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martes, 18 de diciembre de 2018

GABINO Y LAS MONJITAS

Su padre consideró conveniente depositar, en una primera instancia, la responsabilidad de su buena educación en las sabias y bondadosas manos de las monjitas del Carmelo. Aquel colegio aún sobrevive convertido, por el paso del tiempo, en Mayor. Gabino llegaba cada mañana –unas veces más puntual y la mayoría menos- a una de las dos colas que se formaban a la puerta. Se habilitaba una para niños y otra para niñas. Llegado su turno, restregaba rápidamente las narices en el largo y negro escapulario de la hermana portera, (que presentaba un sólido y añejo reguero de mocos infantiles), y entraba sin demasiada premura al gran patio desde donde se accedía a las aulas.

Recordaría, años después, aquel olor inconfundible: mezcla de cocina rancia, espacios cerrados con aire respirado varias veces, sotanas de paño nada limpias y cuerpos con zonas íntimas que jamás llegaron a trabar amistad estrecha con la pastilla de jabón ni el maligno invento francés del caballito. Un olor característico y asfixiante que quedó asociado en su mente a todo lo eclesial. A veces, en los actos litúrgicos donde el olor se volvía más denso y reconcentrado, se recurría al cloroformo de los incensarios y eso era aún peor. La mezcolanza olorosa se convertía en una sensación de ahogo difícil de soportar. A Gabino, por aquel entonces comenzó a despertársele un secreto regomello ante la posibilidad –remota- de acabar en un cielo nutrido de personal tan pestilente. Quizás por eso las sotanas en general y los hábitos monjiles en particular, le produjeron cierto rechazo y una vaga sensación de incomodidad nunca superada.
Desde ese primer contacto con los religiosos, quizás porque nadie se tomó la molestia de explicárselo, no comprendió qué pintaban en su educación aquellas buenas mujeres, embutidas en raras e incómodas vestimentas que les quitaban el aspecto de los seres humanos normales. Resultaba difícil expresar esas opiniones en un entorno que aceptaba la situación como la cosa más natural del mundo y donde cualquier crítica sobre asuntos de índole eclesial era tomada por insólito anatema. En aquella época, los religiosos tenían cierto prestigio por el solo hecho de serlo, como si fueran depositarios de la moral general o guardianes de la moral pública. Había que guardarles un respeto especial y tener con ellos una serie de actos reverénciales consistentes en besarles a cada uno lo que le correspondiera: el hábito, el bordón, la mano, el anillo etc.
Gabino, se chupó los dos años reglamentarios de Carmelitas. Nunca pudo averiguar por qué las llamaban descalzas, ya que a pesar de sus muchos esfuerzos jamás pudo verle los pies a ninguna. Sufrió pequeñas odiseas cotidianas y obligados paseos por la clase de las niñas para purgar ignorados pecados propiciados por su carácter que ya empezaba a manifestarse díscolo.
Aquellos paseos que las buenas religiosas le daban por otras clases con la ingenua intención de que le resultaran afrentosos, devinieron en encantadoras charlas y escarceos con las niñas mayores. Resultaban aquellas mucho más interesantes que las de su tiempo, lo que acabó llevando a las religiosas, muy a pesar suyo, a recomendarle a su padre un colegio de varones que era lo que su edad y su precoz desarrollo reclamaban a gritos.
Gabino recordaría para siempre, con alegre desasosiego, aquella educación retrograda y mezquina que, por fortuna,  sus hijos jamás conocerían.   
     





martes, 4 de diciembre de 2018

BUENOS Y MALOS


Dice mi amigo Andrés de La Orden que el hombre es malo por naturaleza, y a través de esa premisa contempla el mundo que le rodea. Su hermosa poesía, descarnada, no está precisamente orlada de optimismo. Sigue la línea argumental de Hobbes que consideraba al hombre “lobo para el hombre” y justificaba con ello la idea del “Leviatán”, el estado controlador que impidiera los desmadres. Conviene tener en cuenta que Hobbes vivió en época absolutista y quizás con ello pretendía justificar la situación. Otros, por la misma época, afirmaban que el hombre es esencialmente bueno en su origen (el buen salvaje de Rousseau), pero que las circunstancias lo transforman en malo. Como el fandanguillo andaluz, en el que una cordera de tanto acariciarla se vuelve fiera.
Con todos mis respetos a don Andrés, a Hobbes, a Rousseau y a la cordera, creo que no es un asunto de buenos y malos, sino de algo más sencillo: el Hombre, dicho en universal, es simplemente, como la Historia nos muestra, un animal que por razones ignotas ha adquirido algo que lo diferencia de todas los demás con los que comparte territorio y quizás universo. La evolución, misteriosa y difícil de comprender lo ha dotado de herramientas que lo alejan de los demás especímenes para siempre. El hombre ha inventado algo nunca visto antes que con frecuencia lo supera: se ha sumido en un avance tecnológico sin saber a dónde lo conduce ni con qué objetivo, al tiempo que rechaza y pretende  ignorar la rémora de su origen.
Los objetivos de la humanidad han ido variando a lo largo de los tiempos. Durante muchos años fue la supervivencia, luego el dominio del territorio, que tenía mucho que ver con lo anterior, después el dominio de las ideas y la exclusividad de los dioses, a los que adjudicó su creación. En la actualidad, nos debatimos entre vivir lo mejor posible el tiempo que tenemos asignado, o aplicarnos haciendo planes sobre un mundo futuro que cada cual imagina a su manera. El debate es permanente, pero mientras, continuamos sujetos a las leyes naturales de la competencia, de la supervivencia de los más adaptados y del crecimiento exponencial y enloquecido propio de las poblaciones que no tienen depredadores naturales que regulen su equilibrio.
Seguimos comportándonos como si hubiéramos inventado un sistema nuevo, como si, por arte de birli-birloque, hubiéramos aparecido desde un mundo extraño y no nos afectaran las circunstancias de nuestro entorno. Como si no estuviéramos sujetos a las leyes naturales del mundo que nos ha engendrado.
De vez en cuando, las cosas se trastornan, un Tsunami, una erupción volcánica, un terremoto o nuestra propia estupidez destructora hace que el sistema se desestabilice y aparezcan millones de muertos, pero pronto se olvida el suceso. Las generaciones siguientes, lo incorporan a los libros de historia como si no fuera con ellos. Y el asunto sigue, como si nos reinventáramos de nuevo cada día, viviendo en un mundo ilusorio sin un objetivo determinado, salvo el de “vivir cada vez mejor”, que nadie sabe del todo qué quiere decir eso.
Creo, pues, que el hombre no es, intrínsecamente, ni bueno ni malo. Es, simplemente el Hombre.



