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martes, 28 de enero de 2014

HOMBRES Y DIOSES

Unos años antes de que se iniciara nuestra Era, nació en algún lugar de Italia que no conocemos con exactitud, Cayo Julio Cesar Octaviano, que pasaría a  la Historia como el primer emperador romano y por  mantenerse al frente del gobierno de Roma durante un largo y fructífero periodo conocido como “Paz octaviana”.
Por aquel entonces, Roma era una republica y Augusto siguió considerándose –de boquilla- republicano toda su vida pero con astucia sibilina y paciencia a prueba de bombas, fue poco a poco reuniendo en su persona, además del nombramiento de cónsul anual, los de princeps senatus, augustus, e imperator proconsulare de Galia, Hispania y Siria, Tribuno vitalicio; Cónsul vitalicio y Prefecto de las costumbres; Gran pontífice; y por fin, Padre de la patria.
A pesar de manifestarse republicano convencido, Augusto convirtió la República romana en una suerte de monarquía a la que se llamó Principado o Imperio.
Los súbditos de ese Imperio, en agradecimiento a su buena labor, decidieron convertirlo en dios, que era la forma de agradecerle su buena gestión mejor que conocían, pero Augusto, fingiendo siempre modesta discreción, rechazó que le ofrecieran culto, al menos en las zonas centrales del imperio. En las provincias más lejanas lo toleraba simplemente para hacer ostentación de su falsa modestia. Algo parecido ocurrió con su esposa Livia que, ya en su larga ancianidad, procuró que su nieto Calígula y su bisnieto Claudio la convirtieran en diosa para poder esquivar así –suponía- la penas del Averno a que la habían hecho acreedora sus muchos crímenes.
Y se preguntarán, los que hayan llegado hasta aquí, a que vienen todas estas historias de dioses y romanos. Pues se lo voy a decir:
Vienen a que cierto ex –presidente del Gobierno ha vuelto a la actualidad que se resiste a abandonar, para afligirnos con sus memorias. Y he tenido la impresión al ver sus actuaciones de que anhela, como destino final, la deificación que Augusto y Livia no llegaron a lograr de forma plena. Madera de ello tiene, no hay más que ver con que pomposa ostentación se manifiesta y como el ego inconmensurable le precede, como un aura otorgada desde lo alto, en todas sus apariciones públicas. Seguramente habrá pocas personas en este país que no le reconozcan los indudables méritos de su primera etapa de gobernante, tan pocas como las que no admitan su estruendoso fracaso final, por falaz y embustero. Y menos aún habrá que no sientan cierta vergüenza ajena al ver los ostentosos ridículos mayestáticos a los que se arriesga con esa actitud prepotente y admonitoria con que se dirige a sus antiguos colegas ideológicos. Ha resucitado el papel mesiánico de quien tiene –dice tener- todas las soluciones para la buena gobernanza de este país que los pobres mortales que lo sucedieron no acaban de encontrar. Incluso amaga -de boquilla- con una vuelta redentora.
A ciertas alturas de la vida, penosa es la equivocación, imperdonable la mentira, pero lo más tétrico es el bochornoso ridículo.


Este artículo se publicó en “La Opinión” de Murcia el 12.01.2014




martes, 21 de enero de 2014

EL VIEJO AZUL

Nota preliminar: la hermosa fotografía del “viejo azul” de Cabopa fue la inspiradora de este relato. Así, cualquiera.

