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martes, 25 de febrero de 2014

NUESTROS BRAVOS GOBERNANTES

El generalito apolítico murió en la paz del Señor hace ya años y el inocente pueblo, salvado de la masonería los judíos y el comunismo que lo había aplaudido con devoción durante los últimos cuarenta años, giró la cara esperanzado hacia los nuevos líderes. Provenían de diferentes tendencias, pero se pusieron de acuerdo para enmendar todos los yerros sociales propiciados por aquella dictadura que, sorprendentemente, resultó que nadie había querido y mucho menos jaleado nunca. Toda la nación –con pocas excepciones- se había pasado aquellos años corriendo ante “los grises”.
Los padres de la Patria resucitaron el espíritu de la Carta Magna, olvidado desde 1912 y nos dispusimos a vivir con alegría renovada la Democracia. Adiós a la injusticia, adiós a la corrupción y al amiguismo, bienvenida la separación de poderes, viva el pueblo soberano.
Otros cuarenta años después resulta que estos mismos personajes y sus partidarios se han visto inmersos en escándalos de corrupción multimillonarios que han dejado el país hecho un solar. Se han llevado a Suiza hasta las alcancías de los niños con una desfachatez difícilmente superable. Mienten como bellacos ante las instancias judiciales y los medios de comunicación con atrasados y diferidos. Hacen gala de una caradura que envidiaría el del Rostro Impenetrable. Y si el asunto se pone feo no hay más que dejar que el tiempo se ocupe de las prescripciones o que el Ejecutivo extienda el velo misericordioso del indulto. Entre colegas no nos vamos a hacer daño, se dicen. Hasta las más altas instancias de la nación se ven envueltas en escándalos, corruptelas, cacerías ignominiosas y paseíllos ridículos.
Los ex líderes de unas y otras formaciones y sus pelotas de primer y segundo nivel, ya retirados de los affaires políticos, disfrutan de los pingües salarios que amañaron con astucia, en empresas privadas, durante sus años de poltrona. Se pasean por el mundo dando conferencias y teorizando sobre las mismas soluciones que no aplicaron durante sus mandatos respectivos. Las grandes compañías energéticas, inmunes al color político de sus benefactores, los acunan en sus consejos de administración y adormecen sus conciencias –si las tienen- a base de abultados sobres mensuales. Los mismos que llenan con las recaudaciones forzosas de los abonados cautivos.
Y todavía se permiten estos caballeretes sacar la cabeza cuando la ocasión lo permite, para aconsejar con ademan melifluo sobre lo que debemos hacer y pontificarnos sobre lo divino y lo humano. Contemplan la crisis que nos devora desde el confortable ambiente de sus despachos sin tener pajolera idea ni siquiera de lo que le cuesta al vulgo un café.

Desdichado país, en estos tiempos en que ya no son posibles las revoluciones.

martes, 18 de febrero de 2014

SEÑOR PRESIDENTE: La vaca de los Masai

Considero posible, Sr. Presidente que al igual que muchos de nuestros compatriotas, en la plácida hora de la sobremesa, junto al café y al puro en el confortable sillón de orejas, se permita Ud. unos instantes de relax contemplando los interesantes documentales de la 2. Habrá podido apreciar en ellos, además de las dificultades de los ñus y las cebras para cruzar, en su peregrinación anual el rio Masai Mara sorteando a los pérfidos cocodrilos, el mañoso artificio que utilizan los habitantes de la tribu Masai para alimentarse. Puede que como yo, haya sentido cierta adversion por su costumbre de infringir a la vaca de turno una pequeña herida en la yugular de la que mana de forma inmediata un chorro de sangre.
Esa sangre humeante, recogida en una escudilla y mezclada con leche de la misma o de cualquier otra vaca adyacente, formará la parte más importante de su dieta. Por encima de otras consideraciones de los nutriólogos que consideran harto insuficiente una dieta hematófaga como la de los vampiros, la cuestión me hace reflexionar sobre la situación de la paciente vaca, cuya opinión –si la tuviera- nunca he visto recogida en esos documentales.
Y pienso yo: pongamos que el sangrador vacuno de afilada flecha posee un rebaño de 50 vacas. A cada una  de ellas le tocaría pasar por el improvisado cirujano una vez cada cincuenta días, pero ¿Y si los términos se invierten y tenemos una vaca para cincuenta Masais? Parece claro que el pobre animal ha de doblar bien pronto ante tan insostenible extracción “por entrambas canales”, como diría el clásico. No se me alcanza el futuro que puede esperar a los Masai una vez que el animal se haya quedado tan caquéxico que no le quede una sola gota de sangre ni de leche.
Ya se que son reflexiones tontas, Sr. Presidente, pero a veces me parece oportuno compartirlas con Ud. porque estoy seguro de que también se habrá planteado alguna vez que clase de pueblo va a gobernar cuando nos hayan extraído hasta la ultima gota de sangre. A menos que, a diferencia de los Masai, tengan Ud. y los suyos, el suficiente espíritu de supervivencia como para comenzar cuanto antes la adaptación a un régimen vegetariano.
Atentamente suyo,

Uno de los Masai.