martes, 20 de noviembre de 2018

HOTELES Y MÍTINES


 —¡La que armaron los tuyos ayer tarde en el Nelva!
Ataca el Cacaseno a Juan de la Cirila aprovechando que tiene la media tostada entre  plato y boca. A punto de atragantarse, Juan salta como un resorte mientras Fernández se acerca a la barra a pedir un carajillo.
—Eso ni se te ocurra mentarlo, ni los de Vox ni los de Hazte Oír, son los míos. Yo tengo carnet del PP desde que era Alianza Popular. Representamos a la derecha civilizada, la guardiana de los valores patrios, los custodios de la tradición.
—Y los que no somos de la “derecha civilizada” que somos ¿extranjeros?
—Yo no he dicho eso, Cacaseno, creo que sois simplemente equivocados que consideráis enemigo a todo el que no piensa como vosotros.
—Nada de atacar a nadie. Tan mal me parece que se boicoteen los mítines de unos como los de otros. Ese es el problema de vuestra democracia, que a todo el que piensa de forma diferente hay que silenciarlo. Los del PP en la oposición se comportan como  si estuvieran rabiosos.
—Cambiemos de camino, que nos vamos a amargar el almuerzo, tercia Fernández el conciliador.
—Tienes razón, Fernández. Con todos los respetos, tu padre, Cacaseno, estaba tan equivocado como tú. Estoy en contra de los extremismos sean del bando que sean, y de boicotear los mítines legalmente autorizados. Todos tenemos derecho a pensar lo que nos dé la gana y a manifestarlo libremente, dentro de la ley, ese es el punto fundamental.
— ¿Quieres decir que todos tenemos el mismo derecho a decir lo que se nos pase por las mientes, hasta los de la “derechona fascista”, como nos llamáis?
—Si es dentro de la ley y con buenas formas, sí.
—Ahí si estoy de acuerdo contigo, Juan- templa Fernández
—Pues entonces dime qué razón tienen los que fueron a reventar el acto del hotel Nelva –vuelve a la carga el Cacaseno.
—Desde mi punto de vista, el mismo que tienen los que se dicen de derechas o “constitucionalistas” cuando intentan reventar las manifestaciones de izquierda. Tampoco los amparo, esos no son de derechas ni de izquierdas, son simplemente energúmenos que aprovechan la ocasión para hacer animaladas.
—Es muy difícil entender y más aceptar, que tenemos el mismo derecho que los demás a manifestar nuestras ideas, por muy delirantes o ultramontanas que le parezcan a otro sector de la población. ¿O no Juan?
—Pues sí. Los de Vox y Hazte Oír, estaban dentro de la ley y con los debidos permisos. Tienen el mismo derecho que los demás a manifestarse o a hacer mítines. Y el establecimiento, a alquilar sus salones a quien le convenga. El negoci es el negoci, aunque no puedo evitar que el mensaje de esas formaciones me parezca retrógrado, anticuado y peligroso.
— ¿Ves como en el fondo estamos de acuerdo?
—A ver si al final va a resultar que somos demócratas.
— ¡Ya te digo!
Pax bovis cum, concluye Fernández apurando su carajillo a modo de brindis.




martes, 6 de noviembre de 2018

BIZCOCHOS Y POEMAS


Un bizcocho y un poema tienen mucho en común. Por lo menos, a mí me lo parece. Siempre que hago un bizcocho pienso que, si supiera, haría también poemas.
Para hacer el bizcocho, reúno ciertos ingredientes: harina candeal, azúcar, huevos, raspadura de limón, almendra triturada y unos cuantos arándanos para colocar por encima, distribuidos de forma aleatoria. Cuando no encuentro arándanos (son de temporada), uso pasas de Corinto maceradas en aguardiente.

(Si alguna vez hiciera un poema, tendría que buscar motivo, palabras, imágenes, ideas, y unirlas en amorosa compañía, como si fueran los ingredientes de un bizcocho.)

Una vez apercibidos los ingredientes, hago una pasta en la que todos los elementos queden mezclados de forma homogénea, igual que se hace con el primer borrador de un poema.
Coloco esa mezcla, espesa y sin forma todavía en una llanda a propósito, como podría depositar el imaginario poema en una página de papel hasta ese momento virgen.
Limpio los bordes de goterones indeseados y agito la masa con cuidado para que se adapte por completo a la forma del recipiente. Después lo coloco en el horno y observo muy de cerca cómo crece tomando forma propia, como si naciera a una vida autónoma. Igual que haría el poema.
El bizcocho, acunado en la amorosa calidez del claustro ardiente, va creciendo hasta llenar por completo la vasija y aún desbordarla ligeramente. Adquiere, poco a poco, un cuerpo y una fuerza que no tenía, algo que le es propio y que ya no debe al autor.
Cuando llega el momento de su completo desarrollo, ha adquirido su personalidad específica. Los arándanos (o las pasas) han quedado incrustados en la masa de tonos ambarinos, empedrándola de forma irregular, rompiendo la monotonía de la superficie bruna.
Lo saco del horno, lo  dejo enfriar y lo ofrezco a mis amigos. Ellos lo devoran complacidos. Como harían con un poema si supiera escribirlo para ellos.



martes, 30 de octubre de 2018

MAESTROS



Para los Cos, que saben de qué hablo, y en recuerdo de los muchos buenos maestros que he tenido, entre los que se distinguió D. José Cos Beamud. A los otros, hace tiempo que los he olvidado.