Se avizoran como manchas blanquecinas acunadas por un mar de movimientos suaves. La brisa marina, que arrastra el perfume acre de las montañas blancas, los envuelve en una neblina de sales. Diríase una bandada de gaviotas con el buche ahíto que flotan reposando tras la abundosa cacera. A medida que me acerco, van cobrando forma y se hacen más grandes los huecos entre ellos. Ahora se percibe que están alineados con rígida disciplina, borneando alrededor de las estachas que los ligan a 'muertos' invisibles. A su voz de mando, la suave brisa mañanera los ha colocado en la misma dirección y si el viento rola, ellos obedientes, cambian de posición al unísono. Cabecean queriendo hundir las proas afiladas en el agua apenas rizada, buscando el rico alimento de algas que verdea en el fondo, como si de una pacifica manada de ovejas se tratara. Casi todos están pintados de colores claros hasta la línea de flotación. Por debajo se perciben las adherencias de caracolillos y obas decorando los cascos.
En algunos, el paso del tiempo y el abandono es manifiesto. A la distancia justa del muro que retiene el agua mansa hay un viejo bote pintado de un azul ya desvaído. Sus movimientos parecen más pausados. Como un viejo perro de caza inútil, la proa, chata y desgastada oscila perezosa a cada ola diminuta y las bordas, llenas de erosiones, hablan de muchas jornadas de pesca llenas de fatigas. Uno de los escalamos ha desaparecido y el otro, adelgazado como un lápiz, apenas sería capaz de sujetar el estrobo de cáñamo ensebado que impulsa el remo. Las cuadernas agrietadas dejan entrar el agua que bate en su panza redonda un caldete salobre y verdoso en el que nadan trozos de redes y tablas viejas cagadas por las gaviotas. Se trata de un barquichuelo auxiliar ahora abandonado por mor de nuevas técnicas, uno de esos residuos que el progreso inexorable va dejando en pos de sí con crueldad indiferente, un resto que nadie se atreve a destruir pero cuya función en el mundo ha terminado; un viejo desecho sin lugar bajo el sol, como tantos otros.
Cuando paso cerca, me detengo por un momento a contemplar sus amuras remendadas con maderas rescatadas del mar. Observo, con pesar fraterno, los desconchones que revelan capas de pintura de colores diferentes y me gusta imaginarlo en plena juventud, arrogante y bizarro, acudiendo presuroso a la faena en los amaneceres brumosos de La Encañizada. ¡Quién sabe cuántas cajas de sabrosos langostinos, de galupes, doradas o magres habrá traído a tierra el viejo bote!
A veces, en mis momentos de calma, me imagino flotando sobre las aguas quietas, como el viejo azul.







martes, 14 de enero de 2014

TONTOS DE BABA

A mis amigos del Pasaje y de forma especial al cuñado Paco, de valiosas sugerencias.
 
El tonto de baba, aquella genuina especie de cabeza rapada y macferlán de uso universal aposentada en cada uno de los pueblos de nuestra piel de toro, hace años que se extinguió. Los logros culturales, sociales y de todo tipo la erradicaron, felizmente, para convertirlos en ciudadanos como los demás, quizás algo más necesitados de protección, pero solo eso.
Sin embargo, me parece apreciar cierto rebrote de la extinguida especie en muchos de nuestros políticos, especialmente por los que se nos aparecen, un día sí y otro también, como objetivo de noticiarios, periódicos y tertulias. No solo desfalcan, se corrompen, prevarican, se llevan los cuartos a manos llenas y se ríen de los mismos ciudadanos que los votaron en sus narices, sino que se permiten dejar por escrito sus trapacerías que solo en algunos casos afortunados son interceptados por las fuerzas del orden que todavía quedan, para ser entregados a la justicia. Que esta sea eficiente, rápida y certera en sus decisiones, ya es otra cosa. Y que los vergonzosos e injustificados indultos no vengan luego a convertir esos procesos en agua de borrajas, otra distinta. La justicia, dijo SM., debe ser igual para todos; juzguen los que esto leyeren si es así.

