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jueves, 30 de diciembre de 2010

VENTUROSO 2011

EL FIN DE LA CRISIS
Mientras las gentes, en los países de nuestro entorno se retuercen entre las garras del desastre económico que nos ha sorprendido a todos, los españoles podemos, por fin, respirar aliviados; la crisis, para nosotros, ha sido definitivamente conjurada. Tenía razón el presidente: hay crisis, pero a malas penas. 
Hemos estado explotando estos últimos años, de la forma más irresponsable y alocada, una bonanza artificial en la que nos sumergimos con la actitud del niño que devora la bolsa de caramelos obtenida sin esfuerzo, ignorando la inevitable caguetilla que ha de provocarle.
No ha sido la primera. En realidad, la historia de nuestro género es la de una crisis permanente que se agudiza de vez en cuando; la humanidad ha conocido muy pocos periodos de tiempo sin guerras, hambrunas, pandemias o desastres naturales. Y cuando, ya en nuestros días de tecnologías punta e ipoc-ipac-ipic-capú, parecía que todo estaba controlado… plaf, se nos viene encima este trance que ha hecho tambalear los cimientos de muchos sistemas políticos; y lo que es peor, los de la poderosa banca a cuyo auxilio han acudido al unísono los gobiernos, ya que ese es el único gato al que nadie se atreve a ponerle un cascabel.
Se recordaba, tan vagamente como las invasiones vikingas, el reinado de Felipe II o las lágrimas de Boabdil el Chico abandonando su vega de Granada, que en América, un jueves, 24 de octubre de 1929 hubo una crisis que precipitó elegantes banqueros de Wall Street por las ventanas de los rascacielos, como los bellos y jóvenes monjes se defenestraban en la abadía de Umberto Eco; que se había producido, en el país más rico del mundo, una involución económica capaz de arrastrar a mucha gente, hasta entonces pudiente, a las colas zarrapastrosas de la sopa del ejército de salvación; y que solo se había podido salir de esa depresión, muchos años después, gracias al auge de la industria de armamento que serviría para producir cincuenta millones de muertos en la segunda guerra mundial. Menos gente y más trabajo.
Pero eso había pasado a la historia. Las gentes del mundo, el “primer mundo” claro, caminábamos felices y arrogantes por el sendero del progreso a costa de cualquier cosa. Nada importaba el estrago de la naturaleza, la contaminación a todos los niveles, el alicatado de las huertas ni el exceso de construcciones hasta el mismo borde de las playas. Cada generación debe explotar los recursos a su alcance de forma total e indiscriminada. Y el que venga detrás, que arrée. Pan para nosotros hoy. Si los de mañana pasan hambre, ya se apañarán. Al fin y al cabo, no hemos de estar para verlo.
Pero cuando este tétrico panorama parecía haberse adueñado sin remedio de nuestro futuro, hete aquí que un venturoso 25 de julio de 2010 nos desayunamos con la solución que aparece a grandes titulares en todos los periódicos: SM. el Rey ha decidido encomendarle la salida de la crisis al apóstol Santyago, animado quizás por la intención del Santo Padre que quiere visitarlo tambien en fechas próximas, instando a los fieles para que se acerquen a recabar las indulgencias correspondientes.
Sabido es que Santyago, por encima de las mal intencionadas investigaciones históricas que ponen en duda su paso por España (cuanto más que aquí pueda encontrarse su tumba), es grande milagrero, como pudieron constatar los muchos testigos que lo vieron en la batalla de Clavijo, espada en mano sobre su famoso caballo blanco, animando a los castellanos contra la chusma sarracena y matando moros a troche-moche.

Así que no hay de qué preocuparse ante el incierto 2011. Depositados en las manos del santo nuestros problemas mediante el real abrazo, solo nos queda sentarnos a esperar los venturosos resultados que, a no dudar, han de producirse en fechas próximas. Y encima, si lo hemos visitado a lo largo del 2010, obtener la indulgencia plenaria. Bonanza para el cuerpo y paz para el espíritu.




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