El buen maestro destila, como los cielos derraman agua cuando llega su momento, el conocimiento que hace florecer la tierra humana sobre la que se vierte.
Pero no todas las tierras son iguales, de forma que el agua de la sabiduría, con ser la misma, en aquellos sobre los que se derrama no obra de igual forma. Hay hermosas tierras negras de ansiosa turba, capaces de acunar, con seno exuberante, el grano hasta que en el cálido lecho lo haga fructificar convirtiéndose en árbol sobre el que vengan a posarse las aves del cielo.
Hay tierra estéril sobre la que el grano languidece dando escuálidos retoños amarillentos y miserables de madurez improbable.
Otra es la arena del desierto. Condenada a perpetua aridez de tonos amarillos, recibe unas gotas cada mucho tiempo, pero entonces ¡que festival de alegría y de vida!; Las plantas, fingidamente muertas, brotan en una exuberancia que ha de ser efímera como un suspiro, pero suficiente para ser guardada en la memoria hasta la próxima lluvia. El Ser Supremo es generoso. Hemos vivido, es suficiente.
El maestro, generador, depositario y dispensador del agua del pensamiento se manifiesta de diferentes maneras:
Algunos son como el Amazonas, de caudal inacabable, placido y profundo. Todo cuanto toca fructifica y se hace exuberante. Fluye generoso, ajeno a los accidentes, superviviente a todo, inacabable, en continua construcción. A veces un meandro de creación reciente altera el curso y construye una pequeña represa donde el agua crepita violentamente. Pero al poco, la fuerza ancestral del río arrastra los troncos apilados y el flujo sigue, como siempre, placido, profundo, inalterable.
Otros, como un arroyo de montaña, brusco y genial, explosivo y breve, intenso, de ruido insoportable. Lleno de espuma de contornos fantasmales, efímero y huidizo; su caudal se pierde entre las piedras y la humedad desaparece bajo los primeros rayos del sol. Cuando llegue el estío, desaparecerán las aguas, pero basta arañar el cauce con una ramilla, para que el agua transparente vuelva a escurrirse entre los guijarros planos. El caudal extinto, ha dejado su poso en el lecho siempre húmedo.
Otros maestros son como los Walis del desierto, cauce siempre seco, inhóspito, arenoso marcado por la huella que han dejado las serpientes temerosas de ser absorbidas por su arena fofa. Solo muy de tarde en tarde, al cabo de los años, una lluvia feroz los hincha convirtiéndolos en protagonistas crueles y destructivos por una hora. Efímera gloria sanguinaria que destruye y arrasa para volver, al poco, a su papel irrelevante durante otro largo periodo de inexistencia.
Y algunos, como un pozo que digiere todo lo que en ellos cae convirtiéndolo en el magma de información. Un agua quieta y dulce a la que solo puede tener acceso el que, tentado por la luna que se refleja en sus profundidades, lanza el caldero para cazarla. El agua surge fresca y vivificante, dejando en el que la prueba una sed permanente.




martes, 23 de octubre de 2018

PARTIDOS EMERGENTES


El Cacaseno estaba en las últimas hojas del periódico cuando llegamos. Pasó apresuradamente las páginas de anuncios de “Chicas y chicos” que siempre me parecieron impropios del primer periódico de esta región, fingió entretenerse en el artículo de Manuel Alcántara –según él lo mejor de la publicación-, y se lanzó en picado sobre Juan de la Cirila.
—Estarás contento, por fin enseñan la patita los tuyos. Vaya éxito de Vox, por lo menos diez mil personas aplaudiendo a rabiar en el mismo bastión que rojeras y podemitas hicieron antes.
—Pues mira, Cacaseno, aún no me he apuntado, pero lo estoy considerando muy seriamente. Ya era hora que se recuperara la esencia de lo que ha sido nuestra patria desde siempre y que nos dejemos de tanto libertinaje que lo único que hace es pervertir a nuestra juventud, carente de valores.
—Claro, y fuera matrimonios homosexuales, penas para transexuales, nada de libertad de culto y desfiles gay, volvamos a una grande y libre, el idioma del imperio y la unidad de destino en lo universal. Te ha faltado nombrar la momia y el yugo. ¡Y de república ni te digo!




—De tu república no me hables, mira como acabó, quemando iglesias y matando religiosos que no habían hecho mal a nadie.
—Mala cama tiene el perro –interviene Fernández- llevo oyendo hablar de las mismas cosas hace tantos años que ya me aburren. Parece que no vayamos hacia adelante, sino hacia atrás, como los cangrejos azules que han invadido el Mar Menor.
—El Cacaseno, que me pica el billete…, aduce Juan de la Cirila.
—Y tú –arremete el Cacaseno-, que parece que te hayas quedado en el siglo pasado. Lo único positivo que encuentro es que ya sabemos dónde están y cuantos son los ultramontanos. Ya tuvimos bastante represión y autocensura durante cuarenta años. Ahora es tiempo de mirar hacia adelante, no hacia atrás; de dejar que los jóvenes se ocupen de los asuntos del gobierno y de construir un país democrático y con las libertades que nosotros no tuvimos. A ver si los partidos de derecha se civilizan y arriman el hombro, que como oposición son un desastre.
—Y que los jóvenes sean una miaja cultos, educados y respetuosos, que ahora somos todos colegas y el “oye tío” o “que vais a tomar, chicos”, es lo más serio que te dice cualquier mozalbete o mozalbeta que acaba de desechar los dodotis. Se ha perdido el respeto y la educación. Y lo grave es que ha llegado hasta las altas instancias y vemos a los políticos tratarse de forma rufianesca, haciendo gala de una mala educación que sonrojaría a un babuino. Añoro los tiempos en que en las instituciones los representantes de la ciudadanía se llamaban por sus cargos (Sr. o Sra. concejal, alcalde/sa, o lo que corresponda). Ahora se tratan de pepito o marujilla cuando no por sus apodos familiares. Las formas, en mi modesta opinión, si tienen importancia.
—En eso estoy de acuerdo  pero la educación y el respeto se maman en casa, y hay casas en que la leche escasea para esos menesteres. Será cosa de educación general.
—Pues eso queremos hacer en Vox, recuperar los valores patrios, el orgullo de ser españoles, el respeto a nuestros muertos y al valle de los Caídos…
—No me jodas, Juan, que echáis un tufillo a rancio supremacista que tira de espaldas.
—Pues lo tenemos jodido. A ver quién es capaz de recuperar un poco de cordura y darle a la manivela en sentido contrario…, concluye Fernández.



