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martes, 29 de noviembre de 2016

SUPERLUNA, noviembre 2016

Para mi amigo Blas, irreductible amante de la naturaleza, que esa noche se inundó de luna.

‘Luna lunera, cascabelera’, decía el poeta que no vivió bastante para observarte en el cielo, aunque tenía imaginación suficiente para inventarte vecina a la fragua con un polisón de nardos. Yo sí pude verte, y eché de menos al granadino, con la tristeza de quien compadece una muerte prematura aunque sea lejana.
Te vi, hace ya 72 años, la última vez que estuviste por aquí. Puede que me recuerdes: un niño de pocos meses, gordezuelo de leche condensada, durmiendo plácidamente mientras iluminabas con tus rayos blancos la carita rosada y plácida.  Han tenido que pasar todos estos años para que te olvidara, pero al verte hoy, tan redonda y amarilla, el recuerdo dormido se ha abierto paso hasta mi corazón como una saeta. Eres la misma, la de siempre, la que apareces periódicamente para auscultar el pulmón de la humanidad, la que se retira discretamente hasta la próxima ocasión sin decepción ni esperanza. Estas hormigas no cambian. Siempre con sus pequeñas miserias, guerras, y religiones que no paran de inventar dioses ficticios, buscando sin encontrar jamás. Fingiendo unir a los hombres sin lograr otra cosa que separarlos, porque están destinados a la barbarie y la extinción. Decepcionantes visitas las tuyas, programadas por el espíritu inescrutable del universo.
Pero no pierdes la esperanza. Gota minúscula, apenas visible en el marasmo de galaxias y planetas, la Tierra sigue su ritmo enloquecido, una vuelta cada día, otra cada año, arrasada por la especie dominante siempre en aumento, insensible al palpito caliente del polvo que pisa sin conciencia.
¡Cuantos siglos almacenados en tu memoria! Dicen los astrólogos que antes de que fuéramos humanos, tú ya estabas. Y cuando aparecimos en forma de minúsculas gotas de agua; cada vez que volvías, hubo algo nuevo: los anfibios, los peces y los quelonios. Después los reptiles que exploraban la tierra, y los dinosaurios que corrieron, navegaron y poblaron los aires, con sangre caliente y fría según conviniera. No sé si estarías cerca cuando lo del meteorito del Yucatán. A lo mejor en tus visitas posteriores encontraste a nuestros abuelos mamíferos, y luego nos vistes saltando de rama en rama para por fin, conquistar la tierra y eliminar a cuantos nos hacían competencia.
Te imagino expectante, un poco desolada a cada nueva visita. ‘¿Que habrán perpetrado esta vez? ¿Nuevas guerras? ¿Renovadas injusticias? ¿Dioses enemigos de todo lo anterior?’ Áspero destino el tuyo, nuevo Sísifo obligada una y otra vez a remontar la cima inalcanzable, fuente de decepciones sin cuento.

Se me antoja que este será nuestro último encuentro (dicen que no volverás por aquí hasta 2034), pero no quiero que el postrer mensaje sea de desesperanza. Aún es posible que los hombres recapaciten sobre su ciego destino sin objeto, y se tiendan la mano, siquiera reconociéndose como miembros de la misma especie, por encima de ideas, políticas, y religiones. Yo no lo veré, pero tú, vieja amiga, puede que sí. Tienes el tiempo infinito por delante.