martes, 11 de febrero de 2014

MI AMIGO ISAAC PEDRAZA

No me gusta el frío, como no me gustan los que tosen en los conciertos ni los que están seguros de todo, como mi amigo Isaac Pedraza que me insiste siempre “y te vuelvo a repetir…”. Claro que Isaac es amigo de la infancia y lo soporto como soporto este frío húmedo y sorpresivo con el que nos agrede algunas mañanas nuestro bonancible clima mediterráneo. Entonces, el recuerdo me lleva hacia otros tiempos y otros lugares.
A veces me arrepiento de no haberme quedado en el desierto para siempre. No hay sitio más acogedor que la planicie inacabable de color rojizo. Solo en las horas intermedias del día, el calor exige inmovilidad, un reposo imprescindible que convida a la meditación. La vista se pierde en el infinito, no importa la dirección en que se mire; nada por ningún sitio, solo la posibilidad de que viajando en línea recta se llegue, por fin, a alguna parte. De tarde en tarde se tropieza el caminante con un bosquecillo de acacias de sombrero a cuya sombra han quedado, en la tibia arena, coprolitos de zorros o huellas diminutas de erizos como único rastro de vida. Las acacias, talladas por el viento, están vestidas con unas hojas ralas y menudas custodiadas por espinas como leznas. Quizás, contemplando los troncos con detalle, en su base, se encuentre alguna madriguera de topillos o de víboras cornudas que las han ocupado después de merendarse a sus habitantes. La brisa, constante en el desierto, trae aromas de tiempos lejanos, de civilizaciones devoradas por el tiempo inmóvil que salieron de aquellas arenas con un afán religioso y purificador; también ellas acabaron engullidas por el enorme vacío. Solo el desierto es eterno.
Mientras descansáis a la sombra raquítica del bosque de acacias, se calienta el agua para el té con los pocos carboncillos que guarda siempre el zurrón del beduino; los camellos aprovechan para esquilmar las escasas hojas de las ramas altas con lengua larga y habilidosa, inmune a las espinas. Podéis aprovechar esos momentos, reclinados sobre la arena templada con el rostro contra el cielo y el corazón en calma, para sentir la elemental dicha de estar vivo, sin adjudicarle tal circunstancia ni a la naturaleza generosa ni a cualquiera de los dioses que os recomienden. La cuestión, en ese momento, carece de importancia, todo lo llena el sentimiento de una paz inalterable, ahí empieza y acaba el mundo, la perfecta soledad en el silencio de uno mismo.


El recuerdo de esos momentos me ayuda a soportar el húmedo frío de mi tierra, a la gente que tose en los conciertos, y a mi amigo Isaac Pedraza cuando insiste de forma machacona “y te vuelvo a repetir…”

martes, 4 de febrero de 2014

ROUCO Y LA FAMILIA

Mi familia no es cristiana, ni mi marido ni yo somos creyentes. Él, más valiente o menos perezoso, ha optado por el trámite de la apostasía, yo lo tengo pendiente, lo haré un día de estos, no me gusta que me manipulen ni me incluyan en censos trucados. No hemos bautizado al hijo que adoptamos, pero le enseñamos la Historia en general y la de las religiones en particular. Le animamos a que tome, en el aspecto religioso, la decisión que le parezca más oportuna cuando llegue el momento. Las opciones son múltiples, por suerte: judío, cristiano, moro, budista, hindú, etc., o ninguna de ellas, como sus dos padres.
Dice, el Sr. Rouco, heredero de las tácticas inquisitoriales del converso Torquemada, que solo hay una familia: la que su religión propugna, con exclusión de cualquier otra. Y quiero decirle que está por completo equivocado, que ya no vive en los tiempos en que su cofradía era parte del poder y se permitía dictar las normas morales; que hoy pertenece a un país moderno y aconfesional en que la religión que practica con legitimo derecho es solo una más de las opciones que tenemos los ciudadanos. Que la familia que conoció en su juventud es solo una de las variadas opciones que hoy existen; que en este país hay ciudadanos que pertenecen a otras confesiones religiosas, tan respetables y verdaderas como la suya, y otros, como es nuestro caso, que no pertenecemos a ninguna; que existen otra serie de unidades familiares tan dignas y respetables como las que considera únicas: monoparentales, heterosexuales, homosexuales, etc., a las que la ley, con toda justicia, concede la misma categoría y derechos que a la que él propugna como exclusiva opción.
Nadie se empeña en imponerle a su colectivo normas diferentes a las que siguen, y respeta las suyas como opción legitima que son, pero no estamos dispuestos a admitir tanta injerencia, falta de educación y civismo como la que manifiesta al atreverse a cuestionar normas y formas de vidas distintas de la suya. Creo que se debe olvidar ya la desafortunada frase “El que no está conmigo está contra mí” (Mat. 12.30) que me parece más un error de transcripción de su libro santo que una muestra de la caridad que se le atribuye. Miedo da pensar si en sus manos volvieran a estar la exclusiva de la moral y el uso de los hierros contra réprobos que tan bien retrata Umberto Eco.
Haga Sr. Rouco, lo que le parezca más oportuno dentro de la legalidad vigente, predique la familia que le parezca conveniente, defienda el celibato y la exclusión femenina de los puestos relevantes de su iglesia, secta o como quiera que se considere, pero tenga la decencia de no abrasarnos más con unos juicios y unas recomendaciones que nadie le pide.
Acabo con unos renglones del libro de Antonio Muñoz Molina, Todo lo que era sólido, cuya lectura le encarezco:
“No tengo nada contra la religión o contra el creacionismo. Allá cada cual con sus creencias. Tan solo prefiero que las leyes me defiendan para que los partidarios de cada una de ellas no tengan la potestad de imponérmelas.
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