martes, 16 de octubre de 2018

SUETONIO y los 60.000 MILLONES


Propician los ardores veraniegos que obligan al reposo, la relectura de textos inmortales, esos que se posponen para más adelante y que un día afortunado el azar deja caer en nuestras manos desde la estantería donde dormían el sueño de los justos. Entre otros, le ha tocado este año a Suetonio y su “Vidas de los césares”, amena “crónica rosa”’  de los emperadores romanos, desde Augusto hasta Domiciano. Siento especial debilidad por la época imperial inaugurada por Cesar, quizás porque me lo hizo estimar como estadista, pacificador, hábil político, personaje entrañable, astuto y manipulador, el libro de Robert Graves y la serie “Yo Claudio” que me parece –aún hoy- de impecable factura.
Cómodamente instalado en la hamaca, bajo el plantón macocano de amena sombra, me tiro al coleto las 723 páginas, notas incluidas, del volumen. Y en la duermevela que propician el reciente esfuerzo de la lectura y el vientecillo de levante que templa la tarde, reflexiono sobre el contenido y se aparecen a la imaginación las escenas que narra Suetonio: Sólo sufrió dos derrotas graves y vergonzosas, y las dos en Germania: las de Lolio y la de Varo. La de Varo resultó casi un desastre total, pues fueron aniquiladas tres legiones junto con su general, los legados y todas las tropas auxiliares.
Me detengo en la de Publio Quintilo Varo, (herido y avergonzado tras la derrota prefirió la espada en el vientre a la ira del emperador), que también recogen Tácito, Dión Casio y Veleyo, en el bosque de Teotoburgo, zona de la actual Westfalia, el año 9 dC. ante las tropas del caudillo Arminio. A la enorme y costosa derrota sufrida en la zona empantanada por las lluvias invernales, se añadía la afrenta de perder las águilas imperiales que campeaban al frente de las legiones XVII, XVIII y XIX.
Dice Suetonio que el emperador se mostró tan consternado, que se dejó crecer la barba y el cabello durante varios meses seguidos y de cuando en cuando golpeaba su cabeza contra las puertas gritando “¡Quintilio Varo, devuélveme las legiones!; y que consideró  todos los años el día de aquel desastre como un día triste y siniestro.
*
En la ensoñación que el relax propicia, me imagino interpelando a mis dirigentes acerca de los 60.000 millones (que en parte –aunque pequeña- han salido también de mi bolsillo), para tapar los agujeros de la banca, que ahora se refocila con sustanciosos beneficios. Recuerdo las palabras del señor Rajoy: “El préstamo a la banca, lo devolverá la banca”. Y le grito en sueños al actual presidente: “¡haz que nos devuelvan nuestros 60.000 millones!”







domingo, 7 de octubre de 2018

CARTA DE UNA AMIGA MUY QUERIDA


 Son momentos dolorosos, la separación forzosa a que la vida nos tiene encadenados desde el nacimiento siempre lo es. Pero no me gustaría que sufrierais mi ausencia más allá de lo que el natural duelo impone. No somos gente de lágrima fácil.
Sí quiero que me recordéis como nosotros recordamos a nuestros antepasados cuando llegamos a una edad parecida a la de sus últimos tiempos. En algún sitio leí durante mis años universitarios que los antiguos griegos aseguraban que la verdadera muerte es el olvido. Quizás por eso se afanaron en producir las iliadas y odiseas que entonces nos parecían tan plastas. Ellas nos han acompañado hasta hoy y puede que sigan entre nosotros durante muchos siglos más.
Sabed que me habéis hecho muy feliz, los cuatro. Vuestro padre y yo os fuimos recibiendo con la gran ilusión del amor fructificado. Asistimos, con la sorpresa de lo nuevo, a vuestras primeras travesuras y a las pequeñas tragedias domésticas, como aquel incendio chimenil de Miquelturra que tantas veces hemos comentado en las inolvidables cenas de fin de año, ante los troncos ardientes, rodeados de entrañables hermanos y amigos.
He gozado durante muchos años de vuestra compañía. ¡Pasé tantos días felices entre vosotros! Tengo memoria de las comidas cotidianas –no quiero extenderme, por modestia, sobre mis arroces al forn con receta de vuestra abuela que tantos parabienes concitaron-, y de vuestros noviazgos -que casi hemos compartido. He disfrutado cuidando mis plantas agradecidas y con el zoológico que montó vuestro padre cuando se dedicó, con la pasión unidireccional que lo caracteriza, a la cría de animales exóticos, cabras y burra incluidos; amén de los numerosos perros –a veces gigantescos- que trotaban escandalizando el jardín. Seguro que algunos pajarillos que aún lo sobrevuelan, recordarán cómo los sacamos adelante cebándolos cada dos horas en el nido improvisado de nuestra mesilla de noche. La vida en el molino de Alfatego fue venturosa, nos alimentó con una suerte de ambrosía que recordaremos para siempre.

Aprovechad el tiempo, que pasa muy deprisa. Recuerdo como si fuera ayer la primera comunión de vuestros tíos Rafael y Antonio, los trajecitos azules de marinero, cosidos en casa, y las gorras con los letreros “Churruca” y “Lepanto”; a mi hermana Pilar llevándonos a ‘los pequeños’ de paseo a Santo Domingo, y a ‘mi Lauri’ como la llamaba mi padre. Ya entonces era la guapa de la familia y luego fue el ángel cuidador que llevo para siempre en mi corazón. Veo el belén anual que mi madre componía, con sus papeles de plata simulando cantarines arroyuelos, a la entrada de la casa de Peligros en la que se desarrolló nuestra infancia. En el despacho vecino el padre se esforzaba en enseñar a escribir a máquina, bajo el cuadro de las palomas, a Antonio y Rafael en las monstruosas Underwood. En el sofá del recibidor, el abuelo Silvestre escribía misteriosas notas que nadie leería jamás, sonriendo con el crotorar de cigüeña que le proporcionaba su cantarina dentadura postiza, fabricada en origen para fauces más potentes.
Recuerdo mis años de deportista de élite que afronté con el afán de complacer a mi padre, siempre exigente, y los triunfos que celebré desde el punto de vista deportivo sin que –está mal que lo diga, pero lo digo- alteraran mi ánimo, siempre discreto y hasta vergonzoso. Mientras, Eduardo se enfrentaba a las oposiciones por las que tuvimos que pasar ambos, él con la ventaja de disponer de la compañía de la tortuga amiga y el divertimento de someter al suplicio de la gota malaya al barbero del piso de abajo.  La mejor cosecha de aquellos tiempos esforzados habéis sido los tres. Un motivo más para sentirme orgullosa.
He tenido la suerte –hemos tenido la suerte- de acompañar a mi madre y a Amanda Mayor hasta sus últimos días, la misma que yo he tenido con vosotros y con algunos de nuestros amigos más queridos.

