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martes, 31 de diciembre de 2013

OJO POR OJO

Una de las primeras leyes que se inventaron en nuestro mundo asirio-mediterráneo, fue la de Hhammurabi, en aquella fértil zona donde apareció nuestra civilización, entre el Tigris y el Éufrates, que llamamos Mesopotamia (Los montes de Armenia, elevados y cubiertos de nieve dan origen a dos ríos profundos y rápidos, el Tigris al este y el Éufrates al oeste, decía El Clío, aquel hermoso libro que me inició en el estudio de la Historia). En su origen, el código fue tallado en una estela de Diorita de dos metros de altura en cuya zona superior se representa al rey Hammurabi delante del dios Shamash, que se supone inspirador del código. Basado en el principio de justicia distributiva derivada de la Ley del Talión, consideraba que el castigo impuesto al delincuente debía ser proporcional al crimen cometido. De origen divino y grabada en piedra, la ley era tan importante que ni el rey estaba autorizado a modificarla. Pongamos un ejemplo de su aplicación: si la casa edificada por un arquitecto se derrumbaba causando la muerte al hijo del propietario (que se supone, además, que había pagado por el proyecto y la construcción), en justa compensación debía sacrificarse al hijo del arquitecto. Nada más justo, ojo por ojo, diente por diente e hijo por hijo. Seguramente, con esa reparación, el dueño de la casa habría de encontrar la paz para siempre. No se sabe si al arquitecto le pasaría lo mismo o si se arriesgaría a nuevas construcciones a menos que le quedaran más hijos para compensar con ellos posibles desaguisados constructivos.
Han pasado más de 3.700 años desde entonces y las cosas han cambiado de forma sustancial. Las leyes de nuestras sociedades modernas contemplan las penas de reclusión bajo otro prisma: que el delincuente debe pasar por un periodo de privación de libertad encaminado a una posible reinserción social, además de cumplir la pena a que le condenó la justicia. Pasado ese periodo, el penado volverá a disfrutar de su libertad con los mismos derechos civiles que Ud. o yo.
Pero el asunto se complica cuando el asesinato es múltiple y la pena se incrementa por cada uno de los decesos causados. Diez muertos, a treinta años por cadáver, pongamos por caso, hacen un total de trescientos años, que es a la pena a la que el tribunal puede condenar al asesino. Pero hete aquí que el código penal vigente en la época exigía que ninguna persona pudiera cumplir más de veinte (o treinta, según los casos)  años de prisión, atenuados por los beneficios penitenciarios que le fueran de aplicación. Se da el caso entonces que ese asesino, una vez cumplida su pena (si tiene edad para ello), se encuentra en la calle del mismo pueblo que los familiares a cuyos parientes cercenó la vida. Con los mismos derechos y obligaciones que ellos tienen. Irá a comprar el pan a la misma panadería, entrará en el mismo estanco, suponiendo que sea fumador, y se tomará los chiquitos en los mismos bares que los familiares de sus víctimas, codo con codo, quizás con mirada arrogante y desafiadora si es que no se ha arrepentido de sus desmanes.
Es una paradoja difícil de entender y aun más de asimilar por aquellos que, a manos de esos facinerosos perdieron deudos y amigos, pero absolutamente legal. Luego vienen la doctrina Parot y esas cosas que cada uno entiende a su manera.


Y yo me pregunto: ¿No será que aún no estamos preparados para trascender el Código de Hammurabi?
Este artículo se publicó en VEGAMEDIA PRESS el 29.12.2013                                                                 

