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jueves, 31 de marzo de 2011

A LAS BARRICADAS

Llevamos, en política, una época de tiempos revueltos. Y se cierne sobre la peña una sombra aún más estremecedora: que vengan tiempos peores. Me decía hace poco un colega: “Me gusta poco este gobierno, pero temo más la incertidumbre de la posible alternativa, sea esta la que sea”.
Recuerdo la advertencia de mi abuela sobre los riesgos de poner la zorra a guardar las gallinas. Y a juzgar por las estupideces que se oyen a los hombres públicos, me pregunto si no será eso lo que hemos hecho con nuestros votos, administrados de forma poco responsable.
Aquellos a los que hemos encomendado el cuidado y la guía de la republica, han involucionado en su memez endogámica apartándose de las verdaderas necesidades de la gente, cuyos intereses deben representar, para malgastar los caudales que se les encomendaron en tontunas que responden a sus intereses partidarios antes que a los generales: aeropuertos cada pocos km. que solo servirán para que el mocerío disfrute de relajantes paseos en sus tardes de asueto, u obras de dudosa utilidad que se apresuran a inaugurar como posesos en los días próximos al inicio de campaña. Por no hablar de proyectos de copago que se agostan en la primera noche de vida mientras las arcas de la Comunidad Autónoma murciana se precipitan en la Sima de los Huesos.
Y luego viene la terrorífica campaña propiamente dicha. Una lamentable temporada en que los sufridos ciudadanos hemos de desayunarnos cada día con toda suerte de improperios, descalificaciones, insultos y mentiras con que todos se regalan por igual. Hasta el inefable Sr. Revilla, hasta ahora circunscrito a la promoción de sus productos regionales, se ha descolgado en los últimos tiempos manifestándose ansioso por compartir barco y “bellinas” con el Sr. Berlusconi. ¡Otro que se le ha ido la pinza!
Es terrorífico pensar lo que se nos viene encima: “casos faisanes” donde las actas de ETA se elevan a la categoría de documento histórico; resurrecciones milagrosas de la conspiranoia del 11M y los fantasmas del Gal; trajes pagados o sin pagar; justificadísimas peticiones de dimisión…para los del bando contrario; mítines, abrazos y besos de unos y otras, compañeros y compañeras; banderas y estadios llenos de incondicionales a golpe de bocadillo; el señor de bigote y voz campanuda con acentos, ora ingleses ora catalanes, pontificando tontadas; y el hombre del solo escaño, que ya no se sabe a quién representa, enmendándole la plana a todo el mundo con tal de robar unos minutos de pantalla. ¡Nefasto panorama donde los haya! Sobrevive, no se sabe cómo, el Ojo Izquierdo que levanta en su blog cada mañana la polvareda contra “la fiel infantería”, atrincherada en su “mundillo” retrogrado desde el 39.
Es difícil detenerse a recordar, en este maremágnum enlodado,  que se nos convoca ahora a unas elecciones municipales en las que hemos de colocar en los puestos de la administración local a aquellos que mejor prometan hacerlo, renovarles el saludo a los que nos han administrado bien hasta ahora o mandar a las galeras del olvido más negro a los que nos han defraudado. Si algún partido tuviera alguna vez redaños para proponer listas abiertas, otro gallo nos cantara. Mientras, es inevitable el contagio de la política local con la guerra fratricida y partidaria de nivel nacional en la que estamos envueltos y que corre el riesgo de convertir este país en un enorme vomitorio.
No sé si sería solución la tesis del voto en blanco que proponía Saramago en una de sus novelas o la más lúdica de uno de mis amigos que sugería meter en el sobre el folleto del supermercado del barrio.
De verdad que estoy por volverme a las barricadas.

jueves, 24 de marzo de 2011

EL CHOCOLATE DE LORRY o medidas ante la crisis.