Claro que me hubiera gustado estar unos cuantos años más con vosotros en mi amado molino -cualquier tiempo es precipitado para morir-, pero quien sea que haya diseñado nuestro destino, es implacable. Nuestras vidas son, sencillamente, “los ríos que van a dar a la mar”, y allí descanso para siempre, además de en vuestra memoria y en la de todos los que me han querido y me han hecho los últimos tiempos soportables y llenos de ternura.
Recordad siempre que os quiero.




martes, 25 de septiembre de 2018

INVESTIGACION Y POLÍTICA



Asistí a la conferencia de la Dra. Maite Mendioroz propiciada por el foro Nueva Murcia dentro del programa que coordina con acierto Ricardo de Prado. El tema, tan interesante  como universal, fue expuesto con un rigor y sencillez que mantuvo abducida la atención del numeroso público asistente durante su desarrollo. Pudimos enterarnos de la cronología de la enfermedad de Alzheimer, que no es solo una afección de viejos; de la aparición de la “basura” orgánica que dificulta la transmisión sináptica; del papel determinante que en ella tienen las proteínas aminoides y kao, y de otras muchas cosas que imagino ignoradas por buena parte de los asistentes hasta ese momento. En las preguntas surgidas en el posterior coloquio, la Dra. Mendioroz se lamentaba de que la dotación presupuestaria, sobre todo en lo referente a recursos humanos, fuera tan cicatera que dificultaba en buena medida el avance de las investigaciones de su equipo en la Universidad de Navarra. 
Con el buen regusto de lo escuchado en el magnífico marco del patio del Casino, a pesar de lo apuntado en la última parte, echo un vistazo a uno de los periódicos locales y me encuentro con un artículo de Gerónimo Tristante -ágil e incisivo, como suyo- en el que proporciona merecido varapalo a las instituciones regionales  -las tilda de “ trileros que se han ganado a pulso el desprestigio de que disfrutan”-, cuya mala gestión ha quedado patente en el asunto del tren híbrido que ahora se empeñan en demonizar arteramente, contraponiéndole en la balanza no sé cuántos Aves ilusorios de que íbamos a disponer no se sabe cuándo. Como si fuéramos tontos velazqueños.
Uno recuerda el final de la conferencia de la doctora Mendioroz y le acuden a las mientes la interminable lista de proyectos fallidos de este gobierno regional (Autovía del bancal, Paramount Chanel, Aeropuerto de Corvera, Murcia is diferent, rehabilitación del barrio de La Paz, yacimiento de San Esteban, etc.), vuelve al artículo de Tristante: -“Este gobierno regional lleva años retirando dinero de la escuela y la sanidad públicas, de la dependencia, de las dotaciones en seguridad ….para meterlo en proyectos de ninguna utilidad, mastodónticos y con empresarios amiguetes”-, y se imagina un mundo ilusorio donde los políticos de semejante calaña estuvieran condenados a galeras de por vida -con pena accesoria y regular de látigo de nueve colas-,  mientras que los buenos -que debe haberlos en algún sitio-, se mantuvieran permanentemente atentos a proyectos de investigación, educación, sanidad, etc., atendiendo a las verdaderas necesidades de la población y no a las estrategias partidarias de sus encorsetados “aparatos” y de sus avispados conseguidores. Puede que sea cuestión de votos.











martes, 18 de septiembre de 2018

LEYENDO A SALTO DE MATA, CON CATALUÑA AL FONDO


(Transcripción de algunos párrafos de mis lecturas aleatorias)

Si aceptamos que todo es relativo, podríamos dar como bueno, como dice Kant, que la validez moral de cualquier comportamiento pasa por considerar lo que queremos para nosotros igualmente bueno para todos los demás. Una acción, un comportamiento sería aceptado como bueno cuando lo que es válido para cada uno puede ser válido de manera universal. Si no puede aplicarse a los demás lo que yo hago, no puede servir como ley moral. La acción correcta es la que exige el deber de cada uno. Auxiliar a alguien porque así lo exige el precepto religioso o la ley civil, en puridad, no puede considerarse moral, es un deber. El acto genuinamente moral no puede depender de ningún tipo de interés o de deseo, por muy bienintencionado que sea. Una acción es moralmente buena si puedo convertirla en ley y aplicarla a todos por igual, sin excepción.
Unos cuantos años antes, el Corán, los evangelios cristianos, el Talmud, Confucio en sus Analectas y hasta el Mahabharata del primer milenio aC. habían dicho algo parecido con diferentes palabras.
Seria Hegel, a pesar de su hermetismo que lo hace tan difícil de seguir para el profano, el que intentaría forjar un sistema filosófico que permita abarcar la realidad en su conjunto. Cuando nos acercamos a la realidad, es inevitable hallar un sinfín de creencias incompatibles, posiciones que se excluyen mutuamente, discursos que se contradicen. No sabemos qué es la verdad ni como posicionarnos frente a ella. Lo habitual entre los filósofos es imponer su verdad y descalificar todos los discursos que se le opongan.
La dialéctica de Hegel pretende conocer como son las cosas en sí mismas empleando la formula tesis, antítesis y síntesis. Tanto la tesis como la antítesis se suponen en posesión de la verdad y no están dispuestas a reconocer que la otra opción pueda ser razonable. Nos dice Hegel que, por mucho que una tesis se oponga a una antítesis, siempre cabe la posibilidad de pasar a una nueva posición (la síntesis) en la que se cambien por completo los términos del problema.
Supongamos que alguien dice: “todo es negro”. El planteamiento sería falso ya que para reconocer que algo es negro, debe oponerse a algo que no lo sea, es decir a otro color, supongamos que blanco. Pero la antítesis “todo es blanco” sería igual de falsa que la anterior, por idéntico motivo. Llegados a este punto, la única disyuntiva es el gris. En este tercer color, el negro y el blanco quedan abolidos, suprimidos, destruidos por la mezcla. Sin embargo, están al mismo tiempo preservados, prolongados, inmersos en él. Es solo entonces, cuando ambos se niegan y se elevan a un nivel superior, cuando el blanco y el negro pasan a tener una entidad real, aunque difuminada en el gris.
*
Reflexionando sobre la crisis de Cataluña, me pregunto si no sería recomendable que a nuestros políticos (de una y otra banda), se les exigiera, entre los masters con que los abrumamos, el estudio pormenorizado de la dialéctica hegeliana. Y al que no rindiera brillante examen sobre el asunto, fuera desterrado para siempre de tan excelso oficio y condenado sine die a vagar por las estériles praderas de la ignorancia supina sin que merezca perdón ni consuelo. Como penas accesorias, el visionado permanente de Telecinco y los twits del Sr. Trump.






