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domingo, 19 de noviembre de 2017

JESUITAS Y DOMINICOS

 Esta es otra de esas historietas que uno escucha por ahí y siente la necesidad de  repetirla.

Cuentan los viejos de mi lugar que hace años, cuando se puso de moda el hoy tan denostado uso del cigarrillo, éste se extendió muy pronto a los religiosos cuya parte humana era harto proclive a los pequeños placeres de la carne. Superiores exigencias les hacían renunciar a los de mayor cuantía, por entenderse que estos han de entrañar necesariamente el aborrecible pecado. El placer, según ellos, es el engañoso camino por el que el maligno encamina a las almas confiadas hasta los abismos del infierno.
Y dicen que dos venerables miembros del clero secular, jesuita uno y dominico el otro, presas ambos del brumoso hábito, decidieron consultar con el Santo Padre sobre lo procedente de incluir el uso del tabaco en sus actividades cotidianas. Llegados a Roma y recibidos por el pastor universal, el jesuita, que por su antigüedad fue el primero en despachar, le planteó la cuestión de la siguiente manera:
-—Santo Padre, puesto que está claro y averiguado que fumar no es pecaminoso “per se”, antes bien es relajante y benéfico, ¿le es lícito al religioso fumar mientras reza?
Después de somera reflexión, contéstale el Papa:
—Hijo mío, el rezo es la más excelsa de nuestras actividades, por cuanto supone el diálogo con el Sumo Hacedor. Pero si el respeto y la discreción  te impide fumar delante de Nos, que somos simple mortal ¿no te parecería una irreverencia mayor fumar cuando se está en intima comunión con Dios?
El jesuita tuvo que reconocer que así era en efecto. Decidió en aquel momento no fumar nunca más, besó el anillo del Santo Padre y cuando se cruzó con el dominico que esperaba su turno entre los convocados para la audiencia de ese día, le saludó con una ligera inclinación de cabeza, diciendo para su santiguada: “no te canses, colega, que aquí no fuma ni Dios”.
Lejos de desanimarse, el dominico se postró ante el Papa cuando le llegó el turno y dijo:
—Santo Padre, en ocasiones, cuando uno está relajado y en paz fumando un cigarrillo, lo que “per se”, no tiene nada de pecaminoso, se sienten ganas de dar gracias al Señor por sus bondades infinitas ¿Le es licito al sacerdote, en esa ocasión, rezar?
El Santo Padre, tras la oportuna rumia, le dijo:
—Hijo mío, el rezo es la más excelsa de nuestras actividades por cuanto supone el dialogo con el Sumo Hacedor, y siendo así, todo momento y lugar son adecuados para la oración, aún en medio de cualquier actividad mundana. Nada te impide, pues, rezar mientras fumas.

Y cuentan las gentes que desde entonces los dominicos fuman y los jesuitas no, aunque yo no estoy muy seguro de que sea solo por eso.

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