martes, 22 de noviembre de 2016

SEÑOR PRESIDENTE (XX). Ópera bufa

Por fuentes generalmente bien informadas, me llegan noticias de que echa Ud. de menos los comentarios que otrora le hacía llegar con cierta regularidad. Sirva el presente para enmendar el yerro (producto de otros afanes editoriales) y reanudar nuestra fluida correspondencia unilateral.
Quiero seguir animándolo a mantener la estrategia del tancredismo que tan buenos resultados le ha proporcionado hasta ahora. Y de paso, su famosa piel de elefante, tan celebrada por su colega europea. Que ladren mientras, impasible, sigue cabalgando sin desperdiciar inútiles miradas a derecha o izquierda. Oculto tras el plasma, estoy seguro de que es Ud. capaz de detectar la verdadera situación socio-política del país mucho mejor que otros a pie de calle. Los españoles, que probablemente están condenados a no desechar jamás su minoría de edad, son los que, al final, con su voto, corroborarán una actuación impecable que consiste, precisamente en no actuar. Ese es el ‘busilis’ de la cuestión, que a los más espabilados no ha de pasar inadvertido.
Debo felicitarle por los recientes nombramientos de su nuevo gobierno, en especial por el de la Sra. Cospedal, inmejorable candidata al Ministerio de Defensa, donde es seguro que con su habilidad para tomar las decisiones en diferido parcialmente, ha de conducir a nuestras fuerzas armadas a las más altas cotas de la gloria militar. Seguro que los de uniforme están dándose a estas horas con un canto en los dientes.
¡Y del Sr. Fernández Díaz, que diremos! Inmejorable candidato a la Comisión de Peticiones, por más que las malas lenguas lo tachen de intrigante de pacotilla al dejarse grabar como un principiante mientras elaboraba complicados planes de espionaje, propios de una ópera bufa. 
Hay que recolocar a los colegas para evitar que engrose la lista del paro, o las ya repletas consejos de administración de eléctricas y gaseosas.
Créame, Sr. Presidente, los que siempre hemos estado a su lado (o detrás de Ud., porque no se sabe a ciencia cierta donde se ubica en cada momento), seguiremos prestándole nuestro apoyo incondicional, a la espera de las migajas de prebendas con que esperamos ser regalados. Haga oídos sordos a la oposición coletera, que a la otra ya la tiene dócilmente conquistada. Y si no se avienen a razones, elecciones con ellos, y a conquistar la añorada mayoría que le permita gobernar de nuevo sin tantos pactos ni zarandajas. Los españoles necesitamos eso: mano dura y firme, que si no, nos volvemos ingobernables. La historia del último centenar de años nos lo ha demostrado de forma palpable. Y si se ha de recortar, se recorta, preferentemente en sanidad y educación, que de ambas estamos sobrados, y todas las exageraciones son nocivas. Como complemento, alguna ley que cercene la libertad de prensa, que tendemos a confundir la libertad con el libertinaje, como dijo aquél.
Con qué, ánimo y a perseverar en su línea. Como ya le he comentado en alguna ocasión, una política parecida siguió nuestro monarca Felipe II y mire que buenos resultados obtuvo. El país se fue a hacer puñetas, pero él será recordado para siempre como ‘Rey Cristianísimo’. La historia al final, pone a cada uno en su sitio y estoy seguro que a Ud. le reserva  un lugar de privilegio.
Atentamente:


martes, 15 de noviembre de 2016

EL TÍO DEL ESPEJO

Nunca he creído en fantasmas ni en cosas parecidas. Me molestan las historias tétricas de misterios inventados, buenas solamente para atemorizar a los niños o acobardar espíritus pusilánimes. La realidad es la que es, lo demás son inventos, fantasías de mentes calenturientas. Los fantasmas no existen y no hay más misterios que el de la Trinidad. Eso si es un misterio, y gordo.
Así he pensado siempre, pero desde hace un tiempo a esta parte, me vienen sucediendo ciertos fenómenos que me inducen a cambiar de parecer.
Me explico: nuestra casa es un remanso de paz perfectamente ordenado. El hecho de vivir solos desde que todos nuestros hijos salieron del nido para volver esporádicamente a comer los domingos, o a que les cosiéramos el botón de una camisa de vez en cuando, hace que nos hayamos vuelto ligeramente maniáticos y quizás excesivamente ordenados, lo reconozco. Cada uno de los muchos objetos que nos rodean (la mayoría de ellos prescindibles) ocupa un lugar en el espacio y no cualquier otro. De tal manera que, si por alguna circunstancia alguien lo cambia de sitio, aunque esté situado en la vecindad que ocupó primero, me resulta tan difícil de encontrar como si, por alguna extraña razón, hubiera emigrado a las Aleutianas.
Pues bien, con sospechosa frecuencia, me resulta difícil encontrar las gafas que dejé –seguro- en tal sitio, o las llaves que siempre cuelgo en el mismo clavo, o las zapatillas que inexorablemente deposito en mi lado de la cama.  Un ente misterioso enciende de nuevo el fuego de la cocina que –estoy seguro- había apagado al terminar la tortilla francesa, o acciona el interruptor de la luz del comedor que dejé a oscuras, o levanta la tapa del váter que yo había bajado como siempre; es como si alguien se entretuviera en hacerme barrabasadas infantiles. No tengo más remedio que sospechar de algún genio, fantasma o djin se ha instalado en nuestro hogar y se entretiene en hacernos esas pequeñas travesuras a mi esposa y a mí.
Después de darle muchas vueltas e intentar sorprenderlo por todos los rincones de la casa, he llegado a la conclusión de que se trata de un hombre viejo, medio desdentado y calvo que algunas mañanas se asoma a mi espejo del cuarto de baño, sorpresivamente, sin darme tiempo a colocarme las gafas.


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