martes, 4 de septiembre de 2018

LAZOS, SEÑERAS Y ESTELADAS


Tengo un amigo que defiende con rotundidad y pasión su derecho a colocar lazos amarillos en lugares públicos. Es decidido partidario de instaurar la república catalana y de su secesión del resto de España, a la que culpa de todos los males que aquejan a Cataluña desde el 11 de septiembre de 1714, y aún antes, cuando Cataluña solo era un conjunto de condados vecinos al reino de Aragón y al Imperio carolingio. España, dice, les roba y les ha robado siempre.
Tengo otro amigo, también catalán (ambos, por cierto, pertenecientes a sendas familias de emigrantes almerienses), que defiende su derecho a retirar lazos amarillos de los lugares públicos, o colocar otros del color que se le antoje, con la misma libertad democrática que el anterior.
Y tengo un tercero que confiesa estar harto del denominado “procés”, al que considera una cortina de humo expandida por los malos políticos que se dedican a la guerra de lazos y esteladas, mientras el país (Cataluña) permanece en un vergonzoso cierre del Parlamento, los Pujol circulan a su antojo continuando con sus trapacerías sin que nadie se atreva a meterles mano; las eléctricas -en las que los rebotados de la política de uno y otro signo hacen su agosto-, suben la factura con indiferente desahogo; la banca obtiene pingües beneficios con los 60.000 millones que el estado sacó de nuestros bolsillos sin que nos hayan hecho participes de su bonanza; la sanidad ha entrado en un proceso de carencias que la iguala a la del resto del país, y un largo etcétera con el que me martiriza cada vez que coincidimos en el ascensor.
Soy amigo de los tres y me gustaría seguir siéndolo, pero el asunto se pone cada vez más difícil. El primero ha hecho de su causa una cuestión de fe y solo trata de buscar argumentos que refuercen su posición, por peregrinos que sean. Considera mártires de la represión española a los auto-exiliados en Bruselas y a los encarcelados sin razón alguna, algo parecido a lo que sucede con la Sabana Santa, se sabe sin lugar a dudas que procede del siglo XIV, pero el buen creyente sigue convencido de que es el sudario de Cristo. En asuntos de fe, cualquier discusión resulta estéril.
El segundo pretende, sencillamente, que respeten su posición y se niega a que nadie lo considere mejor o peor catalán porque prefiera una Cataluña integrada en el resto de España. Al tercero, lo único que le preocupa (dice ser apolítico, por más que le recuerde las palabras de Aristóteles), es que se gestionen bien los recursos, que los políticos gobiernen para el bien común de la ciudadanía, sean estos Tirios, Troyanos o Metecos, antes que para el exclusivo triunfo de sus partidos.

Por fortuna, y por encima de todo, nos interesa la pacífica convivencia y para ello no hemos sabido encontrar más que una vía: aparcar los temas de política como en su día aparcamos los de religión, pero ello nos deja un cierto regusto amargo, la sensación de que algo no hemos sabido gestionar bien, porque la religión es cosa íntima, pero la política es cosa pública y estamos condenados a entendernos.





martes, 21 de agosto de 2018

ABORTO (y II)


Algo se me debió quedar en el tintero cuando publiqué mi última entrada del mismo título hace unos días, a juzgar por la encrespada polémica que ha desatado en las redes (Vid: https://marianosanznavarro.blogspot.com/2018/08/aborto.html). Es bueno que se contrasten opiniones, más o menos fundadas, siempre que se manifiesten en el tono educado y respetuoso que debemos exigirnos unos a otros. El juicio pertenece siempre al informado lector.
Pretendía dejar clara mi posición de que en esa cuestión (la del aborto), deben opinar de forma principal aquellas que se ven abocadas, por unas u otras circunstancias, a enfrentarse con tan difícil decisión.
No entiendo el afán “moralizante” de quienes pretenden imponernos unas normas derivadas de unas creencias que solo son de obligado cumplimiento para los que las tienen por buenas. A los demás solo nos son de aplicación las emanadas de las leyes permisivas -en este caso, remachemos, defensoras de derechos- a las que podemos o no acogernos. A nadie se le obliga a abortar contra su voluntad.
No me gustaría verme abocado a participar en una decisión tan trascendental e incluso dramática como la de enfrentarse a la posibilidad de abortar. Estoy persuadido que a toda mujer que se vea en esa circunstancia ha de ocurrirle lo mismo. Para evitar que se llegue a esa situación existen una serie de medios a los que la sociedad debía aplicarse para poner en circulación: la educación sexual impartida en colegios e institutos habida cuenta de que según nos dicen las estadísticas la precocidad de nuestros jóvenes es cada vez mayor; los medios anticonceptivos y la píldora del día de después al alcance de cualquiera que los necesite; los centros de planificación familiar, en la actualidad sin dotación presupuestaria que los convierte en inoperantes…y un largo etcétera que supone prevenir antes que curar, lo que además de resultar de mayor eficacia, reduce los costes de la solución.
Y si al final de toda esa cadena de prevenciones, una mujer decide someterse a tal trance, que pueda hacerlo en las mejores condiciones médicas, sociales y legales.