martes, 24 de diciembre de 2013

SENSACIONES



Ya sé que es solo una sensación vaga, imprecisa, sin fundamento, pero a veces me dejo llevar por ella y mi estado de ánimo se inclina peligrosamente a la zozobra en el proceloso mar de los delirios imaginados.
Desde hace un tiempo –ya demasiado- a esta parte, me parece que todo a mi alrededor se va volviendo cutre, miserable, minúsculo, como si me hubiera sumergido de improviso en una obra de Jonathan Swift.  
Los niños y las niñas vuelven a estar separados en los colegios, como en mi infancia, y lo que es más grave, subvencionados por el Estado. Tenemos un rey anciano y achacoso que arrastra penosamente su humanidad intentando hacer buena letra para enmendar trapacerías recientes. El príncipe, cuya preparación ha sido minuciosa y completa, se está convirtiendo en un funámbulo pacienzudo que no sabemos si acabará haciendo el ridículo como su primo inglés, esperando heredar después de jubilado. La Constitución se nos ha quedado obsoleta por la desidia inmovilista de unos y otros; ahora no hay quien se atreva a meterle mano porque en tiempo de tribulación no es recomendable hacer mudanza. A la política y al olisque del ladrillo golfistico, han desembarcado buen numero de los chorizos del país como las pirañas acuden a la gallina arrebatada por las aguas del Amazonas. Se han dilapidado los recursos de la nación en gastos faraónicos, en ciudades de las artes compostelanas y en aeropuertos sin pasajeros en cada pueblo de nuestra geografía, incluida mi desdichada región. Las compañías energéticas suben con alevosía impune sus tarifas amparadas por los ex presidentes y pelotas de primer nivel de uno y otro signo que han encontrado en sus brazos cómodos retiros millonarios.
La banca sigue obteniendo beneficios después de los multimillonarios rescates que pagarán nuestros descendientes en los próximos cientos de años; ya no interesa la inversión en industria o servicios, sino la especulación “en los mercados” que proporciona pingües beneficios con poco riesgo. El aumento de la delincuencia propio de tiempos turbulentos, se sustancia con el recorte de los medios al aparato judicial y los movimientos espasmódicos del Código Civil. El Gobierno, en vez de gestionar con eficacia los recursos y apretar el cinturón de sus gastos, acude a la simplificación de recortar en sanidad, investigación, enseñanza y pensiones, aún a sabiendas de que ese es el camino más corto para hacer retroceder el país a tiempos pre-constitucionales. La curia medieval, con su Torquemada al frente, sigue dando la vara en el vano intento de aplicar a la universalidad de la ciudadanía sus antediluvianos preceptos monjiles. Entre tanto desastre, la única solución que les cabe a nuestras mentes pensantes son proyectos ilusorios como Eurovegas o Paramount –olvidados ya los ridículos Murcia no typical que costaron una fortuna- con los que hacerle el caldo gordo a mafiosos internacionales que les acaben de llenar el cazo ya rebosante. Y si hay que cambiar las leyes, se les cambian a su medida, por algo somos un país de pandereta.
*
Ya digo, es solo una sensación vaga, imprecisa, sin fundamento, pero a veces me dejo llevar por ella y mi estado de ánimo se inclina peligrosamente a la zozobra en el proceloso mar de los delirios imaginados.

Este artículo se publicó en VEGAMEDIA PRESS en 2013.12.09





martes, 17 de diciembre de 2013

EL AUTOR Y LA OBRA



Produce inevitable asombro comprobar la gran distancia que se establece, en algunos casos, entre la excelencia de la obra y la personalidad y forma de gestionar su vida del autor, muchas veces llena de miserias y tormentos, incluso algunas, abocada a un final trágico.
Personajes tan importantes como Cervantes, de cuya obra de categoría universal podría inferirse una vida llena de equilibrio y éxitos personales, resulta que en la realidad arrastró una existencia mediocre, llena de hechos ramplones y desdichados donde el puterío y los cuernos estuvieron a la orden del día, pasando incluso por la cárcel y el cautiverio en Argel a manos del moro (aunque esto último no le fuera directamente imputable). Ni siquiera el retrato de Juan de Jauregui que hemos aceptado siempre como suyo es seguro que corresponda al personaje. Algo parecido pasó, en otro aspecto del arte, con Vincent Van Gog, este con un final más trágico todavía, que Cervantes al menos murió en su cama y empezando a vislumbrar los albores del éxito.