Esos caballeretes y caballeretas que se dicen políticos, cuyos nombres están en las mentes de todos, seguramente no han leído la novela de Mario Puzo ni han visto la serie, de valor desigual, del Padrino. De haberlo hecho, habrían tomado buena nota de que el astuto D. Corleone (que acabó cayéndonos simpático a pesar de ser un desalmado sin escrúpulos) jamás hablaba por teléfono o escribía nota alguna de su puño y letra. Cuando tenía que encomendar algún asuntillo turbio, lo hacía a la persona indicada y siempre sin testigos, nunca dejaba un rastro que pudiera comprometerlo. Regla numero uno: si me quieres un huevo, dímelo abonico y cuando estemos solos.
Estos memos sinvergüenzas, de uno y otro bando, a los que me refería más arriba, no solo cometen toda suerte de desmanes en beneficio propio y de sus más allegados con la mayor desfachatez, sino que dejan rastros por doquier en notas, contabilidades chapuceras, e-mails y registros telefónicos. Ni las más altas jerarquías del estado son capaces de llevar a cabo sus prácticas nocivas en un relativo anonimato. Hasta los presidentes de gobierno dejan mensajes, más idiotas que comprometedores, en sus teléfonos, para escarnio y befa del personal.

¿Es posible -me digo intentando encontrar una explicación a estos disparates- que estos mindundis se consideren tan por encima del bien, del mal y de la justicia que no se detengan a considerar esos riesgos? Me parece tan descomunal el despropósito que me inclino a pensar que solo son, además de frescos, sinvergüenzas y corruptos, tontos de baba.  
 

martes, 7 de enero de 2014

ABORTO

 No creo que el aborto sea una buena solución. Seguramente es la única posible ante un embarazo no deseado y no me cabe en la cabeza que ninguna mujer tome esa dura decisión de forma inconsciente y mucho menos placentera. La educación sexual y los medios anticonceptivos que la ciencia pone a nuestro alcance serían buenas medidas para minimizar el problema, pero también a eso, de forma estúpida, se le pone freno.
Es difícil llegar a un acuerdo sobre el momento en que el “nasciturus” se convierte en persona. Nuestro régimen jurídico dice que veinticuatro horas después del alumbramiento; algunos pueblos primitivos creen que el ser empieza a vivir desde que los padres lo concibieron en su imaginación; ciertas religiones postulan que el soplo divino que ha de hacerlo trascendente acompaña ya al espermatozoide más veloz. Hay teorías para todos los gustos, respaldadas por sesudos investigadores, lo cierto es que la responsabilidad directa sobre la interrupción del embarazo es de la mujer que se enfrenta a la cuestión y que debe ser ella la que decida, con leyes de plazo, sin plazos o como el legislador proponga, después de hacer las consultas pertinentes a los colectivos afectados. La ley, además de la costumbre, debe recoger las exigencias de la sociedad, no los deseos de confesión alguna, por sacrosanta que se considere. A los demás nos corresponde apoyar y aplaudir las buenas decisiones del legislativo, y aquellas señoras a las que su conciencia y honor les impida hacer uso de las facultades que la ley les confiere, que no aborten y todos tan contentos.
Recordamos con bochorno las leyes de hace años que “protegían” a la mujer, ese ser disminuido y en perpetua minoría de edad a la que había que tutelar durante toda su vida. Estamos en otra época, por fortuna (aunque a veces no lo parezca), en un país aconfesional, según dice nuestra Constitución. En nuestras manos está lograr que la Historia no sea cíclica.
Es vergonzoso, patético y me atrevo a decir enfermizo que se propongan leyes como la del Sr. Gallardón, que no responde a exigencia social alguna, que nos aleja del sentir de nuestros países vecinos sin más razón que la de apaciguar a la parte más cutre, sotanil y cavernaria del partido en el poder y que nos hacen retroceder a tiempos que solo merecen ser recordados para no repetirlos. Primun non nocere.

Tendremos que esperar a que el movimiento pendular propio de las democracias, nos libere de estas momias ultramontanas y salva-espíritus-a-su-pesar, pero la desdicha es que, hasta entonces, dejaremos entre las zarzas de la estupidez muchos jirones de la piel de nuestra sociedad.


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