domingo, 12 de agosto de 2018

ABORTO


Seguramente porque estamos en periodo de “sequera”, que aflige de forma especial a los “medios” escritos, el director de un periódico con el que colaboro esporádicamente, me solicita un artículo sobre el aborto.
Y cuando me siento ante el artilugio intentando reagrupar las ideas que al respecto tengo, me percato de que por lo delicado y controvertido del asunto, debo ser cauto, no vaya a suscitar las iras de buena parte de la parroquia. El margen entre opiniones contrapuestas, según se ha comprobado en Argentina, no es demasiado ancho.
Me percato también de que es tema en el que no es prudente aventurarse, por ser de la exclusiva competencia de las mujeres que hayan de enfrentarse a tan difícil (y sospecho que nada agradable) decisión. Si acaso, puede que estuvieran llamados a opinar, incluso que su opinión pesara lo suficiente en la balanza, los corresponsables de la situación. Y nadie más. Las diferentes y contrapuestas teorías sobre el nasciturus y el momento en que le es otorgada el alma inmortal y su categoría de persona, son todas respetables y cada una/o tiene libertad para adherirse a la que mejor cuadre con sus creencias y situación.
Sí figura en el número de mis convicciones que las leyes permisivas, a diferencia de los otros dos tipos (imperativas y prohibitivas), solo reconocen o aclaran un derecho establecido, pudiéndose amparar en ellos cualquier persona que lo desee, con entera libertad.
Me parece que el asunto debe dejarse a la  decisión de cada una de las mujeres que se encuentre en ese trance, para que en conciencia tome las medidas que crea oportunas. Y que deben dictarse la leyes necesarias que las amparen en cuanto a plazos, procedimientos, lugares, etc. Me queda claro que a nadie puede obligarse a abortar contra su voluntad.
No entiendo el afán de oponerse a tales leyes, de colectivos que predican asuntos tan peregrinos y fuera de lo “natural” como el celibato, la segregación de sexos, la exclusión femenina de puestos de responsabilidad, etc., sin que nadie se lo reproche, más allá de la respetuosa opinión a la que todos tenemos derecho. Creo que una sana forma de convivencia consiste en que cada uno haga de su capa un sayo, y que cada mujer decida con entera libertad, y amparada por el estado, sobre su cuerpo, del que es soberana.
Dicho todo lo cual, aconsejado por quien bien me quiere, decido no enviar el articulo al director pretextando un imaginario alifafe. No es prudente remover aguas turbulentas.

http://vegamediapress.com/not/16650/aborto/


martes, 19 de junio de 2018

ISMAIL


Mi amigo Ismail es buena gente. Nació en un pueblecito colgado en las laderas del Rif y cuando se hartó de pasar hambre y de pastorear una punta de escuálidas cabras -lo que constituía su labor diaria desde que cumplió los siete años-, reunió lo suficiente y se embarcó en una patera rumbo a España. De eso hace ya muchos años. Ahora Ismail es padre de familia, vive en el pueblo y respeta y es respetado por sus vecinos. Trabaja ocasionalmente en época de fruta, cobra en negro a cuatro euros la hora, y el resto del tiempo subsiste gracias a su pensión no contributiva. Los años de duras labores campesinas no perdonan y su espalda se resiente de vez en cuando, pero tiene una buena cobertura médica y su incipiente diabetes se controla perfectamente con las tiras coloreadas de que lo proveen regularmente en su centro de salud. Su mujer contribuye al mantenimiento de la casa cuidando hijos de otras vecinas magrebíes que tienen trabajo en las industrias de la localidad.
Ismail viste a la europea, y de no ser por su semblante moreno, nada lo distingue de un habitante de Castellón de la Plana o de Pola de Siero. Rahima, su mujer, no. Rahima siempre lleva amplios ropajes que enmascaran la figura. La mujer no debe provocar, amén de que esas ropas y el hiyab sin el que jamás sale a la calle, conforman una parte importante de su identidad, anuncian: “soy musulmana”. Ella también va a la Mezquita los viernes, aunque no reza cinco veces al día como Ismail; el Profeta es menos exigente con las mujeres. A la mezquita acude los viernes con su marido, aunque se ubican en salas diferentes. No es bueno que hombres y mujeres permanezcan en lugares comunes, la promiscuidad no es del agrado del Profeta.
Cuando llega el Ramadán, que llega todos los años aunque no en el mismo mes, Ismail intensifica sus rezos, come de noche y duerme de día. El Ramadán en un mes santo para los musulmanes, que celebran la entrega del Corán a Mahoma por el Arcángel Gabriel. Con su celebración, a los que practican el Islam les son perdonados sus pecados, “como si fueran quemados”. El Ramadán es una buena medida profiláctica que sana el cuerpo y el espíritu.
Ismail y Rahima tienen dos hijos nacidos españoles, Mohamed y Fatimetu. Mohamed es mecánico de coches y trabaja en el taller de un concesionario. Le hacen un contrato de seis meses y lo mandan al paro otros tres, así lleva desde que acabó los cursos de FP. Sale con una pandilla de chicos del país y tiene una novia que no es del agrado de sus padres. Fatimetu estudió auxiliar de enfermería en una escuela privada y estuvo trabajando en una residencia de ancianos durante dos años. Vestía pantalones vaqueros y nunca llegó a utilizar el hiyab. Sus padres le concertaron un matrimonio con un primo de Ismail ya talludo. A partir de ese día viste como el resto de mujeres magrebíes, hiyab incluido. Lleva a su hijo al colegio público y procura que se relacione con amigos musulmanes. Dos tardes por semana el niño va a la madraza donde el imam de la comunidad les enseña a recitar el Corán; Fatimetu quiere que sea buen musulmán, como sus padres, como sus abuelos.
El pueblo donde viven es un pueblo tolerante y acogedor, hay una sociedad caritativa que en tiempos de penuria reparte alimentos de primera necesidad entre los más desfavorecidos, sin hacer distinción de tirios ni troyanos. Fatimetu acude a veces y complementa su despensa.
Tanto Fatimetu como su madre compran, en las tiendas halal que se han instalado en el pueblo, los alimentos permitidos por la saria, ley religiosa que impera en los países musulmanes. Esos establecimientos garantizan que los animales de consumo han sido sacrificados con arreglo a los preceptos religiosos: un varón circuncidado, de cara a La Meca, con un doble paso de cuchillo en la garganta para propiciar el completo desangrado, y recitando las adecuadas palabras de alabanza a Dios.
Ismail y su familia, están plenamente integrados.