La lista sería interminable si contemplamos los variados aspectos del arte: la obra va por un lado y el autor por otro que resulta no corresponder en absoluto con lo que parecía razonable de la categoría de aquella. El asunto abarca a grandes músicos o cantantes, como Maikel Jackson, desdichado negro en pos de la blancura; Elvis Presley, repleto de estupefacientes, al que convirtió en su suegro, o Edith Piaf deshecha por las drogas y la paranoia; escritores como Mariano José de Larra, Jose Agustin Goytisolo, Emilio Salgari, Virginia Wolf, Sandor Marai, Yasunari Kawabata, Yukio Misima, Hernest Hemingway, Stefan Zweig, y un interminable etcétera, que acabaron de forma trágica manu personali, después de dejar escrita una abundante producción de categoría universal, u otros que por desagradables, fachas, groseros, pedorros y estrambóticos, como Cela, hacen que uno se concentre en la magnífica categoría de lo escrito sepultando en el más negro de los olvidos al esperpéntico autor. Algunos actores de cine, como Jony Vismuller, acabaron devorados por el personaje, convertido en alter ego dominante al final de su vida, como el Norman Bates de la película Psicosis.


*
La moraleja, si alguna hubiera, podría ser la dificultad inherente a todo ser humano para mantener un cierto equilibrio entre las múltiples facetas de la vida. De la misma forma que el ejercicio desmesurado de un miembro hace que este se desequilibre con respecto a los demás, así también, el cultivo desorbitado de una sola disciplina hace que el resto de la personalidad adolezca de cierto retraso respecto a ella.
Postulaban los hombres del Renacimiento la conveniencia de una formación holística en las ramas del conocimiento, y puede que no estuvieran exentos de razón, a la vista de las grandes obras que nos legaron y de lo que nuestros sistemas educativos, con especialidades exclusivas, desarrolladas de una forma obsesiva, nos ofrecen hoy día.




                     


martes, 10 de diciembre de 2013

SEÑOR PRESIDENTE (XIV). En boca cerrada…


Me permito, Señor presidente, renovar mi contacto epistolar con Ud. habida cuenta de las noticias que me han llegado acerca del mucho aprecio que ha hecho de las anteriores. Ello me anima a continuarlas para proporcionarle el apoyo del que últimamente le veo un poco falto; y para animarle, de paso, a que siga con la boca bien cerrada, pues como seguramente le diría a Ud. cuando era chiquillo su abuela –como nos lo han dicho toda las nuestras- “nene, en boca cerrada no entran moscas”, fin de la cita.
Hay quienes se quejan de que da Ud. la callada por respuesta ante los muchos y graves males que afectan a este país que es el suyo (con permiso del Sr. Mas ansioso de su particular reino de Taifas en la parte noreste que no sabemos si acabará siendo media España), pero intuyo que no saben muy bien lo que se dicen. Comprendo, y comparto, plenamente su postura. Ha llegado Ud., como buen estudioso de la Historia a la conclusión de que debe gobernar este país como lo hiciera nuestro brillante rey Felipe II, en cuyos reinos, como es bien sabido, nunca llegó a ponerse el sol. Es fama que el rey tenía dos grandes montones de legajos en su mesa. A la izquierda uno con un letrero que decía “asuntos urgentes a resolver”, a la derecha, otro montón con otro letrero: “asuntos que el tiempo ya ha resuelto”. El astuto monarca había descubierto que su labor fundamental era ir trasladando, con real parsimonia, los legajos del montón de la izquierda a los de la derecha. Su reinado fue feliz y fructífero, el merdé que nos dejo a su muerte ya es harina de otro costal.
Ya le digo, Sr. Presidente, no se deje amilanar por las acerbas críticas que le hacen los malos periodistas en esas encerronas internacionales a las que no tiene Ud. más remedio que someterse. Esas ruedas de prensa son una ignominia, debían hacer como aquí, donde los periodistas no tienen más remedio que enfrentarse a una pantalla de plasma o a unas preguntas pactadas. Bonico estaría que todo un señor presidente aclamado, como se sabe, por una mayoría estruendosa, tuviera que plegarse a las indiscreciones de unos plumillas malintencionados. Al fin y al cabo, los grandes asuntos en los que Ud. se afana intensamente están a punto de dar excelentes resultados. Que quieran ponerles fecha, ya es el colmo. ¿Que el paro juvenil atenaza al cincuenta por cierto de los jóvenes? Paciencia, todo se andará. Acabaran volviéndose al hogar de los abuelos que nunca debieron abandonar o marchándose a trabajar al extranjero, con lo que eso puede repercutir en ventaja para su conocimiento de idiomas y en ayuda para nuestra balanza comercial cuando manden sus magros sueldos para alimentar a los hijos que aquí han dejado. ¿Qué la corrupción nos come, que Fabra se ríe de la justicia, que alcaldes imputados como los de mi región pretenden hacer lo mismo?
¿Qué su antes amigo Barcenas los ha dejado con el culo al aire?, Bagatelas, peor están los otros con los maletines chinos, todo es cuestión de aplazados y diferidos. La gente traga y el tiempo acabará por poner las cosas en su sitio, las niñas volverán a educarse sin la perniciosa presencia de los púberes varones calentejos, la moral católica volverá a enseñorearse de unas costumbres que nunca debieron abandonarla, los pobres se harán dueños del Reino de los Cielos donde morarán eternamente y puede que el país vuelva a ser una Unidad de Destino en lo Universal una vez que el Sr. Mas reciba los cuartos que pretende.


