar las normas democráticas es preciso renunciar (o reformar) el Islam, algo poco previsible por el momento

Desde el punto de vista político, el lugar goza de autonomía y ayuntamiento propio desde hace tiempo y ha estado sometido a los mismos avatares durante los últimos años que el resto del país. De un pueblo mayoritariamente agrícola compuesto por braceros cuyo máximo afán era hacerse con un “roalico” de tierra conseguido a base de penas y sudores, se esperaría cierta tendencia a la izquierda, ostentadora tradicionalmente de los valores más sociales e igualitarios. Esto, que pareció ser así en los inicios de la actividad política del primer ayuntamiento, fue cambiando progresivamente hasta manifestar en la actualidad una mayoría de derechas. Alguna reflexión seria esperable de los partidos de izquierda que se han dejado arrebatar con tanta facilidad la hegemonía de que disfrutaron, pero en este país la autocrítica es fruta que jamás ha madurado. Por fortuna la extrema derecha, de tan nociva presencia en el resto del país, tiene en este pueblo una exigua representación que la hace irrelevante.

Al parecer, un alcalde de pueblo, en nuestros días debe atender mayoritariamente, si quiere tener éxito —y mantenerse en el empleo el mayor tiempo posible—, a los espectáculos lúdicos, mayoritarios: fiestas, desfiles, espectáculos musicales y celebraciones religiosas que les proporcionen los mayores réditos electorales. Al resto de las cuestiones que afectan a los vecinos del municipio también conviene dedicarle un cierto interés, pero siempre de forma secundaria y procurando no levantar ampollas entre los sectores conservadores que suelen ser el mejor caladero de votos de los partidos de derecha, de la derecha errática que padecemos en el país durante los últimos tiempos. Esta es la fórmula que se ha demostrado más exitosa hasta el momento y que los políticos ávidos de poder siguen a pies juntillas. Circunstancias tan peregrinas como el hecho de que un número de trabajadores muy significativo voten y defiendan a los partidos de derecha es algo que exige una profunda reflexión que se supone materia de investigación para los sociólogos.

La iglesia católica, tan necesitada de clientela en los últimos tiempos, es aliada natural de partidos conservadores que, al igual que ella se oponen al ejercicios de libertades fundamentales como la igualdad entre hombre y mujer, el aborto, el matrimonio igualitario, etc. ¿Cómo va a estar de acuerdo esa organización con la igualdad entre hombres y mujeres cuando en su propio organigrama los puestos de responsabilidad están reservados exclusivamente a los varones condenados, además, al celibato de por vida.

A pesar de todo, y quizás debido a que el espíritu humano es demasiado complejo para ser entendido en un análisis tan simple y su sociedad más compleja aún, la vida en lugares como este resulta más plácida y atractiva que en una ciudad de mayor envergadura. El hecho de conocer y relacionarse con un número mayor de vecinos hace que nuestro imprescindible espíritu gregario se sienta más satisfecho y confortado. El vecino advierte que “es alguien” entre la gente que le rodea, puede que se sienta más persona que en la ciudad donde ni siquiera se relaciona con los vecinos de su escalera.

 

Por otra parte, entre las muchas ventajas de residir en un pueblo, se encuentra la vecindad con el elemento natural. Es muy gratificante salir a dar un paseo y encontrarse a los pocos pasos entre campos de limoneros o en la falda acogedora de los pequeños montes que lo rodean. Por fortuna, las asociaciones ecologistas, con mucho esfuerzo y los escasos recursos que las administraciones les brindan, hacen una labor encomiable organizando eventos concienciadores, potenciando plantaciones de especies autóctonas y denunciando actividades nocivas para el medio ambiente que las administraciones locales son, en general, renuentes a perseguir porque afectan negativamente a intereses industriales de grupos poderos

La concienciación y la lucha contra el inevitable cambio climático tiene una primera palanca en lugares como este y es muy importante que las administraciones, sean del signo que sean, tomen partido de forma rotunda en la lucha. El planeta se está quedando pequeño para nuestras necesidades crecientes y corremos serio peligro de agotar en gran medida los recursos naturales y contaminar los restantes hasta hacerlos inviables. Nos estamos condenando a la extinción. Es un problema de índole universal, pero como dice Krisnamuti, la revolución fundamental comienza en cada uno de nosotros y la buena gestión de los recursos en lugares como este.

Hemos estrenado hace ya años una democracia a la que según parece no nos hemos acostumbrado del todo. Todavía hemos de aprender que no es lo mismo que todos tengamos los mismos derechos a que todos seamos iguales y que no todas las opiniones valgan lo mismo. Nos ha sucedido —y es caso de observarlo con tristeza— que cualquier persona indocumentada, zafia y mal educada, se permita poner en solfa y aun criticar con ademanes vociferantes, opiniones fundadas y respetables de personas con conocimientos suficientes. Ese es el éxito de partidos de extrema derecha que se oponen a iniciativas sensatas y constructivas sin más argumento que el insulto y la descalificación que una perversa interpretación del sistema democrático pone a su alcance. La pena es que partidos de centro—derecha que debían ser palanca que hiciera el contrapeso a sus oponentes de izquierda, asuma esos postulados y se acerque peligrosamente a sus formas groseras sin argumentos ni propuestas.

 

“Amanecerá Dios y medraremos” se dice en el Quijote, y es de esperar que el futuro nos depare generaciones de chicos y chicas mejor educados, más permeables a la cultura que los intercambios internacionales potencian, y que nuestro país, compuesto de miríadas de lugares como este, vaya ganando en sabiduría y grados de convivencia. El futuro siempre es esperanzador.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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