martes, 5 de junio de 2018

LA MAR


Durante mis primeros años el mar fue una perspectiva inabarcable por la que unos cuantos pilluelos nos aventurábamos en un esquife de remos. Llenos de sueños infantiles, pretendíamos emular hazañas mal leídas y peor interpretadas en las que se mezclaban sin tino Colón con los Vikingos de Vineland, El Corsario Negro y la Perla de Labuán, o Sandokán con sus tigres de Mompracem.
Tardé poco  (lo que tardan en desvanecerse los sueños infantiles) en averiguar que aquel era un mar finito y limitado, “una laguna interior”, como dicen ahora los folletos turísticos en un vano intento de atraer extranjeros con posibles, y que “el mar mayor” como llamábamos a la enorme extensión que comenzaba al otro lado de la Manga, era el auténtico mar, el mar inabarcable.
Poco después, anclado en Tarragona durante una temporada, descubrí fascinado aquella extensión de vacío azul con cargueros no más grandes que una hormiga en lontananza, observados desde el “Balcón del Mediterráneo”. Allí pasé largas tardes de añoranza reconfortándome con la idea de que aquel mar era el mismo que bañaba las costas de mi tierra lejana y acaso llevaría hasta ella un punto de mi triste desesperanza. Pero también se quedó pequeño. Por entonces descubrí a Henry Pirenne y supe que lo había reducido a un familiar lago, el “mare nostrum”, y que los romanos habían hecho de él cuna y vehículo de una cultura común después de adueñarse y asimilar la fenicia y la griega.
Andando el tiempo, desde el delta del Nilo, cerca de El Cairo multiforme y bullicioso, en una tarde de sosiego imprescindible, imaginé las columnas de Hércules que me parecía adivinar entre las brumas, hacia occidente; y el estrecho que da paso a otro mar infinito, paso breve que tantas veces habría de cruzar años después. El mar, la mar, como le llaman los que tienen más familiaridad con él, continuó fascinándome siempre, como deja boquiabiertas  a las gentes de tierra adentro la primera vez que contemplan sus azules.
Descubrí luego el Cantábrico, nervioso y movedizo, de olas cortas y ariscas, espumeando las rocas perceberas, que se arremansa solamente en las rías serpenteantes de verdor para nutrir las incontables bateas de mejillones. Allí conocí el fenómeno de las mareas que cambian cada pocas horas el perfil de la costa. Luego navegué por el Bósforo que separa el pasado y el presente de nuestra historia, crucé el Cuerno de Oro en medio de su incesante barahúnda y me parecieron todavía vecinos los otomanos y los mamelucos de tiempos napoleónicos.

Pero ningún mar conmovió mi corazón y llenó mis ojos como el Atlántico, cuando tuve ocasión de contemplarlo a lo largo de la costa que va desde Marruecos a Senegal bajando por tierra mauritana. Hay una carretera que, bordeando la costa llega desde Safi en Marruecos hasta Dakar, en Senegal, y permite viajar durante miles de km. con un ojo puesto en cada uno de los desiertos, el azul y el rojo, separados por los escarpados farallones donde se estrellan las altas olas impotentes. Es el mismo mar que, más sosegado, puede verse en las costas de Huelva de playas infinitas, o en Portugal, donde inspira el melancólico y dulce sonido de los fados. Allí, en Figueira da Foz, presencié, acunado en amorosos brazos, las más bellas puestas de sol que nunca imaginara y que permanecerán en mi recuerdo para siempre. De la misma forma que en Japón se goza el privilegio de ver nacer el sol cada amanecer, allí se disfruta de un ocaso mágico que invita a cultivar la esperanza del día siguiente.

El mar, la mar.



martes, 29 de mayo de 2018

PADRE, HIJO Y BURRA



Debo aclarar, para no vestirme con plumas ajenas, que el origen de esta historia es un cuento de padre incierto, posiblemente hindú, que conoce muchas versiones, en una de las cuales adaptada a mi tierra, lo he oído contar.

Pues señor, esto era una vez un campesino dueño de unas viñas distantes del pueblo en que vivía. Llegado el tiempo de la escarda levantóse una mañana al alba y ordenó a su hijo, mozo sólido y trabajador, que aparejara la burra para llegarse hasta el majuelo.
Salieron, padre hijo y burra, y a poco, tropezaron con un vecino que les dijo:
—Se ve que queréis mucho a la burra, que va de señorita; por lo menos podría montar el más viejo.
Hízolo así el padre y siguieron caminando un trecho hasta encontrar a otro vecino que les dijo:
— ¿A escardar vais?  ¿Y quién ha de trabajar más duro?
—El mozo, como es de ley
—Pues entonces, bien podría ir él montado, que llegaría más fresco
Recapacitó el padre, y encontrando justa la sugerencia que nadie había pedido, bajó de la burra cediéndole al hijo la albarda.
Llegaron a un río, y al ir a cruzarlo, el barquero les dijo:
—Bonita forma de respetar las canas: el mozo lleno de salud en la burra y el padre, achacoso, a pie. Si por lo menos fueran los dos montados, que la burra puede...
Consideró el padre que la observación era oportuna y montó a la grupa del zagal, siguiendo todos, menos la burra, tan contentos el camino.
Cerca ya de las tierras, encontraron a otro lugareño y como el padre viera que se disponía a opinar sobre el asunto, antes de que abriera la boca le dijo:
—No me digas nada de la burra, que menos yo y el muchacho, todo el mundo tiene que opinar de ella.
Y picando talones hizo acelerar, en lo posible a la pollina, perdiéndose el mascullar del hombre que decía para su coleto:
—Hay que ver que cuajo, dos hombres hechos y derechos, montados en una burra vieja que va derrengada.


Moraleja: Si algún día tienes que ir a escardar la viña, no hagas caso de opiniones.

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