Cuente con mi apoyo como siempre, Sr. Presidente, y recuerde a la abuela: “Marianico, en boca cerrada no entran moscas”. 

lunes, 2 de diciembre de 2013

EL VILLANO EN SU RINCÓN

Parezco un hombre opuesto
                                     al cortesano, triste        
                                     por honras y ambiciones,                          
                                    que de tantas pasiones
                                   el corazón y el pensamiento viste,
                                   porque yo sin cuidado
                                  de honor con mi iguales vivo honrado.
                                  (Lope de Vega, EL Villano en su rincón)
Llegó Fernández el lunes a la tertulia con una sonrisa que se le salía de la cara.
Sursum corda, señores. Los quintos corren de mi cuenta.
Lo de sursum corda impresionó a todos los asistentes menos a Juan de la Cirila, que es de mucha misa y ya lo tenía oído.
— ¿A qué se debe rasgo de generosidad tan inusual como extemporáneo? –saltó el Cacaseno que siempre procura estar a la altura de las circunstancias.
—A nada especial, queridos colegas, a la elemental alegría que me produce estar vivo y encontrarme en vuestra distinguida compañía.
(Cuando Fernández se pone fino y convida a cerveza, hay que temer alguna de sus disquisiciones pseudo-eruditas).
—Me encontraba ayer al medio día con mi Antonia a la reconfortante sombra del plantón de morera delante de mi casa que ya conocéis. En la rustica mesa de mármol amarillento, un condumio no por elemental menos consistente: huevos de pava con chorizo a los que había dado el punto justo mientras ella dejaba reposar una satená de patatas en ajo cabañil; media docenas de morcillas de la matanza de mi vecina Eulalia ligeramente doradas en la sartén y un puñado de habicas recién cogidas, para refrescar. Completaban el bodegón una ensalada murciana –tomate de lata, huevo duro, cebolla tierna y olivas de cuquillo- más la imprescindible frasca de vino de la Cañada del Trigo que daba amorosa compañía a los sencillos manjares. Cuando metí la sopa de pan casero a la yema amarilla y soleada como un as de oros, tuve que reprimir el ansia de mascarla a dos carrillos recordando como D. Quijote reprochaba esa fea costumbre a Sancho. Mientras saboreaba aquel primer bocado, dije para mi santiguada:
—“Hombre afortunado puedo considerarme. Ni el papa de Roma  con toda su pompa mitrada puede permitirse una comida como esta, bajo acogedora sombra y en excelente compañía. Como el villano en su rincón, no trocara yo la sencilla paz campesina de que disfruto –Beatus ille- por el boato principesco ni por caceras africanas de las que solo se puede sacar algún hueso roto o unas reales ladillas.”
Eso me dije, e hice en aquel momento firme propósito de compartir, al menos la imagen, con vosotros.
Callaron los contertulios mientras digerían lo del beatus ille que les sonaba mitad a canto gregoriano, mitad a músicas celestiales. Solo el Cacaseno se atrevió a decir:
—Brindo por eso, mientras se llevaba el quinto a la boca después de limpiarle el gollete a la botella con una servilleta de papel. El Cacaseno siempre ha sido un poco asquerosillo para las cosas de comer.
Luego añadió:
—Me has recordado, Fernández, una poesía que aprendí en la escuela:
 Allá muevan feroz guerra
Ciegos reyes
Por un palmo más de tierra
Que yo tengo aquí por mío
Los asistentes, boquiabiertos, guardaron un prudente silencio. Al Cacaseno le gusta emparejar la parva siempre que puede.


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