Don Ignacio dejó las bolsas de la compra en el descansillo tomándose un momento de respiro mientras seguía dando vueltas a la idea que le atormentaba desde que supo la noticia. Miró, sin verla, la mancha de humedad que parecía haber nacido con el edificio, en la que otras veces detenía la vista jugando a encontrarle semejanzas con un caballo, una vaca o un ciervo, según el día. Acostumbraba a fantasear mirando aquel dibujo de formas caprichosas, mientras recuperaba la respiración en el rellano del segundo antes de emprender la conquista de los dos pisos que le quedaban, imaginando que era un hombre de Neandertal y que había pintado aquella silueta para propiciar una buena caza.
Pero hoy apenas se había fijado en el dibujo; la noticia seguía ocupando toda su atención. No había asimilado del todo el tijeretazo a su magro sueldo y se enfrentaba, además, con la difícil tarea de comunicar la noticia a su familia y proponer los necesarios recortes. Siempre había procurado evitarles sinsabores, apartarlos en lo posible de los problemas de abastecimiento que todos sufrían en aquellos años de posguerra. Bastante tenían con hacer frente a las obligaciones cotidianas: ella mantener la casa en condiciones (que la tenía como una tacita de plata) y empinar la olla con escasos recursos cada día; los chicos cumplir sus deberes escolares, lo que hacían con toda puntualidad; la abuela echando una mano aquí y allá, esmerándose en los primorosos zurcidos que alargaban infinitamente la ropa de todos; el loro, familiarmente “Lorry”, aplicándose a decir “Igggggggnacio” cada vez que oía los pasos del jefe de familia a lo largo del lóbrego pasillo y esperando con ansia el domingo, cuando a la vuelta de misa de doce, le obsequiaban con su media jícara de chocolate.
Volvió a tomar las bolsas y terminó de subir la escalera con paso cansino. Esperó a la sobremesa y con ademan compungido pero resuelto, lanzó la noticia de un tirón:
“Son tiempos difíciles, estamos en crisis, el Ministerio ha decidido congelar los salarios y eliminar los pluses, mi salario se ha reducido casi en un diez por ciento. Hay que hacer economías, es preciso reducir gastos”.
El mensaje cayó como una bomba en un campo ya bombardeado, todos se replegaron dispuestos a defender sus pequeñas parcelas.
La señora no se permitía más lujos que su visita quincenal a la peluquería y un par de zapatos al año, eso no se podía tocar. El padre no iba a sacrificar su faria de los domingos ni los pocos céntimos del periódico mientras le lustraban los zapatos. Busquemos por otro lado. Los chicos utilizaban libros de segunda mano, procuraban estudiar de día para no gastar luz y agotaban los lápices hasta lo inverosímil. La abuela no podía renunciar de ninguna manera al suizo después de misa.
Quedaba el loro. Sin duda podría prescindir de su media jícara de chocolate dominical sin mayores problemas. Tanto más cuanto la medida sería puramente coyuntural; cuando vinieran mejores tiempos, que vendrían, las aguas volverían a su cauce y el loro tendría de nuevo su chocolate. Asunto resuelto.
Don Ignacio dejó caer una mirada complacida sobre los miembros de  la familia reunidos como una piña en torno a la mesa, orgulloso de haber encontrado con rapidez la solución a tan espinoso asunto. Verdaderamente, constituían un grupo solidario.
El loro, en su percha, miraba la reunión con desconcierto y algo debía sospechar, porque guardó un prudente silencio.
Don Ignacio respiró aliviado. La crisis estaba vencida.

viernes, 11 de marzo de 2011

HOMO


Amanece cuando Homo se despereza y mira a su alrededor. Los rayos de sol han comenzado a filtrarse por entre las altas copas de los arboles en la selva de Tanzania. El resto de los miembros de la horda permanece aún en los nidos, fabricados para pasar la noche. Sus tres hembras se han situado cerca y comienzan a moverse. Alguna, más alejada,  amamanta su cría. Comienza un nuevo día, una dura aventura en busca de alimento y en defensa del territorio que les proporciona cuanto necesitan…comienza el estrés, aunque no sepan todavía qué es eso.
Después de muchas aventuras y peligros, de los que no siempre sale airoso, unos cuantos siglos más tarde (V aC)., Homo se ha desplazado hasta la franja comprendida entre los ríos Tigris y Éufrates. La ciudad de Ur mantiene la hegemonía sobre los otros poblados de alrededor. En las duras luchas mantenidas contra los invasores, ellos mismos han resultado ocupantes de otras tierras. Sus dioses están satisfechos, son potentes y acaban siendo asimilados por los pueblos invadidos. Los cortos periodos de paz sirven para fraguar alianzas que conducirán a nuevas guerras; las invasiones territoriales acaban siendo conquistas de los dioses…Los hombres más fuertes ganan porque a su lado combate el dios más fuerte.
Pasa el tiempo. Estamos en el año 1290 aC. Homo se ha desplazado hasta Egipto. Ramsés II emprende sus expediciones hacia el país de Canaán, luego guerrea contra los Hititas, después contra el reino de Kush, al fin la batalla de Kadesh que lo haría inmortal en la memoria de los hombres a través del Poema de Pentaur.
Homo será fenicio, griego, romano… asistirá a las peleas de las gentes en nombre de los dioses que van apareciendo: Moisés contra los idolatras, Moisés contra Cristo, Cristo contra Mahoma, todos contra todos. Los dioses tienen ciudades comunes, como Jerusalén,  pero en ellas es donde se realizan las mayores matanzas en sus nombres: romanos contra griegos, griegos contra judíos, judíos y sarracenos contra cristianos…, y los dioses animando el cotarro, propiciando la destrucción, el exterminio del que cree en un dios diferente. Todos los otros son falsos.
En la Edad Media aparecerán, en Europa, los movimientos Cátaros o perfectos, las gentes que buscan la sublimación de la creencia, apartándose del mundo y de la religión oficial; quieren un mundo nuevo y diferente, en paz. Pero para luchar contra las utopías están los Simón de Monfort; los albigenses acabaran siendo exterminados y arrasado su último refugio en Montsegur. Más guerras y exterminios en nombre de dios. Homo lleva guerreando desde su aparición sin que haya logrado consolidar nada. Fronteras movedizas, etnias extinguidas, todos los avances, todos los inventos se dedican a mejorar los sistemas de exterminio. Y la historia sigue. Los pueblos guerrean contra sus vecinos con los dioses al frente. Santiago el apóstol ayudara eficazmente a nuestros antepasados contra la sarracina
Pasa el tiempo inexorable. Homo se ha vuelto moderno, es capaz de fabricar artilugios con los que domina el cielo y el mar, pero los emplea contra sí mismo y sigue matándose. En la II Guerra Mundial, caen cincuenta millones, en la primera “solo” habían muerto diez. El progreso es notable. El dios de los judíos está de capa caída y su pueblo casi exterminado.
En los tiempos actuales, Homo se ha diversificado de forma notable (quizás esa es una de sus estrategias de supervivencia). La diferencia entre las formas más cultas y las más atrasadas no solamente no ha disminuido, sino que se ha hecho abismal. Junto a ejecutivos de ipac, videoconferencia, y vuelos en jet privado, sobreviven aborígenes en Australia, bosquimanos en el Kalahari, tuareg en el Tasili o inuit en las tierras heladas de Groenlandia practicando aún una economía de subsistencia, sin haber rebasado los estadios de caza-recolección de hace cinco mil años.
Pasan los hombres, siguen las inútiles guerras, como desde el principio, por la ocupación de los territorios y en nombre de los dioses. Solo Homo, el gen, sobrevivirá… hasta que la humanidad termine con ella misma.

jueves, 3 de marzo de 2011

CADA UNO A LO SUYO


Debemos a Montesquieu, desde el S.XVIII, la separación entre los poderes del estado: legislativo, ejecutivo y judicial que después sería adoptada por los países del entorno francés, entre ellos el nuestro. Luego se produjo la neta separación entre iglesias y Estado que venía causando problemas desde épocas pretéritas: los gobernantes se dedicaron a organizar y regular la vida de los ciudadanos mientras que los pastores espirituales de las diversas confesiones proveían la normativa adecuada con el fin de encaminar el alma de los fieles al más allá que cada una de ellas había diseñado. Los franceses tuvieron la desdichada experiencia de sufrir su gran revolución burguesa, pero también la gran habilidad de sacar magnificas consecuencias de ella.
En principio, este sistema debe funcionar como una seda: el cuerpo y el espíritu de los ciudadanos está protegido por la Constitución del país y su alma por la normativa religiosa a la que decida acogerse, o por ninguna, que la opción religiosa -a diferencia de la civil- es voluntaria.
Pero sucede, en algunos extraños casos, que los responsables de uno u otro sistema se creen en la obligación de regular también el campo que les es ajeno por naturaleza. Y así, contemplamos a lo largo de la Historia, episodios en que un gobierno intenta imponer a sus gobernados una religión determinada o que una religión se inmiscuya por todos los medios a su alcance (que, afortunadamente hoy no son muchos) en la forma de legislar de un Estado. Ambas situaciones –también la Historia nos lo dice- conducen a un estrepitoso fracaso. Y hoy día, en el ámbito de los países en que nos movemos resulta, además de anacrónico, ineficaz.
El Gobierno dicta las leyes de manera que los ciudadanos puedan acogerse a ellas en el caso de que regulen derechos, o se vean obligados a acatarlas si imponen obligaciones. Y las confesiones religiosas tienen perfecto derecho a opinar (respetuosamente, como lo hacen casi siempre) sobre la función del Estado y a recomendar a sus fieles, si se trata del primer caso, que se acojan a esa regulación de derechos o que no lo hagan. Pero al resto de los ciudadanos, que profesan una creencia de distinta orientación o no profesan ninguna, les resulta invasivo y esperpéntico que una confesión religiosa pretenda, en nombre de una deidad que solo para ellos es incuestionable, imponer al total de la ciudadanía normas que solo para sus adeptos resultan de obligado cumplimiento.
De ninguna manera es aceptable en nuestros tiempos que una confesión religiosa, sea del tipo que sea, se arrogue el derecho de gestionar la legislación de un país (más si se trata del nuestro, aconfesional por Constitución). Las leyes son para todos y el único órgano que puede emitirlas, por acuerdo de los ciudadanos, es el poder legítimamente constituido.
Decía mi abuela que “zapatero a tus zapatos” y algo con el mismo sentido se lee también en el Nuevo Testamento: “Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios” (Mat. 22,21). Pues apliquémonos el cuento y cada uno a lo suyo. Dejemos que la capa misericordiosa del olvido cubra el recuerdo de pasadas épocas en que las cosas fueron de otra forma y levantaron no pocas ronchas entre la ciudadania, muchas de las cuales no cicatrizarán nunca. Vivimos tiempos nuevos de libertades constitucionales y tenemos la hermosa posibilidad de que cada uno haga con su libertad de conciencia lo que le parezca (“que haga de su capa un sayo”), sin violentar la libertad de los demás. El que quiera acogerse a la norma, que se acoja, y el que no, que la deje pasar. Y todos tan contentos.



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